Literatura y humor
Entiendo la vida con sentido del humor. Tantas veces humor negro o fuera de lo común. Por ejemplo, y aunque no escriban, tanto Louis CK, como Capusotto además de Luis Álvaro, culminan en mí la mayor aproximación al placer que no conlleva una cuenta ahorro vivienda compartida, o aún peor, una hipoteca a cuarenta años. Las sobredosis de creatividad humorística de esos tres genios me elevan a los cielos. Y claro está, en los libros también existe el humor a espuertas. Me recuerdo leyendo a carcajada limpia, en aquellos años mozos atravesando Madrid en Metro, a través del Aquí somos así de Rafael Cerro. Pero antes, en octavo de EGB, descubrí al grandioso Tom Sharpe y su Wilt, ejemplo de humor inglés bien llevado hasta el límite. Y como con mis Super Humor de mis muy queridos Mortadelo y Filemón, las ocurrencias que se leen las disfruto tanto como las que se oyen y/o visionan. Otra novela trufada de ingenio que me elevó a los altares de la vida fue La conjura de los necios, la cual es de los pocos libros que he leído dos veces. Las carcajadas –esto aconteció en mis años chinos, entre Pekín y Shanghái– debieron llamar la atención del han, que muchas veces se me quedaba mirando como nosotros lo hacemos con los extranjeros que nos resultan extraños: “Mira, otro loco que hemos metido en nuestro país. Y además, legalmente”. Termino con una de Foster Wallace repleta de cinismo comprometido con tipos como yo, de los que nos fascina el descaro en su máxima expresión. Y me estoy refiriendo a su novela Algo supuestamente divertido que no volveré a hacer ambientada en su viaje a lomos de un crucero. Y por cierto, no es por publicitarme, pero la práctica totalidad de mis obras tuercen hacia el humor y el cachondeo. Y yo creo que esto tiene que ver con la influencia brutal de esta manera de escribir de autores soberanos como Ibáñez, Sharpe o Toole.

Libros de amores

En la extrema Cumbres borrascosas Emily Brontë explica a las mil maravillas a dónde conduce el amor cuando este desaparece: de la pasión a la obsesión, y de ahí a la venganza. Porque el amor, asiduo en nuestras vidas más o menos desde la adolescencia y hasta la muerte, ha dado para numerosas obras fabulosas, donde se explican los pormenores, milagros y consecuencias. Porque el amor, como cualquier otro asunto que necesitamos en nuestro día a día, genera turbulencias. Un buen ejemplo de ello, cuando Florentino Ariza y Fermina Daza se reencuentran, cincuenta años después, se dan cuenta de lo imposible de su pasión que tan bien nos narró Garcia Márquez en su El amor en los tiempos de cólera. Y como no sólo de novela vive el amor más puro y sincero, métase de lleno con Las flores del mal, de Baudelaire, para llegar a entender el salvajismo que nos puede llegar a aportar amar sin cesar, sin descanso. Amor, dolor. En Como agua como chocolate y Rayuela el amor también impera. Aunque dejo para el final dos libros que me afectaron, uno incluso personalmente: Stoner, de John Williams, donde la prosa incluso supera a la historia, y Doble Ictus, mi segundo libro, que a modo de memorias recientes, narra mi relación con una, por cierto, abogada criminalista, ahora que ese asunto está tan de moda entre series, televisión y youtubers.

Ficción extraña
–La denominada weird fiction –algo así como ficción extraña en una traducción mejorable– fue un subgénero que a finales del siglo XIX y el siguiente, consiguió generar adeptos en base a historias fantasmagóricas que se separaban del horror y la fantasía. Las clásicas revistas norteamericanas Pulpa acogieron este tipo de literatura, a la que muchísimas décadas más tarde Quentin Tarantino, a su modo y con su acento, elevó a los altares gracias a la película mundialmente conocida Pulp Fiction. H.P. Lovecraft y hasta Edgar Allan Poe fueron autores que encumbraron a esa extraña manera de contar las cosas, al menos en aquellos años. Los mitos de Cthulhu, obra de Lovecraft, y La caída de la casa de Usher, de Poe, son dos ejemplos muy concretos de la weird fiction. Aunque hay más. Sobre todo desde que en este siglo XXI renació la supuesta continuación de aquello, en este caso la new weird fiction, la cual ha metido en el mismo saco a autores para mí completamente desconocidos como M. John Harrison o China Mieville. Recuerdo ahora, con el paso de los años, cómo un amigo americano me comentó, tras enterarse cómo y lo que escribo, si lo mío, en realidad, no sería Literatura Weird.

Ilustración de Jarosław Jasnikowski
