Convendría celebrar la aparición de la primera novela de Iñigo Redondo ( Bilbao, 1975), un arquitecto afincado en Madrid, que ha publicado hasta ahora Horas, un libro de poesía; un volumen de relatos, Vías de contagio y una obra de teatro, Nosotros, vosotros, ellos… obras en las que, después de leer esta su primera novela, Todo esto existe, uno cae en la cuenta de que en cierta manera le han servido al autor como materiales previos para esta narración que denota una madurez como escritor rara e imprevista.

Y digo lo de materiales previos porque este novela posee un halo poético poderoso aliado a una buena manera de llevar a buen puerto los diálogos, lo que es importante en una narración del enclaustramiento, donde dos personas se recluyen en un refugio buscando cierta solución a  sus vidas, o si no tanto, por lo menos un sentido de la misma, o si no tanto, una excusa para seguir viviendo. Con ello no quiero decir que Redondo se haya dedicado a hacer dedos, empleando un lenguaje musical para referirnos a ensayar, antes bien la obra previa le ha venido como anillo al dedo para la feliz consecución de ésta. No es la menor de sus virtudes.

Literatura del confinamiento, literatura del enclaustramiento. La cosa posee su tradición, una espléndida tradición en la que los críticos, al descubrir la correspondencia de esta novela con otras de similar extracción, nos regocijamos porque gran parte del oficio consiste en hallar correspondencias, afinidades. Lo que no deja de ser necesario a la hora de establecer un corpus cultural pero tendencia fatal si se abusa de ella pues puede llevarnos a no ver lo que de genuino tiene la obra en cuestión y, de paso, a desconfiar del oficio de reseñista, que todo lo fía a establecer esas correspondencias al no saber enfrentarse a la obra en sí, por lo que vale, no por su autoría o el prestigio otorgado a una tradición, a un género, a una moda, a un estilo, a cierta manera de concebir el hecho literario.

Y, así, no sería raro que en las reseñas de este libro se encuentren huellas, referencias, alientos que pueden llevarnos a Cormac McCarthy y sus particulares distopías norteamericanas, en especial, No es país para viejos, o, si quieren, La carretera y que algún otro crítico, más dado a las correspondencias clásicas, se refiera a Memorias del subsuelo, de Dostoievski, o que algún otro se refiera, asimismo, a Alexander Solzhenitsyn y su Un día en la vida de Iván Denisovich, o que alguno, aún más enterado o más  dado a buscar en literaturas alejadas, halle en Kobo Abe,en especial su La mujer de la arena, la deseada correspondencia o que, por último, ese crítico dado a encontrar lo insólito en lo que el lector tiene más próximo a sus ojos sin percatarse de ello, cite esas novelas de Georges Simenon que nada tienen que ver con la serie interminable, prolija y familiar de Maigret, vale decir, La nieve estaba sucia, El tren, El gato

 

Íñigo Redondo

 

a historia de que trata Todo esto existe es la de una reclusión forzosa: en una Ucrania devastada  por un accidente nuclear, se encuentran Alexei, un profesor al que acaba de dejar su mujer y que pretende ahogar el dolor que le produce esa ruptura en alcohol e Irina, una alumna suya de 16 años, que ha huído del hogar paterno por una situación familiar un tanto abominable que pretende recluirse con Alexéi, al que ha acudido en busca de ayuda hasta que cumpla la mayoría de edad establecida en los dieciocho.

La situación es similar a lo que puede experimentar una pareja pero en realidad no lo son, pues piensan, sienten y actúan como dos seres independientes: sólo les une la situación que les ha sobrevenido del exterior, el accidente nuclear y la situación familiar de Irina. Ni que decir tiene que, fiel a la tradición que apenas nos ha sobrevenido, la narración posee cierto aire de trama de thriller, un tributo casi obligado en los tiempos que corren donde parece que no existe el testimonio de lo real sin que se disfrace de este género, tanto que ha terminado por convertirse casi en académico.

Narración de la reclusión, sí, que requiere un hábil recurso de la compensación entre las dos partes, un equilibrio que de no cumplirse puede dar al traste con lo que el autor ha querido conseguir. Desde luego, lo inquietante es factor esencial de la novela y esa sensación de inquietud recuerda a muchos clásicos de la literatura que han utilizado el suspense, y desde luego ese recuerdo está ligado a Henry James, por lo menos.

Desde luego ni que decir tiene que lo menos que podemos decir de Iñigo Redondo es que ha conseguido con una primera novela una excelencia extraordinaria.

 

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