Café la Consigne. Damián Flores
Desde los comienzos de su carrera pictórica en los ya lejanos días de Caballo de Troya y Seiquer, la obra de Damián Flores, realizada desde la figuración más moderna, refleja un itinerario cuya cartografía se interpreta a la luz de la literatura y de la arquitectura, de las letras y de las formas.
Es una poética que se ha desplegado desde hace décadas mediante un ejercicio de memoria, de investigación y de construcción de un universo histórico y literario. Un mundo que tiene como escenario a La Habana caribeña y vanguardista; a la Galicia mágica y moderna, de Cunqueiro y de Álvaro Siza, el vecino portugués; a la pessoiana Lisboa, a la académica Italia, donde se acerca a los metafísicos bien vía Roma o Florencia; al morandiano Nueva York y, sobre todo, a Madrid, al Madrid “plateado” y racionalista del Arte Nuevo que habría de desaparecer en 1936 a golpe de “quince y medio”, de quien se ha convertido en interprete y a quien convierte en referente de su pintura.
Ramón ante el Pombo. Damián Flores.
En el universo artístico de Damián Flores, junto a una labor de documentación preparatoria, se percibe una rotunda presencia de la literatura, de lecturas sucesivas, que le permite reconstruir entornos narrativos y realidades de un amplio grupo de escritores admirados –algunos un tantos secretos con los que realiza una labor de rescatador de raros–, llevando a cabo un ejercicio creativo que también tiene mucho de literario. Este interés se ha traducido en una de las más conocidas, exitosas y personales poéticas del artista que por medio del muy clásico género del retrato, homenajea a arquitectos, músicos y cineastas, pero por encima de todo a escritores. De esta forma, y por citar solo algunos, el artista ha retratado a Paul Morand y Le Corbusier, a García Mercadal y Luis Martínez Feduchi, a Gropius y Corpus Barga, a Adolf Loos, Jorge Luis Borges, Kostantín Mélnikov, Azorín, Erik Satie, Edgar Neville, Josep Pla, Julián Ayesta, Gonzalo Torrente Ballester, Valery Larbaud o Miguel Torga. Todos ellos retratados junto con elementos literarios alusivos como el contexto veneciano en que aparece junto a Morand, la arquitectura racionalista que acompaña a Le Corbusier y a García Mercadal, el duro paisaje pétreo de Tras-os-Montes en el que sitúa al portugués Torga… Todas ellas unas obras que a veces remiten al cuadro dentro del cuadro y que dan a un genero tradicional como es el retrato una dimensión más amplia, renovándolo.
Lecorbusierismo. Damián Flores.
Un paso más, y de mayor implicación, en esa vinculación entre la literatura y la pintura que alienta en la obra de DF tuvo lugar cuando participó en el arriesgado proyecto que tenía como objetivo plasmar el complejo mundo de la literatura de Patrick Modiano. Un proyecto que vio la luz por medio de una exposición colectiva celebrada en la recordada Galería José R. Ortega, titulada “Geografía Modiano”, en la que el artista se ocupó del mundo de la Ocupación y del París sesentero en que se desarrolla la obra del ahora Nobel Modiano. Culminando la innovación iniciada poco antes con obras dedicadas al cine y a la Gran Vía, Damián Flores realizó un trabajo sorprendente con el mundo del escritor parisino que incluso tuvo repercusión fuera de España, pues Pierre Assouline al seleccionar dos de sus obras supo ver la capacidad de Flores para recoger el ambiente inaprensible y neblinoso del mundo Modiano.
Las tijeras de Ramón. Damián Flores.
No es de extrañar que recientemente, con ocasión del ciclo de conferencias “Ramón en sus ciudades”, celebrado en el madrileño Museo de Arte Contemporáneo Conde Duque (MACCD) a instancias de su director Eduardo Alaminos, ahora ya otro añorado, y de quien firma estas líneas, Damián Flores haya sellado de forma definitiva la especial y brillante relación de su pintura con la literatura, con su literatura.
Dentro del ciclo de conferencias dedicado a Ramón Gómez de la Serna y las urbes que marcaron su vida y obra –si es que en el caso del escritor madrileño es posible separar estos tres elementos– intervino Damián Flores desde el ámbito del arte con una brillante y original “Conferencia Plástica” con la que remató, explicándola de forma harto ramoniana y artistica, una sorprendente y magnifica exposición de veinte óleos, dibujos y obra gráfica de técnica tan personal como los estarcidos, dedicada a ilustrar el cosmos urbano de Gómez de la Serna formado por Madrid, París, Napoles, Estoril, Lisboa y Buenos Aires, como satélites más destacados. En cada una de las obras expuestas, DF ha procurado mostrar el entorno literario del escritor, aquellos lugares que constituyen el escenario que desfila por sus obras y que forman su universo literario, siempre a partir de una lectura personal, de una visión propia de la obra del escritor.
