Jorge Brioso nació en La Habana en 1965. Hijo de diplomáticos, vivió de niño en Londres y Mexico D.F., aunque cursó estudios universitarios en Cuba. En 1995, abandonó la isla para doctorarse en Estados Unidos. Naturalmente, ya no quiso volver. Desde hace veintidós años es profesor en Carleton College. Pese a su relación con España, a donde viene con frecuencia por motivos profesionales y cordiales, no es aquí un autor muy conocido. Su último libro, Al modo de Narciso, bien podría ser el primer paso para comenzar a cambiar las cosas. 

Las interesantes especulaciones estéticas reunidas en él arrancan de una convicción que podría definirse como platónica si esta palabra no tuviera tantas connotaciones equivocadas. El platonismo de Brioso consiste en aceptar la inevitable precariedad de toda aproximación teórica a la realidad. La realidad es siempre más de lo que decimos de ella, se encuentra respecto de nuestros discursos a una distancia ideal, con relación a la cual sólo cabe seguir buscando, seguir pensando. 

Lo dicho acerca de la realidad en general vale evidentemente también para el arte y el arte contemporáneo en especial, pues las posibilidades de que el discurso estético alcance a captar la esencia de las obras que hoy se producen es particularmente difícil debido a las características específicas de nuestro tiempo. Este da la impresión de moverse en todos los órdenes mucho más deprisa que las categorías de las que nos servimos para tratar de comprenderlo, una fatalidad que curiosamente acentúa la importancia del arte para quien no se conforma exclusivamente con lo inmediato. La conciencia de la irreductible riqueza de las obras maestras y de la volatilidad del gusto ha servido históricamente para ver nuestras opiniones como lo que son, aproximaciones. En arte, a diferencia de lo que ocurre en los sistemas cerrados, ideologías o religiones, no existen verdades absolutas y excluyentes, todo es ensayo y tentativa, pregunta y enigma. Por esa razón la intransigencia es incompatible con el arte, algo que entienden mejor que nadie inquisidores, ayatolás y secretarios generales. 

Jorge Brioso

 

Nuestro gran problema hoy es que el orden tecnológico va constituyendo sin que apenas se note un entramado “intransigente” que vuelve cada vez más difícil la experiencia estética y, en general, la experiencia de la propia realidad. Paulatina, imperceptiblemente, perdemos realidad a cambio de quedarnos con sus simulacros. Es algo similar a lo que le pasó a Narciso, aquel joven de bella apariencia que, tras descubrir en su reflejo lo que sus ojos no podían ver, ya no fue capaz de recobrar la mirada original, espontánea, sobre las cosas. No es casual, por eso, que el libro de Brioso invoque en su título al célebre personaje mitológico y se abra con esta pregunta de Giorgio Agamben: “¿Y qué es el pensamiento sino la capacidad de restituirle la posibilidad a la realidad de desmentir la falsa pretensión de la opinión de basarse solamente en los hechos?”.

Especular significa etimológicamente ver en espejo. Lo que uno descubre en el espejo es lo que el ojo no ve: su propio mirar. La mirada no puede incluir el ojo que la hace posible. Sólo el reflejo permite descubrirlo, descubrir aquello que sostiene el propio mirar. Especular es la única manera de atisbar la espalda del mundo, de regresar a “la absoluta contingencia de lo abierto, aquello que ningún mundo, con su conciencia correspondiente, puede incluir.” Es lo que le pasó a Narciso antes de quedar atrapado en su propia complacencia. El mito que Brioso adopta como guía para acompañar al lector por las ciento sesenta páginas que componen su libro no es, pues, el que recreó Freud en la figura de quien se ve a sí mismo en cuanto mira, sino el de quien ha descubierto aquello que habitualmente no comparece en la mirada y sólo puede ser pensado, experimentado, como imagen.

Los ensayos reunidos en Al modo de Narciso apuestan por la especulación, en el sentido de pensar por y a través de las imágenes aquello que precede a la relación sujeto-objeto, aquello que, como dice Brioso, merodea en la intemperie del sentido: lo ilimitado, todo lo que de alguna manera pone de manifiesto nuestra lucha por arraigar en un universo que no está hecho a nuestra medida. La convicción de que la obra de arte moderna sólo puede comprenderse “en su relación con lo informe, con aquello que se resiste a ser configurado o ha sido descartado para posibilitar el ordenamiento de lo real”, es la idea fundamental sobre la que giran los dieciséis ensayos que conforman el libro.

En una breve reseña no es posible comentar uno a uno esos ensayos, pero vale la pena enumerar los temas tratados para despertar la curiosidad del lector interesado en esta clase de meditaciones: la relación del arte contemporáneo con lo informe, el sentido de la palabra que se susurra entre dientes, la poesía como grito, el modo en que la literatura exige una nueva forma de filosofía, etc. De la eficacia hermeneútica de las ideas que ofrece Brioso son prueba los ensayos dedicados a comentar la obra de algunos prestigiosos artistas contemporáneos: Geandy Pavón, Néstor Arenas, Mateo Maté, Gustavo Acosta, Humberto Calzada o Martín y Sicilia. En la mayoría de ellos experimenta uno la sensación de que, en efecto, el pensamiento verdadero, aquel que se afana en devolverle realidad a la realidad, es un darle la vuelta al espejo.

 

 

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