Foto de Benita Suchodrev

 

Vengo ejercitando una actividad voluntaria de ralentización, es decir alimento la inactividad, busco la lentitud y fundamentalmente me opongo y lucho en contra de ir rápido. Me revelo ante la prisa. ¡Qué no me apuro! No quiero, me desgasta y me confunde. Me amontono, como me dijo una vez una joven lista y con humor.

La inercia general de la sociedad y de la vida desde hace bastante tiempo es ir corriendo, acelerados, es más, está bien visto; no tener ni un minuto, tener la agenda repleta son sinónimo de éxito, de estar solicitado, deseado, valorado y requerido. El estrés ha sido un cajón de sastre magnifico como carta de presentación en los gabinetes de psicología, tener estrés, era TENER, al fin y al cabo.

El sudoroso nerviosismo inicial, producto de pasar el trago en cualquier comienzo de trabajo psicológico, viene un poco protegido por el manto de algo socialmente bendecido y que se expresa a través de la frase: “vengo porque tengo mucho estrés”. Cosa que en absoluto es falsa, es el síntoma angustiante, que puede expresarse somáticamente, bajo úlceras de estómago, alopecias, dermatitis, colon irritable, ataques de pánico etc. Si no te paras tú, te para tu cuerpo.

 

Foto de Pieter D. Hoop

 

Decir que se padece estrés puede tener de bueno que facilita tirarse al charco terapéutico, con la dignidad intacta, porque tiene un nombre guay y dinámico que permite, al desasosegado paciente, poder comenzar un recorrido aventurado por el que va a explorar lo que más se quiere ocultar: las maldades, las carencias, los deseos mórbidos, los instintos asesinos, amores prohibidos y toda suerte de sorpresas bien ocultas y protegidas. Y también, las destrezas, generosidades, cariño, valentía etc. Pero esas no duelen, aunque a veces también se ocultan. De esta forma se puede agradecer al estrés, haber facilitado este paso que de por sí ya es difícil.

Es indudable que la superexigencia, la multitarea, y la ambición suponen el alto rendimiento vital estándar; estar totalmente ocupado es sinónimo de tener el rumbo marcado hacia el éxito. No tener ni un minuto, estar hasta arriba. Esto que en un principio se asemejaba a una rueda de laboratorio con un agobiado ratón dentro corriendo sin fin, ha evolucionado hacia una caída libre a toda velocidad, sin frenos, cuesta abajo en donde al final nos espera un monumental batacazo con la tozudisima e impertérrita realidad. El golpe nos deja el alma con politraumatismo general grave, y entonces sí, hay que parar, por las malas, y una vez rotos, postrados, y desangelados, nos detenemos a pensar, porque estamos obligados a la calma y a la reflexión antes que a la desesperación.

Hacer por hacer, puede ser una solución tan falsa como comer por comer, beber para olvidar, o darse a las drogas. Puede ser una adicción que como tal es una mala salida para lo que sea que perturbe y se quiera resolver. Una búsqueda errónea en el afán de sentirse vivo, pero un desastre social y personal. Una pena. Un recorrido erróneo y trágico.

 

Foto de Luzja Hevesi-Szabo

 

Otra vía más tremenda del camino de la acción sin contención y sin contemplación, es cuando no basta la palabra, cuando no tenemos lenguaje para expresar los temibles fantasmas que habitan nuestra casa/cabeza, entonces se nos va la pinza, se rompe el discurso, no podemos pensar y nos pasamos a la acción como único recurso que nos haga sentir vivos, escapando del vacío huimos a la locura.

Pero no hace falta que lleguemos al borde de los límites y la enajenación para darnos cuenta de que algo es excesivo, no va bien, chirria, estamos forzando la máquina. Una vez más.

Exportamos de oriente técnicas de meditación, relajación, concentración, respiración, mindfulness, para calmar el ánimo, para buscar sentido, para parar, y… bueno, pues bien, en principio no hace mal a nadie, incluso tiene sus beneficios, pero lo sorprendentemente  absurdo es que hay personas que tienen organizada la vida, su tiempo y su día, estando sobresaturados de actividad, pero que cada cierto tiempo se van a la montaña con algún chaman a hacer ayuno, tirar el móvil, mirar los astros y dormir en piedra. El mundo de los extremos. Creo que es muy difícil pensar en un modo Zen insertados en el máximo nivel del consumo, rodeado de rebajas y viajes al quinto pino, mientras haces tratamientos de piel antienvejecimiento y ejercicios de fuerza. Creo que seguimos algo confundidos.

 

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Este año 2025 ha recibido el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanuidades a Byung-Chul Han, profesor de Filosofía y Artes culturales de la Universidad de Berlin. Los títulos de sus obras ya son de por si sugerentes. Elogio de la inactividad, Vida contemplativa, La sociedad del Cansancio.

Para muestra de sus aportaciones he aquí algunas citas:

“Hoy el hombre se autoexplota voluntariamente y esto provoca un cansancio profundo, un cansancio del alma”

“El exceso de rendimiento provoca el infarto del alma”

“Cada cual lleva consigo un campo de trabajos forzados”

“El amor se transforma en consumo, la seducción y el misterio desaparecen”.

Muestra un panorama bastante árido y aparentemente poco perceptible, y recojo el aviso de estar bastante alerta, por ejemplo: en cuanto nos demos cuenta de que llevamos una lista de “To Do”, hay que pararse a reflexionar.

Estamos perdiendo la saludable capacidad de no hacer nada, de recrearnos en la contemplación del vuelo de una mosca, en el simple ser y estar sin necesidad de hacer.  Byung-Chul Han, propone recuperar el silencio, la lentitud, el Eros y la poesía. Apetitosa receta.

Aconsejo su lectura, lenta y detenidamente.

Yo me lo estoy tomando con calma.

 

Byung-Chul Han