El fantasma de Ramón. Damián Flores.
Y es que el artista en su exposición del mismo titulo que el ciclo -”Ramón en sus ciudades”– ha sabido ahondar en la literatura ramoniana y representarla con maestría, recogiendo sus propias preferencias y poéticas. Así lo muestran obras tan singulares como la titulada “El fantasma de Ramón”, en la que aparece el velador del Café de Pombo en el que a veces trabajaba pero en este caso vacío, solo con una botella y unas cuartillas, señalando de esta manera su ausencia tras el exilio argentino así como la desaparición del propio Café, en el que siempre estuvo presente su espíritu. Protagonismo de la “Sagrada Cripta” del Pombo que se repite en el esplendido retrato de Ramón, estirado como hacen todos los bajitos, con su bastón y su pose de figurín, ante el mítico café de la calle Carretas, resaltando su relación con un Café que hace de epítome de Madrid. Una muestra de pintura-literatura que recoge sin casticismos localistas de postal, como hace el propio Ramón, los elementos que definen a lo madrileño como ese farol y esas puertas de madera que guardan el establecimiento. Un Pombo que también está presente en dos dibujos, uno, en el que DF homenajea a José Gutiérrez Solana al reinterpretar su tertulia del Pombo con unos personajes –Picasso, Marie Laurencin, los Delaunay, Buñuel, Larbaud, Dalí…– que nunca estuvieron reunidos, y otro en el que reúne a los conferenciantes del ciclo retratados al modo solanesco, ya siempre identificado con el grupo pombiano.
Ramonismo. Damián Flores
Sin duda, en esta exposición del MACCD Damián Flores se ha acercado al escritor madrileño en estado de gracia y seguro de su trabajo, pues los retratos que forman parte de la exposición son a cual más interesante y acertado. Una conexión que se muestra en el apogeo de la sencillez de una tinta sobre papel, en la que la pipa, el flequillo y una “R” que sustituye al ojo –hay una versión aun más simple pero no menos sugerente, en la que ni siquiera existe la inicial ramoniana– retratan al escritor de manera exacta, y en el retrato audaz, otra tinta, en el que unas enormes tijeras le enmarcan a modo de gafas, un verdadero hallazgo. Aun más interesantes son los dos extraordinarios retratos gemelos y de cuerpo entero –“Ramón de medio ser” y “Ramón de negro”– que remiten al Ramón más pletórico, el de los años veinte, cuando dictaba conferencias a lomos de un elefante o en un trapecio, circunstancias que también recoge DF en sendas obras expuestas.
Ramón de medio ser. Damián Flores.
Todas estas obras señalan la vinculación del artista con el escritor, el acierto de la mirada que ha dirigido el pintor a la persona y a la obra de Ramón, pero también insisten en su relación con la literatura. Una conexión que se manifiesta especialmente en los escenarios del Madrid de Ramón como sucede con el retrato en el que aparece en la Plaza Mayor con las arcadas de fondo, y en el tondo de la siempre bulliciosa Puerta del Sol, un lugar esencial en la literatura ramoniana en el que Flores incluye guiños al metro –una muestra de la modernidad madrileña a la que un admirador del maestro, Alfonso Jiménez Aquinio, dedicó una plaquette de greguerias– y a la más clásica librería Pueyo, o en las obras dedicadas al Rastro. Es este uno de los espacios esenciales del mundo de Ramón que ha recogido Damian Flores en una vista muy sutil de la plaza del Campillo Nuevo, en la que el artista muestra su interés y capacidad para modernizar el paisaje, y en un misterioso e inquietante óleo en el que la muñeca que acompañaba al escritor en su despacho, no sabemos que pensaría de ella Luisa Sofovich, aparece junto con otros cachivaches en un banco del Rastro, donde la han dejado unos milicianos cenetistas –gorro rojinegro y mauser en la mano– tras saquear su casa de la calle Villanueva después de su marcha a Argentina. Un destino idéntico al seguido por otras casas como la de Giménez Caballero o, luego, la de Juan Ramón Jiménez. Atmósfera espesa del verano madrileño del 36 que el artista ha sabido recoger para señalar el destino de Ramón y de las piezas de su despacho, vueltas a ese sumidero de la urbe que es el Rastro del que habían salido.
Ramón de negro. Damián Flores.
Es el despacho de Ramón un espacio verdaderamente esencial en su vida, un microcosmos personal al que Juan Manuel Bonet y Eduardo Alaminos han dedicados textos ya imprescindibles, y cuyo emplazamiento más destacado fue el Torreón de Velázquez esquina Villanueva, donde hoy campea el hotel Wellington, una ironía de nombre pues está situado a dos pasos de la manufactura de porcelana del Buen Retiro fundada por Carlos III, que el inglés ordenó destruir al entrar en Madrid en 1812 porque hacía competencia a las piezas de la fabrica británica de Wedgwood. Ese torreón, hoy tan desparecido como el despacho que albergaba, lo ha rescatado Damián Flores en una labor tan literaria como de investigación, pintándolo en una noche madrileña en la que solo luce, iluminada, la ventana del despacho en el que, insomne y grafómano, trabaja el escritor en el mundo que formaba wunderkammer. Remata el artista la fundamental relación Ramón-Madrid con el dibujo de un extraño chalet de las Rosas, en el que el castizo y siniestro Landrú de Ciudad Lineal enterraba a sus víctimas en un suburbio burgués e higienista.
