El 26 de noviembre de 1920, en el número 3.218, página 6, del vespertino periódico maurista La Tribuna, Ramón Gómez de la Serna publicaba en la serie Variaciones el artículo “La Residencia de Estudiantes”, ilustrado con dos dibujos de Rafael Romero-Calvet: “VISION DE LA RESIDENCIA, POR RAFAEL ROMERO CALVET” y “DESDE LA VENTANA DE UNA DE LAS CELDAS DE LA RESIDENCIA, POR RAFAEL ROMERO CALVET” Junto con estos dos dibujos aparecía también otro con el pie: “EL SELLO QUE CARACTERIZA A LA RESIDENCIA, TOMADO DE UNA CABEZA DE EFEBO DESCUBIERTO EN GRECIA”, obra del dibujante Marco que se utilizaba, a partir de 1913, según palabras de Alberto Jiménez Fraud, director de la Residencia, “como sello de sus publicaciones” realizado a partir de un “bellísimo fragmento de una escultura ateniense del primer cuarto del siglo V, descubierta en 1887”, conocida como “el atleta rubio”. Véase el comentario completo de Jiménez Fraud sobre este dibujo en el número 18-19, de la revista Poesía. Revista ilustrada de información Poética  (1983), número monográfico dedicado a la Residencia de Estudiantes (1910-1936) que constituye una muy buena introducción a la historia de esta institución y a la figura de su director. Según Fraud, “el sereno atleta” que había sido elegido por Ricardo de Orueta, abundaba “en las habitaciones residenciales”. Sobre este dibujo y logotipo de las publicaciones de la Residencia, Fraud haría con motivo de la edición de las Poesías Completas de Antonio Machado el siguiente comentario: “y la cabeza del atleta griego sigue empujando las letras  –suponemos que se refiere a las del título y el autor– hacia lo alto, como en bella lápida romana”. Una forma de expresar la calidad de estas ediciones.

La historia, desarrollo y vicisitudes de la Residencia de Estudiantes es ampliamente conocida, pero lo es menos, con toda probabilidad, este artículo de Ramón Gómez de la Serna, que nos lleva a publicarlo ahora íntegro como parte de esa historia. Antes de entrar a valorar lo que escribe Ramón en él, nos vamos a detener, brevemente, en los dos dibujos de Rafael Romero-Calvet que ilustran el artículo y en algunos aspectos de la relación de Ramón con la institución.

La mejor evocación de Rafael Romero-Calvet que vivió en la Residencia de Estudiantes, que ilustró algunos libros de la editorial de Jiménez Fraud –Colección Grande, Colección Abeja–, se debe a José Moreno Villa, residente asimismo, que vivió en ella entre 1917 y 1936. Contamos con una exhaustiva edición crítica a cargo de Juan Pérez de Ayala de las memorias del investigador, escritor y pintor malagueño, el volumen José Moreno Villa. Memoria, editado conjuntamente por El Colegio de México y la Residencia de Estudiantes (2011), en el que se reproducen también dos dibujos suyos, “de memoria”, acompañados de las inscripciones: “Así era el peinado / de Romero-Calvet / Así sus ojos y el / tamaño del labio / superior” y “Es a lo más / que me acerco / con la memoria”, en los que vemos a este singular dibujante, de pie, pintando sobre un lienzo y su cabeza de la que resalta su penetrante mirada.

 

 

En el artículo publicado en México bajo el título “Memorias revueltas”, de 2 de julio de 1950, reincorporado al citado libro de Memoria “[A veces me pregunto]”, Moreno Villa evoca la figura de Romero-Calvet, la infancia malagueña común a ambos, su vida en la Residencia de Estudiantes, su faceta de dibujante en la sección de galvanoplastia del Ministerio de Marina, así como algunas manías y singularidades de este curioso personaje, entre ellas el decir que él era el verdadero inventor de las “greguerías” y que Ramón le había robado la idea. En aquel artículo Moreno Villa alababa las cualidades artísticas como dibujante de Romero-Calvet al que, no sin cierta exageración, comparaba, por lo acabado de sus dibujos, con Alberto Durero.

