A las literaturas centroeuropeas se las puede definir como narrativas de frontera, en un sentido de límite tanto geográfico como histórico. Desde el final de la Primera Guerra Mundial, y la consiguiente desaparición de los cuatro imperios que gobernaban ese espacio geográfico (el alemán, ruso, austrohúngaro y turco), se crearon y desintegraron nuevas naciones gobernadas por dictaduras nacionalistas de izquierdas y derechas, otra guerra mundial y varias locales, numerosos cambios de fronteras, exterminios étnicos, traslados forzosos de la población y la muerte de más diez millones de personas desde entonces.

En el ensayo Del Drina al Vístula. Lecturas centroeuropeas (Báltica, 2023), Mercedes Monmany nos ofrece un homenaje a más de treinta escritores muy diferentes de distintos países centroeuropeos. Especializada en literatura europea contemporánea, Monmany ha escrito entre otros libros una trilogía publicada por Galaxia Gutemberg, y compuesta Por las fronteras de Europa (2015). Ya sabes que volveré (2017) acerca las tres grandes autoras que murieron en Auschwitz: Irène Némirovsky, Gertrud Kolmar y Etty Hillesum. Por último, Sin tiempo para el adiós (2021), acerca de los Exiliados y emigrados en la literatura del siglo XX, como afirma el subtítulo.

Sin ahogarnos en datos históricos, Monmany introduce en su libro a los grandes clásicos de la literatura centroeuropea como Milan Kundera, Czeslav Milosz o Ivo Andric referentes esenciales de una Europa literaria no muy conocida por el lector español.

 

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Desde un punto de vista histórico, es el escritor ucraniano y galitziano Yuri Andrujovich (1960), el que escribe que el destino de Europa Central es sobrevivir entre alemanes y rusos. Un ejemplo de ello puede ser la región de Galitzia, ahora ucraniana, y antes rusa, polaca y austrohúngara. Una zona fronteriza y tierra de grandes escritores, pero también de grandes disputas. Sin embargo, el intento de tolerancia, civilización y convivencia entre las diferentes nacionalidades de los Balcanes que impulsó el imperio austrohúngaro fue dinamitado por los nacionalismos ansiosos de tener un Estado propio. El resultado fue que muchos, a la vista de lo ocurrido después, como el genial escritor galitziano Joseph Roth, se sintieron huérfanos una vez desaparecido.

Pero, ¿de qué nos hablan estos escritores centroeuropeos?

Si la frontera es importante, la dimensión mítica lo es también. Tenemos al polaco Sergiusz Piasecki (1897-1964) antiguo contrabandista y autor de una de las mejores novelas de todos los tiempos escritas sobre las zonas fronterizas: El enamorado de la Osa Mayor y que tiene como centro la vida alrededor de esas líneas siempre móviles y disputadas, entre personajes rebeldes, salvajes e inolvidables.

 

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Pero tampoco pueden faltar los asuntos éticos como hace en su obra el poeta polaco Adam Zagajewski  (1945-2021), premio Princesa de Asturias de 2017. Las consideraciones morales son un intento de mantener la bandera de la dignidad humana incluso en épocas abominables que él conoció de primera mano al tener que exiliarse de la Polonia comunista, en 1982. Otra poetisa polaca, Premio Nobel de Literatura 1996, Wislawa Szymborska, (1923-2012) se caracteriza por algo que también suele ser común en la literatura centroeuropea, como es el sentido del humor y la ironía.

Como es lógico, el peso de la historia también es otro pilar importante. Jósef Czapski (1896-1993) tiene un espléndido relato autobiográfico sobre la liquidación de quince mil militares polacos por los soviéticos en las fosas de Katyn en 1941. Pero hay realidades que destacan mejor en clave metafórica, como hace Marek Bienczyk en El manicomio, sobre la historia de un manicomio durante la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial, metáfora de una situación que en la novela es vivida como un sueño con pesadillas recurrentes. Pero que también es una historia de amor.

Tampoco se olvida el Holocausto. Hay autores que sobrevivieron a los campos de exterminio nazis como el escritor húngaro Imre Kertész, el rumano Norman Manea, los checos Jiri Weil y Arnost Lustig y el escritor galitziano Jósef Witlin que escribió una memorable evocación de su Lvov natal y de su amigo Joseph Roth.

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Witlin fue víctima de la prensa antisemita polaca en los años treinta. El antisemitismo siempre tuvo en la Europa del este uno de sus bastiones debido a la numerosa población de origen judío. Incluso se podría hablar de un antisemitismo de Estado, fuesen nazis o comunistas, como denunció el escritor serbio Danilo Kis en su Lección de anatomía.

De los años del comunismo, tenemos una colección de novelas memorables, como la narración de iniciación de Szilard Borbély Los desposeídos. En ella un niño nos cuenta su vida en primera persona en un pueblo húngaro de campesinos en los años sesenta, entre penalidades sinfín y un naturalismo desgarrador y que condensa la trágica historia húngara del siglo XX. Del recuerdo de aquellos totalitarismos surge el polaco Andrzej Stasiuk (1960) que junto al ucraniano Yuri Andrujovich en su ensayo Mi Europa han dejado el testimonio de la descomposición de los lugares, el feísmo y las ruinas de lo que nadie desea recordar.

De las novelas fantasmagóricas y calidoscópicas de Mircea Cartarescu (1956) sobre el pasado presente, pasaremos a las guerras de los Balcanes, de la mano del escritor bosnio Faruk Sehic (1970) que en Las aguas tranquilas del Una cuenta la guerra como un clásico moderno.

 

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La croata Dubravka Ugresic (1949) trata en El ministerio del dolor el exilio de los muchos refugiados del este en Europa Occidental, y lo que supuso para ellos. Pero hubo otros exiliados, como el escritor búlgaro Georgi Márkov (1929-1978), autor de una despiada sátira sobre los intelectuales vendidos al poder, Retrato de mi doble, que no tuvieron tanta suerte y fue asesinado en Londres por agentes del servicio secreto búlgaro con un paraguas envenenado.

El viaje termina en Ucrania con Andréi Kurkov, nacido en 1961 en Leningrado, pero que ha vivido todo el tiempo en Kiev. En su maravillosa fábula Muerte con Pingüino, Kurkov, el protagonista de la novela, es un escritor indolente al que al pasar por el zoológico de Kiev adopta un pingüino porque no lo pueden alimentar, como les ocurre con otros animales. El pingüino resulta ser depresivo. De paso, un periódico sensacionalista le encarga de escribir necrológicas adelantadas de gente que empieza a morir de forma sospechosa a manos de bandas mafiosas, y la hija de un nuevo conocido, completa el trío en un periplo delirante por la Ucrania poscomunista.

En Orfanato, Serhiy Zhadan (1974) narra la historia de un joven maestro descreído y apolítico, Pasha, que viaja durante la primera guerra del Donbás para rescatar a un sobrino internado en un orfanato que se encuentra en primera línea de frente. El escenario es apocalíptico. De todo esto y mucho más trata la espléndida literatura centroeuropea y que, como escribió Milan Kundera y cita Mercedes Monmany en su magnífico ensayo, se caracteriza por “grandes situaciones comunes que reúnen a los pueblos, dentro de fronteras imaginarias y siempre cambiantes, y en cuyo interior subsisten la misma experiencia, la misma comunidad de tradición”.

  

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