Vivimos un cambio en la política donde la intolerancia, el matonismo, la mendacidad, la vulgaridad son el pan de cada día y el civismo es algo que cada día es más raro. ¿Cómo podemos restaurar un clima saludable? No hay una respuesta fácil, pero algunas figuras históricas ofrecen ejemplos edificantes. El que propongo puede parecer improbable, pero transformó el clima de su época: Voltaire, el filósofo francés que movilizó el poder de los principios de la Ilustración en la Europa del siglo XVIII.
Para quienes lo descubren por primera vez, Voltaire puede parecer una curiosidad histórica. Su peluca arcaica y su ingenio libertino parecen pertenecer a un rincón olvidado del pasado. Además, se le puede considerar un conservador. Se ganó el favor de los poderosos, especialmente de Luis XV. Estaba tan profundamente comprometido con el sistema cultural desarrollado por el anterior gobernante de Francia, Luis XIV, que hoy no pasaría ninguna prueba de corrección política. Y Voltaire se oponía a la educación de las masas porque, decía, alguien tenía que cuidar los campos.
Así que olvídate de la peluca. Pero considera el ingenio. Nada funciona mejor que el ridículo para reducir a los fanáticos. «Nunca he rezado más que una sola plegaria a Dios», escribió Voltaire, «una muy corta: ‘Señor, haz ridículos a mis enemigos’. Y Dios me la concedió». La primera de las dos armas más poderosas de su arsenal era la risa: «Hay que poner la risa de nuestro lado», instruía a sus tropas auxiliares en los salones de París.
Sin embargo, el ingenio puede sonar elitista, y Voltaire cultivó la élite, especialmente en su juventud, cuando celebraba la riqueza, el placer y las cosas buenas de la vida. Su poema «Le Mondain», escrito en 1736, es una apología del lujo mundano: «lo superfluo, algo muy necesario», escribió, en oposición al ascetismo cristiano.
Ese era Voltaire, el joven libertino. Pero ahora, en nuestra crisis contemporánea, propongo que nos fijemos también en Voltaire el viejo airado. Fue en su vejez, durante las décadas de 1760 y 1770, cuando esgrimió su segunda y más poderosa arma, la pasión moral.
En 1762, Voltaire conoció un caso de asesinato judicial. El Tribunal supremo de Toulouse había condenado a un comerciante protestante, Jean Calas, a ser torturado y ejecutado por haber matado supuestamente a su hijo, que había pretendido convertirse al catolicismo. No sólo las suposiciones eran erróneas, sino que pruebas contundentes apuntaban a la inocencia de Calas.
Para Voltaire, el caso representaba el ejemplo de las atrocidades que se habían infligido a los protestantes durante dos siglos. Habían sido masacrados, expulsados del país, obligados a convertirse al catolicismo y privados de sus derechos civiles, incluido el de contraer matrimonio y heredar bienes dentro de la legalidad. Más allá de la persecución de los protestantes, Voltaire veía intolerancia en general, y más allá de la intolerancia, barbarie.
Voltaire echó mano de la pluma. Compuso el «Tratado sobre la tolerancia», una de las mayores defensas de la libertad religiosa y los derechos civiles jamás escritas. También escribió cartas, cientos de ellas, a todos sus contactos en la élite del poder -ministros, cortesanos, líderes de salón y colegas filósofos-, trabajando de arriba abajo y manipulando los medios de comunicación de su época con tanta habilidad que creó un maremoto de opinión pública, que acabaría conduciendo al reconocimiento de los derechos de los protestantes en 1787, nueve años después de su muerte.
Voltaire terminaba muchas de esas cartas con un grito de guerra: «Écrasez l’infâme» – «Aplastad lo infame». Para él, el significado de «l’infâme» podía extenderse desde la intolerancia hasta la superstición y las injusticias de todo tipo. La noción opuesta de tolerancia se difuminaba en valores más amplios, incluido el civismo, la virtud que tanto necesitamos hoy y que Voltaire identificaba con la civilización. Voltaire veía el triunfo de la civilización sobre la barbarie como el bien supremo inscrito en el proceso histórico.
Así que nada como leer esta biografía de Voltaire de Martí Domínguez que luchó contra el exilio y la censura, fue encerrado en La Bastilla sin juicio, y tuvo como enemigos a n Luis XV y Federico II, aunque también gozó de periodos de paz y amor. Pero mas allá de avatares y obras, Voltaire fue, el primer escritor libre intelectual y económicamente.