Chalet de las rosas. Damián Flores.
Después de Madrid, Damián Flores se vuelve primero hacia Estoril, para pintar la casa del famoso y enorme ventanal que le sirvió de efímero despacho, y luego a Nápoles, donde sitúa al escritor con su indumentaria madrileña ante las ruinas pompeyanas con un aire algo profesoral, convirtiéndole en una mezcla de viajero del Grand Tour y de miembro del crucero de la Residencia de Estudiantes por el Mediterráneo realizado en 1933 que ha contado Julián Marias. Una imagen que aúna algo muy propio del escritor: vanguardia y clasicismo. No podía faltar en la exposición del artista de Belalcázar una de las urbes esenciales en el universo Ramón como es París. Allí, a la meca de la modernidad le ha llevado Damián Flores, sentándole en la terraza del Café La Consigne que se encuentra como no podía ser menos en el hispanizado boulevard Montparnasse, colonizado por emigrados de talento. Una obra compleja resuelta con efectividad y brillantez en la que aparece un Ramón joven, como corresponde a sus viajes parisinos, escribiendo delante de una cartelería en la que Damián Flores ha reunido, en un guiño excelente, diferentes ismos del imaginario ramoniano como, el klaxismo evocado gracias al Bibendum de Michelin, el simultaneismo que convoca el apellido Delaunay, el charlotismo con la figura del cómico Chaplin, el picassismo con el cartel de una exposición de Picasso, del circo y del ramonismo, presente mediante un anuncio de las greguerias. Una gran obra sin duda que muestra el cosmopolitismo del escritor y su poética vanguardista en una ciudad clave.
Ramón en Buenos Aires. Damián Flores.
Por ultimo, queda Buenos Aires, la urbe austral en la que Ramón vivió casi tres décadas mirando a Madrid desde el balcón de aire lecorbuseriano del número 1974-1976 de su casa de la calle Hipólito Irigoyen. El mismo Ramón, envejecido y melancólico, y el mismo edificio racionalista que ha recogido Damián Flores en un magnifico tondo que resume la realidad del escritor, la soledad añorante que le convierte en un extraño en la ciudad. Un extrañamiento vital que recoge la tabla “Ramón en Buenos Aires”, obra inquietante, desasosegante, en la que el artista le retrata en una avenida de la ciudad con un aire ausente, fantasmagórico, diríamos que invisible, entre la muchedumbre de la urbe austral. Un retrato complejo, raro por su singularidad, en el que parece que Ramón no está; en el que el artista nos dice que en realidad nunca ha dejado su Madrid, donde aun vivía con el pensamiento. Unas pinturas las bonaerenses dedicadas al declive del creador de las greguerias a la que le sigue una última, que cierra la muestra, que representa la fachada del Café Victoria, una suerte de fotografía de Horacio Coppola coloreada, que parece sugerir la presencia del escritor en su interior.
Café Victoria. Damián Flores.
Con esta exposición en el MACCD, tan exigente para el artista como muy novedosa en el contexto artístico madrileño, Damián Flores confirma la vinculación esencial de su pintura con la literatura desde un plano original y complementario, distinto del clásico ut pictura poesis y de la que Juan Manuel Bonet ha llamado la “doble militancia,” una relación clásica a la que Enrique de Andrés no ha mucho ha dedicado una esplendida antología poética. Ahora no se trata de un artista que escribe, que bien pudiera hacerlo, ni de un escritor que pinta, sino de la fusión de dos manifestaciones en términos de complementariedad. Estamos ante un artista que sabe que lo es por encima de otras inclinaciones, pero que cree en la comunicación entre las actividades artisticas y la escritura y que desde hace unos años ha encontrado en lo literario y en lo arquitectónico una vía de expresión para una obra que contiene un relato. Este contenido narrativo, que no debe confundirse con la mera ilustración, estas referencias a universos diferentes por medio de la pintura, unido a la capacidad técnica de un artista en plena madurez, cuyo mundo cultural es tan notable como alejado de toda impostación, es lo que permite abordar proyectos complejos con resultados tan sólidos como novedosos. Y es que la tan denostada figuración y la pintura, ahora considerada tan antigua en el mundo de lo digital, cuando esta realizada con dedicación, criterios y conocimientos dan lugar a resultados como los alcanzados por Damián Flores con su trabajo dedicado a las ciudades de Ramón.
El torreón. Damián Flores.