Gerhard Richter, Hombre derribado (1), 1988
La Fundación Louis Vuitton de París dedica del 17 de octubre de 2025 al 2 de marzo de 2026, una gran retrospectiva —la más ambiciosa de su carrera— con más de 250 piezas que abarcan desde sus inicios hasta sus creaciones más recientes al pintor Gerhard Richter, (Dresde, 1932), y considerado uno de los artistas vivos más importantes del mundo. A lo largo de más de seis décadas, su obra ha desafiado los límites de la pintura, cuestionando constantemente qué significa representar la realidad.
A los 93 años, Richter sigue activo. Aunque en 2017 anunció que había realizado su última pintura, no se retiró del arte: continuó con dibujos, acuarelas, esculturas y obras en vidrio. Su dedicación a la pintura fue total, como demuestra el título de su libro de reflexiones La práctica cotidiana de la pintura. Hoy, su legado artístico no solo abarca miles de obras, sino también un pensamiento que redefine el papel del arte en tiempos marcados por la violencia, la memoria y la incertidumbre.
Richter nació en una familia de clase media: su padre era profesor y su madre, librera. Su infancia estuvo marcada por la ascensión del nazismo y la guerra. A los diez años, se le obligó a ingresar en las Juventudes Hitlerianas. Dos de sus tíos murieron en el frente, y su tía Marianne, que padecía esquizofrenia, fue asesinada en el programa de eutanasia nazi conocido como “T4”. Décadas después, Richter la inmortalizaría en una de sus pinturas más conmovedoras, Tía Marianne (1965).

Gerhard Richter, tía Marianne, 1965
La guerra dejó huellas imborrables. Dresde, su ciudad natal, fue destruida en los bombardeos aliados de 1945. Tras el conflicto, la familia quedó atrapada en la zona controlada por la Unión Soviética, y Richter creció bajo el régimen comunista de la Alemania Oriental. Allí estudió pintura en la Academia de Bellas Artes de Dresde, donde aprendió el estilo oficial del «Realismo Socialista», centrado en exaltar los valores del Estado. Sin embargo, Richter pronto sintió la necesidad de buscar una expresión más libre.
El descubrimiento del arte moderno occidental fue una revelación. Durante una visita a la exposición Documenta II, en Kassel, en 1959, vio obras de Jackson Pollock, Lucio Fontana o Jean Fautrier, y comprendió que su camino estaba en el otro lado del Muro. Poco antes de su construcción, en 1961, Richter huyó con su esposa a Alemania Occidental.
Ya instalado en Düsseldorf, Richter ingresó en la Academia de Arte, donde conoció a Sigmar Polke y Konrad Lueg, con quienes fundó el «Realismo Capitalista». Este movimiento, inspirado en el Pop Art americano pero con un tono más crítico, ironizaba sobre la sociedad de consumo y el contraste entre el capitalismo occidental y el socialismo oriental.

Reiner Ruthenbeck, fotografía de “Vivir con el pop: una demostración del realismo capitalista”, una performance de Gerhard Richter y Konrad Lueg, 1963
Las primeras obras de Richter, como Mesa (1962), se basaban en fotografías tomadas de revistas. A partir de estas imágenes triviales, pintaba lienzos que luego distorsionaba o borraba parcialmente. Así nació una de sus técnicas más características: el difuminado, con el que hacía que las imágenes parecieran borrosas, como recuerdos a punto de desaparecer. Este gesto, más que estético, era una reflexión sobre la fragilidad de la memoria y la imposibilidad de representar el pasado con total claridad.
En los años sesenta, Richter abordó temas como la guerra, la familia o la vida cotidiana. Retrató a su tío Rudi vestido de uniforme nazi, aviones de combate, edificios anodinos y escenas domésticas. En Ema (Desnuda en una escalera) (1966), pintó a su esposa descendiendo una escalera, un homenaje contemporáneo a Duchamp. Estas obras consolidaron su reputación como uno de los artistas más innovadores de su tiempo.