La relación de Romero-Calvet con Ramón venía de lejos. Rafael Romero-Calvet fue junto con Manuel Abril, Salvador Bartolozzi, José Bergamín, Tomás Borrás, Rafael Cansinos-Asséns, José Gutiérrez Solana, Gustavo de Maeztu, Diego Mª Rivera, José Cerezo y, por supuesto, Ramón Gómez de la Serna, uno de los “fundadores” de la tertulia de Pombo –véase la orla de la Primera Proclama de Pombo (1915)– y autor también de la cubierta y anteportada del primer libro de Ramón dedicado a la tertulia, Pombo (1918), en el que Ramón trazó de él una importante semblanza que comienza llamándole “el otro Durero”, expresión que ya había empleado previamente en la sección “XI Intermedio. Parecidos” en su libro Greguerías (1917): “Rafael Romero Calvet –el otro Alberto Durero– me parece un pájaro de ojos fundidos en la claridad, que, subido a un picacho, mira fijamente el mar remoto, sin que le asusten ni le distraigan nuestros pasos ni nuestras palabras”, y que Moreno Villa debió de recoger de uno de los dos libros. Tratándose de un dibujante tan singular no extraña que Ramón haga hincapié en sus ojos y en su mirada.

La semblanza de Ramón incluye frases de Romero-Calvet que retratan magníficamente la singular personalidad de este personaje y poseen, ciertamente, cierta tonalidad greguerística como, por ejemplo: “Los automóviles son lo que más se parece a unos zapatos de charol”. Ramón le considera “un hombre extraordinario” que “de lo que más se ufana es de haber pintado un ojo que le encargó un oculista”. Ramón reprodujo en el libro un boceto preparatorio o “primer apunte” de la cubierta de Pombo que he analizado en las páginas de este blog. Además de la cubierta y el dibujo preparatorio, anteportada y semblanza en Pombo, Ramón incluiría también varios dibujos y dos textos suyos en La sagrada cripta de Pombo(1924); uno, la palabra de adorno “jamón” que ganó un concurso de “entretenimientos” celebrado en Pombo, cuya paranomasia con “Ramón” debió inclinar la balanza a su favor y que he puesto en relación con la caricatura lírica, “Ramón Gómez de la Serna” (1928) que Juan Ramón Jiménez le dedicó a este, incluida en su libro Españoles de tres mundos, Viejo mundo, Nuevo mundo, Otro mundo. Caricatura lírica. 1914-1940, donde el poeta se refiere a “su sonrisa de jamono alegre”, interpretación que ya propuse en el texto “Etopeya ramoniana”, publicado igualmente en esta misma página el 21 julio de 2019, y que me hace pensar que esta caracterización de Ramón, fisonómicamente semejante a un jamón, era moneda corriente sotto voceentre los que le trataban.

 

Desde la ventana de una de las celdas de la Residencia. Rafael Romero-Calvet

 

Tres fueron los textos romerocalvetianos incluidos en La sagrada cripta de Pombo: “La gravedad”, “Frente a frente” y “La novia de los locos”. Los dos primeros están ilustrados con sendos dibujos del propio Romero-Calvet, mientras que el tercero, en el que se especifica bajo el título “Dibujo-ilustración del mismo”, no se reprodujo. “La gravedad” representa una “habitación invertida” en la que las arañas que cuelgan del techo parecen “rectos surtidores con las supremas lluvias en flor” que mira con asombro un personaje un tanto atrabiliario. “Frente a frente” es un relato de corte fantasmagórico y alucinado, ilustrado con un emparrado en bóveda junto a un jardín frondoso y enigmático, de claro sabor romántico, de donde emerge una figura espectral, trasunto del propio escritor que narra el encuentro alucinado y especular con su propio yo o la muerte. Los característicos rasgos fantasmagóricos del dibujante han sido analizados recientemente por David Vela Cervera en su libro Rafael Romero-Calvet. Ilustraciones y cuentos de locura y muerte (2017). Su estética fue finamente analizada en su día por Manuel Abril y Eduardo Zamacois en sendos artículos.

