En Bohemios que hablaban alemán, peculiar ucronía subtitulada La bohemia de principios del siglo XX entre Múnich y Viena, el profesor y germanista Francisco Sosa Wagner (Universidad de León) y editada por Funambulista, ilumina con poderoso trazos una época crucial en la historia europea de la que seguimos resintiendo sus vibraciones tectónicas.

A principios del siglo XX, el joven vienés Volker Schulze, Doctor en Derecho,  recibió una herencia que le permitió irse a vivir al barrio bohemio de Schwabing, en Múnich, buscando zambullirse en un medio propicio a cierto tipo de  arte y  literatura. En la ciudad bávara frecuentó ambientes ilustrados –la familia de Thomas Mann, verbigracia- entre el bullicio de cervecerías, cabarets y salones privados. De vuelta a Viena, Schulze es un habitual de similares medios cultos, centrados en los famosos cafés-pastelerías, alternando con personajes reputados (Karl Kraus, Klimt, Kokoschka, etc.) Un mundo en el que no todos los sujetos  eran  plenamente consciente de la barbarie que acechaba y pondría fin a una de las etapas más brillantes de la cultura europea.

Sucede que Volker Schulze no ha existido, pero al rematar Bohemios que hablaban alemán, autoría de Francisco Sosa Wagner (FSW), parece un viejo amigo que conocemos desde siempre, por el realismo, carnalidad  y peso literario que le confiere el maestro en un libro a caballo entre la ucronía culta y el ensayo. Discurriendo por sus páginas el brillo de las mejores mentes que, frecuentemente, son las que más se entregan al placer, no sin riesgo de caer derrotadas por la bohemia: el placer entristece a las personas sensibles, decía Swinburne. Realidad y ficción  entreveran, en Bohemios,  una trama narrativa que engancha desde la primera página (personajes ficticios se codean con los susodichos históricamente conocidos).

No siendo un triunfito sino  señor de pies a cabeza FSW, siempre erguido y digno intelectualmente, con acendrada compostura, con pudor y hasta timidez, declina posar ante los focos en evitación de autobombo. Con ironía, su obra periodística la titula Soserías. Esa elegancia discreta, no hay otra, lo aleja, quizás, de la popularidad entre las masas y, sin embargo, es altamente representativo  de la mejor cultura española. Por ello deseo rendirle aquí  el máximo de justicia posible. Justicia que en el orden institucional ha sido hasta ahora cicatera para el descomunal intelectual leonés. La independencia de criterio político se paga (si bien fue galardonado con el Premio Miguel Delibes y el Premio Café Bretón). Pero se hace difícil poner en duda que Bohemios  -ucronía/ novela histórica/ensayo novelado o como se le quiera llamar- es de lo mejor del género que se ha escrito en los últimos años. Por la precisión y exhaustividad  de su estructura narrativa; por la  fluidez del ritmo; por la capacidad de síntesis; por la pegada impactante  que colorea la difícil realidad de esas germánicas  tierras en la época; por la potencia  analítica del peculiar universo histórico desplegado por el autor.

 

 

No es escritor en agraz quien ha hecho crecer Bohemios…Los abundosos recursos estilísticos, culturales (hasta la erudición) de FSW sustentan de popa a proa una obra que es zarpa e impronta de escritor entero, con una muy precisa concepción del discurso narrativo, tanto en visión como en expresión. Inteligente, preparado, entrenado en la dificultad de desbrozar, extraer y mostrar lo esencial de la selecta cultura alemana. El sistema expresivo de FSW tiende a la transparencia, si no al decir coloquial sí a la producción de un relato exento de obstáculos y opacidades, que se aloja generalmente en el modelo, más o menos estricto, de como se escribía en alemán por entonces en Múnich y Viena. Bajo la aparente facilidad de lo bohemio, coloquial, la prosa de FSW confiere enorme peso, vida, densidad, realismo a  personajes y situaciones al nutrirse de rica complejidad, avecindada  en su visión del mundo, residente en su percepción de la Historia, Arte y  Derecho entendidos como enigmas que el observador lúcido y objetivo  debe descifrar. Hablo del autor, ahora toca el libro.

Qué estupefacción admirativa y qué horror provocan al tiempo la lectura de Bohemios… Estupefacción  porque en el libro renacen, resucitan,  personajes señeros, esculpidos con prosa generosa y precisa, que fatigaron el pasado siglo las cultas tierras de Europa central, apoteósicas de conocimiento y saber (también saber vivir) como una nueva Atenas.  Qué horror por lo que tuvo de fatalmente truncada la trayectoria de tantas vidas –pequeñas o gigantescas- bajo la necedad cejijunta de la barbarie hitleriana arrogantemente tullida.