Gerhard Richter, Gudrun, 1987
Entre la abstracción y la realidad
Durante su carrera, Richter alternó dos lenguajes: la pintura figurativa basada en fotografías y la abstracción pura. En ambas exploró la tensión entre lo visible y lo oculto. Sus “Cartas de color”, inspiradas en muestrarios de pintura, reducían el arte a combinaciones aleatorias de tonos; mientras que sus paisajes y marinas evocaban la tradición romántica alemana, recordando a Caspar David Friedrich.
El difuminado se convirtió en su sello visual. Al arrastrar el pincel o la espátula sobre el lienzo, lograba un efecto de movimiento que desdibujaba los contornos y sugería el paso del tiempo. Este procedimiento alcanzó su máxima expresión en las pinturas abstractas que desarrolló desde los años ochenta, en las que capas sucesivas de color eran aplicadas y raspadas una y otra vez hasta crear superficies vibrantes y llenas de profundidad.
Richter también experimentó con otros medios: fotografías pintadas, esculturas de vidrio y el monumental Atlas, un archivo en continua expansión donde reúne recortes, bocetos y materiales visuales que documentan su proceso creativo.
Gran parte de la obra de Richter puede entenderse como un intento de reconciliar el arte con los traumas del siglo XX. En 18 de octubre de 1977 (1988), un conjunto de quince pinturas grises, abordó el suicidio —o asesinato— de los miembros de la organización terrorista alemana Baader-Meinhof. Lejos de glorificarlos, Richter exploró el fracaso de toda ideología violenta y la imposibilidad de representar el horror sin distorsionarlo.

Gerhard Richter, Yuxtaposición 2, 1988
Otra obra emblemática es Septiembre (2005), inspirada en los atentados del 11-S. En ella, las torres gemelas aparecen envueltas en humo, casi disueltas por el difuminado, como si el acto de pintar fuera también un intento de comprender lo incomprensible.
A lo largo de su vida, Richter ha insistido en que la pintura debe ser una búsqueda de verdad, pero sin pretender alcanzarla. “Mis pinturas son más sabias que yo”, ha dicho. Esa modestia, unida a una inteligencia pictórica excepcional, lo ha convertido en una figura esencial para comprender la relación entre arte, historia y memoria.
En los últimos años, Richter ha explorado el vidrio como material escultórico y arquitectónico. Su proyecto más conocido en este campo es la ventana de la Catedral de Colonia (2007), compuesta por más de 11.000 piezas de vidrio de distintos colores dispuestas al azar. La obra, que mezcla rigor geométrico y azar, resume la tensión entre orden y caos que atraviesa toda su trayectoria.

Gerhard Richter, Dos esculturas para una habitación de Palermo, 1971
Un legado inagotable
La retrospectiva de 2025 en la Fundación Louis Vuitton muestra la amplitud de su obra: más de 275 piezas entre pinturas, esculturas, fotografías y dibujos, abarcando desde 1962 hasta 2024. Organizada cronológicamente, permite seguir la evolución de un artista que ha sabido reinventarse sin cesar.
A lo largo de su vida, Gerhard Richter ha vivido los extremos de la historia alemana: el nazismo, el comunismo, la Guerra Fría y la reunificación. Su arte, sin embargo, se mantiene al margen de la propaganda o la ideología. Su verdadera preocupación ha sido siempre la mirada: cómo vemos, qué recordamos y cómo el arte puede dar forma a lo que el tiempo tiende a borrar.
A sus más de noventa años, Richter no ha dejado de experimentar. Su obra sigue interrogando la capacidad del arte para reflejar —o quizás transformar— la realidad. Por eso, más que preguntarnos si es “el artista más grande de nuestro tiempo”, quizá deberíamos reconocerlo como el que mejor ha sabido pintar la duda y la memoria de un siglo. (Texto de los organizadores)
Comisarios de la exposición: Dieter Schwarz et Nicholas Serota

Gerhard Richter, Autorretrato, tres veces, 24/01/90, 1990
Más detalles concretos de la exposición: https://www.fondationlouisvuitton.fr/fr/evenements/exposition-gerhard-richter