Joaquin Phoenix en Her. Warner Bros. Everett Collection

 

“Entre el vivir y el soñar/ hay una tercera cosa/ Adivínala”. Antonio Machado

 

¿Cómo será esa cosa que está entre el vivir y el soñar? ¿Será ese mismo espacio infinito que hay entre las palabras al que alude la película Her (Spike Jonze, 2013)? ¿Será una pausa en el tiempo? ¿O será que existe un revés en los pliegues de la realidad? Todo es verdad en un mundo posible. Por eso, justo en el momento en que la realidad se tiñe de gris, entre la penumbra que antecede a la noche y la que abre paso al amanecer, lo inaudito puede hacerse realidad. Algo debe intuir el viejo cuidador de la sala de trajes del Consistorio leonés cuando termina su jornada laboral, cierra la puerta con llave y, a partir de allí, los maniquíes se desperezan de la modorra del día, los personajes de los cuadros salen de los marcos y lo imposible cobra vida.

Eso es lo que Nieves E. Morán de Olenka (Buenos Aires, 1950) cuenta en su pequeño gran libro Entre el vivir y el soñar (Dunken, 2023). Puntualizo la palabra “cuenta” porque tal acción es lo que la escritora argentina hace de principio a fin, recuperar el oficio de la palabra hablada. A lo largo de sus páginas, la voz de la narradora omnisciente parece susurrar las historias de esos seres sin nombre ni apellido que pertenecen a un pasado irremediablemente desaparecido pero que parecen revivir sus rituales de miradas tristes y volver a repetir la eternidad todas las noches.

Entonces, con mirada cómplice, los lectores espiamos por las rendijas imaginarias a las jóvenes ruborizadas que esperan a sus pretendientes, o sentimos la aspereza de las manos curtidas de las lavanderas  que aceptan su destino irreversible de fregar al son de sus coplas. Incluso hasta podemos oler el aroma que dejaron tras de sí las majadas trashumantes resguardadas por el pastor y sus perros; porque la narración, si está escrita para ser escuchada, nos permite recrear con todos los sentidos. “Para contar hay que estar irremediablemente vivo”, afirma Ruth Sawyer.

 

Nieves E. Morán de Olenka

 

La oralidad presente en Entre el vivir y el soñar es un acierto que borra los límites de la ficción y la historia porque detrás de un relato imaginario se encuentra una indagación profunda en la cultura y las tradiciones leonesas presentes en los bordados, los trajes y los objetos que las constituyen y que la autora conoce en profundidad porque es su propia historia. “(A los personajes) me han atado los invisibles hilos de mi propio origen puesto que soy hija del río Luna, de la bella Omaña y del río Órbigo”, afirma. Y le creemos.

Dice John Berger en “Usos de la fotografía” que algunas imágenes son capaces de reconstruir no solo la línea de sentidos que hacen a la historia personal sino también las redes de sentido que conforman lo social. De modo tal que:

            “Hay algunas fotografías que en la práctica logran esto por sí mismas. Pero cualquier fotografía puede llegar a ser un ahora similar, si se le crea el contexto adecuado. Por lo general, cuanto mejor es la fotografía, más completo será el contexto que se le puede crear.

Dicho contexto vuelve a situar esa fotografía en el tiempo, no en su propio tiempo original, pues eso es imposible, sino en el tiempo narrado. Este tiempo narrado se hace histórico cuando es asumido por la memoria y la acción sociales”.

Por eso creo que en un momento como el actual donde el desinterés y el individualismo parecen haber ganado la partida, intentar reconstruir esa estructura significante que nos permite reconocernos como seres sociales hechos de historias en común es la alternativa más sólida para paliar el desencanto. Porque interrogarnos por el sentido es también recuperar la utopía.

 

Foto de Carolyn Drake