Es notorio el brillo universal de Viena en la época, pero FSW se aleja del tópico y bucea en aguas más profundas buscando, y encontrando, otros rutilantes  tesoros de la mejor civilización en grutas casi inexploradas, bañadas por la lengua  alemana, que tanto hermana culturalmente  a quienes la hablan. Quede claro, el maestro Francisco Sosa Wagner no se detiene, ni un segundo, en lo germánico –con frecuencia trágico, siniestro y empobrecedor- sino en lo alemán, siempre feraz, alegre, casi único, excepcional. A eso se le dice, aquí y en Ulán Bator, tener altura de miras, mirada de águila.

En este libro, de prosa intensa y bien acordada, con gran oficio –quedó dicho- FSW no se limita a reproducir la Historia, las anécdotas, lo factual sino que desliza personalísimamente -y llena de sus propias inflexiones y matices- su voz ahora leonesa, aunque de primerizas consonancias en Alhucemas, potente   de  españolidad erguida y convincente, farallón recorrido por mil pueblos.  Así se entiende  que en parte alguna del libro aflore el maniqueísmo, la Historia es lo que es, mejor limitarse a contar con erudición total que interpretar con cansino seguidismo de modas woke y otras insufribles necedades. En efecto, el lector atento ha de encontrar en esta obra no la mera arqueología erudita –aunque erudita obra es si bien acogedora y alegre-  sino, y sobre todo, el análisis agudo, acerado, brillante. Y, por momentos, hasta felizmente despiadado. Evidentemente, ese logro no se alcanza escribiendo por escribir sino por una violenta vocación de saber y, de consuno, transmitir lo agavillado en largos años de investigación paciente.

 

Karl Kraus

 

Si bien se mira,  FSW no husmea el rastro, tan trillado,  del lector medio, más bien lectora –como suele ser el caso en el mundo editorial a la caza de clientela- sino el lector ideal: su lector, su alter ego. Porque el libro surgido de alguien de la talla intelectual del maestro Francisco Sosa Wagner no acecha  la venta de miles de ejemplares, qué también y mejor, sino, muy especialmente, dar en el núcleo duro, en el centro feraz, rubio oro, de la buena cosecha de trigo castellano, toda sinceridad y belleza, tan goda y judaica, que no transige en superficiales anécdotas y menos, mucho menos, en quejumbrosas amarguras narrativas donde yace  yerto y frio el  alegre saber.

Todo en Bohemios se formula sin abstracciones, a través del cuidado y contenido diseño rítmico de una prosa falsamente espontanea, muy trabajada en realidad, por  el escogido vocabulario, por la dicción clara y, sobre todo, el muy consciente equilibrio entre expresión y visión, de modo que las intuiciones del discurso sean ante todo objetivas, consolidando la ucronía narrativa de un personaje ficticio al que el autor dota de increíble densidad como si verdaderamente hubiera existido en carne y hueso. Que a lo mejor existió, queda la duda. Ese equilibrio trasciende el actual debate de nuestro ensayo histórico con escasos expertos en lo que concierne a la cultura alemana, a veces encallado en un hermetismo reseco –para erróneamente  parecerse más al modelo- y alicortada comunicación. Un universo personalísimo, el de FSW, que no fabula ni sueña sino anticipa lo que el cruel futuro depararía a quienes con el nazismo serían  vencidos, humillados, desposeídos, exterminados. Los  dolorosos ámbitos por donde discurre el ensayo novelado –pocos años antes inmensamente alegres y prometedores-   asumen la justicia histórica de rescatarlos del olvido, propio de los mejores narradores, sin incurrir en tosquedades históricas. La época narrada se vuelve, en estas páginas, verdad artística y moral que desnuda  la hipocresía  e insania nacionalsocialista, fraudulentamente, pretenciosamente sincera y viril,  mostrando FSW, en su dominio de la palabra,  la permanencia estética de los cánones realistas cuando se apoyan en la capacidad expresiva.

