
Madrid, abril 1939. Albert- Louis Deschamps
Fernando Castillo (Madrid, 1953) es un historiador que posee las cualidades que han hecho de Herbert L. Lottman uno de los biógrafos más importantes y originales de los últimos años al haber sabido combinar con fortuna y talento el destino individual con una descripción justa y fascinante del tiempo que a ese personaje le tocó vivir: Petain, Albert Camus, cuya biografía fue llevada a los tribunales por Catherine Camus porque contenía falsedades, Flaubert, la rama francesa de los Rothschilds, Julio Verne, el Man Ray de Montparnasse, los últimos años de Oscar Wilde en París…, un tiempo y una geografía que tiene a Francia como centro de gravedad. Esa cualidad, incluso la fascinación por la cultura francesa y su capital, París, es compartida por Castillo, pero en éste hay una vocación no tan velada por la narratividad, es hombre que gusta sobremanera de la obra de Patrick Modiano, que hace que sus libros sean importantes como despliegue histórico pero también por el modo en que ese despliegue es contado, narrado.
La Trilogía de la Ocupación, de Modiano, es obra que ha servido a Fernando Castillo de muleta al modo en que Virgilio lo es en el viaje de Dante. Castillo ha escrito libros sobre la traición, los mundos turbios en los años de la guerra civil española, Los años de Madridgrado, por ejemplo, pero esa fascinación por Modiano no necesita de subterfugios pues escribió un inspirado libro sobre la capital francesa en dos momentos narrados también por el escritor francés, París Modiano. De la Ocupación a Mayo del 68. Aun y así, los mundos turbios, el ambiente de grisalla del hampa, la opresión de los momentos de una vida en que no es posible la normalidad y ni se la desea ni se la espera es el eje, por ahora, de la obra de Castillo, quien escribió un libro memorable, Noche y niebla en el París ocupado. Traficantes, espías y mercado negro, sobre el hampa parisino en los años de la guerra. Ahora le ha tocado el turno a Madrid y fruto de esa vocación argumental que es destino maravilloso en un historiador fascinado por el thriller de verdad, en cualquier caso, un ramillete de asesinos que se reprodujeron como setas en un ambiente propicio, el de una ciudad sitiada inmersa ya en el mundo moderno, es decir, cuando la escala de valores de la sociedad heredada del XIX había hecho aguas en la Gran Guerra y el nihilismo era el espíritu dominante del momento, aun fuera lejos de la conciencia de la mayoría de sus protagonistas, escudados tras la excusa de la ideología revolucionaria, o contrarrevolucionaria, que para el caso son anverso y reverso de la misma moneda.
Esta inmersión en el nihilismo de la sociedad fue analizada, y digo analizada no narrada, con extrema lucidez por el escritor Hermann Broch en su ciclo de tres novelas titulada Los sonámbulos,donde incluía esa cualidad del sonambulismo en tres personajes que simbolizaban distintas actitudes de engaño en sus distintas máscaras adoptadas, Pasenow o el Romanticismo; Esch o la anarquía; Huguenau o el realismo. En La extraña retaguardia esa inmersión se produce investigando a personajes reales que se movieron en el Madrid sitiado con profusa vocación camaleónica, a veces sin que sus protagonistas fueran muy conscientes de ello. Estos años han sido estudiados, o narrados, por autores que son ya clásicos del género, desde Wenceslao Fernández Flórez con Una isla en el mar rojo, a Edgar Neville o Tomás Borrás o Agustín de Foxá en sus respectivas descripciones sobre el ambiente de represión brutal, de saqueos sistemáticos y de terror indiscriminado que sufrió Madrid en aquellos momentos de asedio… Pero lo que ha hecho Fernando Castillo ha sido ir más allá al revivir, dentro de lo que se puede, pues los personajes oscuros rehuyen la luz y, por lo tanto, la transparencia, a algunos protagonistas de aquellos años del hampa y la represión muy poco estudiados y conocidos frente a otros bien sabidos, bien analizados hasta haber hecho de ellos modelo de ignominia o de hagiografía según el bando que se refiriera a ellos. Así, frente a Segundo Serrano Poncela, que tuvo una responsabilidad evidente en los fusilamientos de Paracuellos del Jarama y San Fernando de Henares, verdadero trauma, como la toma de la cárcel Modelo que hizo que uno de los presos que logró salir vivo, Ramón Serrano Suñer, no así su hermano, concibiera un odio feroz a todo lo que él llamaba “rojos” después de aquella experiencia, a Santiago Carrillo, a José Cazorla y, por supuesto, Alexander Orlov, el asesor soviético, que desde su nido en el Hotel Gaylord´s concibió con toda probabilidad esa masacre, Castillo nos sumerge en otras vidas menos conocidas pero que son incluso metáfora más justa de aquellos tiempos de ignominia que los nombres anteriormente citados por lo que tienen de ambiguos: Regina García, Ángel Pedrero, Alfonso López de Letona, Cándida del Castillo, madre del escritor francés Michel del Castillo, David Vázquez Baldominos, Francisco Cachero, Alberto Castillo Olavarría y ese personaje fascinante que Castillo llama por sus iniciales, FLH… y que, junto a Arturo Barea, Francisco Camba, Wenceslao Fernández Flórez, Jacinto Miquelarena, Cipriano Mera, forman una pléyade de extraños personajes en una Corte de los Milagros donde el asesinato, la extorsión, el dinero conseguido mediante comisiones de uno u otro tipo, el sexo comprado, son las señas de identidad de unos años de plomo en una ciudad, Madrid, que Castillo recrea con mano maestra en este hermoso libro que se lee como una novela de Le Carré.
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