Foto de Gérard Uféras
Néstor Díaz de Villegas (Cuba, 1956) estudiaba el tercer curso de pintura en la Academia San Alejandro, de La Habana, pero el gusto por los significados ocultos y las travesuras literarias dieron con sus huesos en la cárcel a los dieciocho años. Una Oda a Carlos III, cuyo nombre iba a ser “desclasificado” del callejero de La Habana en honor de Salvador Allende, fue el responsable junto a un Poder insatisfecho de prohibir solo el poema y decidido a cancelar también al autor. Fue el comienzo de una voz poética irreverente y erudita, entremezclada de referencias clásicas, estéticas variadas y una resistencia a las narrativas impuestas. Unas características que le han convertido en el poeta más interesante de las letras cubanas.
Estuvo preso cinco años y fue expulsado a Estados Unidos con la crisis de los marielitos, pero su interés poético y vital trasciende el exilio “clásico” y se incrusta en los espejos de este siglo XXI. Vivió en Miami, como no, pero también en Los Ángeles, y en mil sitios más. La «desviación ideológica» de la que fue acusado por su conducta juvenil, se puede ampliar a una vida que siempre fue una huida con múltiples requiebros y donde los intereses se amplían hacia el futuro.
En Los Ángeles, rodeado del brillo de la cultura pop estadounidense, florece en mil saberes, a cada cual más enloquecido y placentero. Convertido en el hombre que atraviesa fronteras mientras escribe sonetos a modo de videoclips que filman la irreversible decadencia que nos aqueja a todos, pero con el sarcasmo ultramoderno de una sabiduría poética excepcional.
Díaz de Villegas es difícil de resumir, y eso es precisamente lo que me gusta y que leerlo sea un placer. Sus diez libros de poesía (La editorial Bokeh ha recopilado su poesía escrita desde 1975-2015 y para los que viven en Madrid pueden encontrar libros de su obra en la librería @arenales.libreria) son extensos y ricos tapices de referencias y rebeldías, desórdenes que no pueden eludir el orden. Invocaciones a Caravaggio y McDonald’s y sonetos de remembranzas quevedescas. Su obra desafía la linealidad. Es lo moderno en horma antigua como dice en su poema Catibía. Mezcla las escrituras sagradas con lo actual. Su poesía abre horizontes visuales, baila en tugurios adornadas de pedrería y joyas falsas. En su mundo, la sátira no es una máscara, sino un rito sagrado que nos conduce a trazar el mapa de un enigma.
O por decirlo con palabras de Díaz de Villegas: “mi poesía está hecha de esas confusiones, y a veces creo que quien no hable mi idioma bárbaro no podrá entenderla. Pienso en barbarismos. A cada frase, debo traducir mentalmente en dos direcciones opuestas el contenido de mis ideas”.
Leemos “La destrucción por el soneto. Sobre la poética de Néstor Díaz de Villegas” de Jorge Brioso (La Habana, 1965), catedrático de literatura hispanoamericana en el Carlton College, que explica haberse interesado por la obra de Díaz de Villegas porque es el poeta cubano “que reúne experiencias límites como la prisión, el exilio, la adicción, la enfermedad y el vérselas cara a cara con la muerte y que descubren su mejor expresión”.

Néstor Díaz de Villegas (izqda) y Jorge Brioso (drcha)
Los poemarios de los que se ocupa este libro configuran un núcleo en la biografía de su autor. Vida Nueva, de 1984, está relacionado con la libertad, el exilio y el renacer; Vicio de Miami, de 1995, la adicción, el contagio y la enfermedad; Confesiones del estrangulador de Flagder Street, de 1998, con la muerte y la resurrección.
Afirma Brioso que la escritura de un ensayo sobre un autor vivo exige también incluir su voz, más allá de la que aparece en la obra publicada, por lo que dialogó con Néstor Díaz de Villegas para “compartir mis perplejidades y descubrimientos. Introduje en el texto momentos de ese diálogo, que completo con una mínima antología”.
Néstor estuvo a punto de morir en 1995, víctima de una de las tantas enfermedades oportunistas asociadas al sida, y escribió Vicio de Miami, como alguien que estaba condenado a describir su propio fin.

Foto de Kamila K. Stanley
Mucha de su poesía está escrita en sonetos. “Para mí el soneto es como un videoclip, una forma de encapsular y darle forma al tiempo de la ciudad para alguien que vive deambulando y que casi siempre estaba high… El soneto me servía para componer en la cabeza cuando no atinaba a sentarme a escribi”, dice.
Sonetos donde habla de la transgresión y la violencia, el gozo y el duelo, la risa y el lamento funerario: “Sin el veneno del amor no canto:/necesito valor y vertedero, algo vulgar, algo violento y Santo”.
Brioso dice que la máxima que rige la obra de Díaz de Villegas es la de un idólatra que carga con las tablas de la ley. Ahora bien, ¿cómo trataría un idólatra las tablas de la ley? “Lo novedoso de lo que se plantea, el reto que se le impone al pensamiento es tener que concebir algo que le resulta inadmisible: quien planta la norma es un enamorado de lo que se desvía. El que trae el nomos a la ciudad es a la vez, el primer criminal que lo infringe”.
En su último poemario publicado en España Poemas inmorales (Pre Textos, 2022) Néstor Díaz de Villegas afirma que “una vez, en un antro, me pasé/ dos dedos, el índice y el del medio, / por los ojos: inventé el Disco…De estas confusiones debió salir un orden/ nuevo. El modelo estándar del/ ultrasufrimiento”.
En una época en la que la poesía a menudo puede parecer demasiado seria u oscura, Néstor Díaz de Villegas ofrece algo estimulante y diferente: una poesía irreverente y descaradamente viva. Nos recuerda que el exilio no es solo pérdida, sino también invención. Que el sarcasmo y la paradoja puede ser una forma de fe.
“De estas confusiones debe salir algo. / De estas confusiones debes salir/ un orden. Y ¿no es el orden/ lo mismo reflejado en lo mismo?”
Leer a Díaz de Villegas es participar en un diálogo arriesgado e inteligente, como exige hablar de los asuntos del alma en el siglo XXI. ¿Quién puede resistirse a eso?
“Toma una vida aceptar, /solo aceptar consume tantas horas. Conocerás paulatinamente/ el invierno, las hojas caídas, / si vienes de las zonas eternamente/ verdes, de los piélagos y las/ lomas. Toma una vida conocer/ el cierzo, y entender los pinos/ y sus formas. Los bosques transformados/ que se ahogan. Los lagos cuajados/ que se quejan. Las nuevas cosas.
Y luego, con esa materia, / con el fango bajo la suela y la nieve/ negra, con el sol en el lodo y el/ temblor de las piedras, poder decirlo/ en el poema. Decirlo te ha costado/ la vida. Y ya que eres otro, abandonarlo/ todo, descubrir otras selvas, saltar bajo otras ruedas/ abrirte en otros ojos.”
Resignación. (Poemas inmorales). Pre-Textos, 2024.