Aunque el nazismo probado merezca trato sin asomo de clemencia,  no debe arrastrase por el fango lo que, aun siendo germánico, lo alemán  atesta de valores universales que tanto le deben a judíos formados desde la cuna en esa lengua. Quede claro, Francisco Sosa Wagner no necesita recurrir el estilo proustiano – que da lugar a excesos literarios, por recreo de insistencia en el detalle trivial, alevemente  indolente- pero tampoco se entrega a una réplica popular que con frecuencia se  presenta en obras de otros autores, incluidos ensayistas, con una desenvoltura que se pretende próxima, a la caza de la complicidad del público,  al facilitar la lectura con merma del trallazo elegante que debe transitar toda obra de altura. La lengua manantía, ese oído para la prosa que se tiene o no, esa frescura repleta de sonoridad, es lo que nos trae FSW confiriendo  a los personajes de su libro –en el desmoronamiento, tan humanos- y al mundo que narra, tal potencia de acción que la elevan a la categoría de un preludio bellamente tormentoso como anuncio del huracán que habría de estallar, donde  los héroes se esfuman para que el escenario lo ocupe la fealdad del mundo real con todo su desparpajo bullicioso. Ay, ese carnaval de Múnich, digno de Solana, ay, ese Ensor tan goyesco. Como una brújula enloquecida, realidad-ficción, el estilo de FSW entrevera en inversión permanente la narración hasta conseguir que lo que parece un caleidoscopio de personajes resulte, al cabo, una denuncia demoledora de aquella sociedad -paradójicamente no exenta de vitalidad, genio y belleza- en la que no hay inocentes (…sorprendente es la aparición en el Jugend del nombre de un inglés, Houston Stewart Chamberlain [.] autor de un libro titulado Los fundamentos del siglo XIX. En él se defendía la pureza de la raza aria, se despreciaba a los judíos y se anunciaba el inevitable dominio de Alemania sobre el mundo. El propio emperador y Richard Wagner se convirtieron en sus lectores apasionados. p.94).

 

Gran café Central de Viena, en 1900

 

FSW saca a la luz el odio y atracción bipolar entre judíos y germanos unidos por el genio de la lengua alemana (…el centenario de Congreso de Viena; organizado por la princesa Paulina Metternich-Sandor, llamada, por su debilidad por los judíos, Notre-Dame de Zion, p. 149). Por un exceso de escepticismo materialista y, por qué no,  de desesperación o superficialidad bohemia, no lo tengo claro, ese mundo único  sufría de pose, de impostura, de misas negras sicoanalíticas,  de fulgor de falsa pedrería, de decorado teatral que salvo contadas excepciones llevó a los actores al desastre. En cierta medida –permítaseme la comparación- como la España de hoy día, a punto de derrumbarse entera (vacua, exhausta, teatral e ingrávida)  justo cuando hemos alcanzado una época de paz y felicidad como nunca hemos conocido en nuestra historia. Y así se observan en Bohemios  -consecuencia de la derrota de la Primera Guerra Mundial- los trazos embadurnados del  espíritu germánico  cargado de resentimiento y revanchismo, de ansia de desquite impregnado hasta la saturación de componentes viles entre los que no destaca tanto la cólera de los fuertes como la amargura violenta de colmillos carniceros babeantes de sangre a los que habrían de dar mucho juego, años después,   los supremacistas resentidos  (tal racialistas supremacistas, vascos y catalanes y algún gallego, henchidos de odio,  siempre derrotados arrastrando su rencor por las cuatro esquinas de la nación común española, que quieren desangrar hasta la total consunción y holocausto en los crematorios que les financian los otrora demócratas socialistas).

Al contrario de la literatura de quiosco de aeropuerto  que  contribuye al desnorte y vulgaridad imperante,  el libro reseñado, sin renunciar de ningún modo a la amenidad,  coadyuva  a la germinación colectiva  del buen gusto y la sensibilidad. Sin adoctrinamiento ni proselitismo. En Bohemios, FSW promueve la  calidad del análisis y el pensamiento; establece implícitamente un debate sobre asuntos que culturalmente siguen interesando y rescata del manido lugar común en el que han caído; elimina enfoques sensibleros, pedestres, planos; agavilla hojas amenas  y dignas; no incurre en el culebrón lacrimógeno a pesar de que el desastre final se presta a ello. Sí, desastre. La última línea del libro es esta:

Ponga la radio. Acabo de oír que Hitler ha invadido Polonia.

Este libro ratifica, en definitiva, lo que es una opinión extendida en muchos de nosotros: Francisco Sosa Wagner es pieza imprescindible en el arco que sostiene la cultura española. Alguien tenía que decirlo. Dicho queda.

 

 

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