Sin embargo, los dibujos de Romero-Calvet que ilustran y acompañan al artículo de Ramón sobre la Residencia de Estudiantes muestran, sin duda, otro carácter y, aunque minuciosos en su composición y ejecución, entran de lleno dentro de la esfera de lo descriptivo y de las vistas topográficas. En “VISION DE LA RESIDENCIA”, de formato vertical, dibuja el edificio conocido como el “Trasatlántico” (1915), obra del arquitecto Antonio Flórez Urdapilleta –a quien cita Ramón en su artículo–, edificio cuyo nombre se debe a los dos torreones en sus extremos “que le ganaron el sobre nombre de “el Trasatlántico”, pabellón destinado a laboratorios (planta baja y semisótano) y dormitorios en la plantas superiores. Como indica la guía Arquitectura de Madrid. Ensanches (Fundación COAM, 2003) “la galería del piso superior y el bello labrado de la madera en zapatas y alero” así como la balconada corrida le dotan al sencillo edificio de “mayor regionalismo” que al resto de los pabellones. El dibujo de Romero-Calvet describe la fachada principal con los dos torreones y la galería mencionada, vistos desde la hondonada por la que discurría un canalillo y en la que vemos plantados algunos de los árboles que se corresponden con el llamado luego “Paseo de las Acacias”, tipo de árbol que no tuvo la fortuna de dar nombre al lugar como sí los chopos con que rebautizó Juan Ramón Jiménez el lugar como “La Colina de los Chopos”, entorno conocido popularmente, sin embargo, como el “Cerro del viento” por su situación topográfica en lo que se llamaron  Los Altos del Hipódromo. La posición, en alto, del pabellón, transmite muy bien la idea de aislamiento de que gozaba esta peculiar institución educativa, situada en lo que entonces eran las afueras de la ciudad. Tres cuartas partes del dibujo de Romero-Calvet describen el entorno con árboles, una cerca de alambre, el canalillo, quizás algunos cuadros de huerta y una vegetación con flores y plantas silvestres en primer plano. Lamentablemente la reproducción del dibujo en las páginas del periódico, imagen un tanto empastada, no nos permite reconocer los minuciosos detalles tanto de la vegetación como del edificio que “reprodujo” con fidelidad Romero-Calvet. Esta vista de la Residencia, o alguna semejante, debe ser la que se utilizó en la tarjeta postal que Jiménez Fraud envió a Ángel Llorca el 2 de agosto de 1917 “con un grabado de la Residencia vista desde el canalillo de Rafael Romero-Calvet”, comentario recogido en el Epistolario de Alberto Jiménez Fraud recientemente editado y al que luego nos hemos de referir. También Romero-Calvet aparece mencionado en la carta de Jiménez Fraud, de 10 de mayo de 1919, al escritor mejicano Alfonso Reyes a propósito de la ilustraciones para Las aventuras de Pánfilo, en la que Fraud comenta que aquel “se ha encargado de ilustrarlas con todo fervor y entusiasmo” y que “Romero-Calvet, a mi entender [es] el dibujante español que puede hoy interpretar mejor el cuento de Lope”, alabando de paso que al vivir este en la Residencia “todos los días nos vemos”. La obra de Lope se editó con el título Las aventuras de Pánfilo. Cuento de espanto. Subtítulo muy significativo y acorde con la personalidad del ilustrador.

El carácter eminentemente topográfico, muy del gusto renacentista por el acusado juego de la perspectiva y el tema de la ventana que se abre a la realidad circundante, también está presente en el otro dibujo “DESDE LA VENTANA DE UNA DE LAS CELDAS DE LA RESIDENCIA” que ilustra el artículo de Ramón, probablemente ejecutado desde su propia habitación y cuya composición muy bien pudo haber influido en Salvador Dalí   -otro residente de personalidad peculiar que coincidiría con Calvet-, quien años después pintaría a su hermana Anna María en el cuadro “Figura en una ventana” (1925) conservado en el MNCARS. La ventana de Calvet se abre al paisaje que se veía desde las habitaciones de la Residencia, cuyos panoramas circundantes recordó Moreno Villa en estas memorias y que recogí en el texto “Madrid al fondo. Breve “antolojía” juanramoniana”, publicado en esta misma página web el 3 de marzo de 2020. Moreno Villa en el artículo “La Residencia” (1926) recogido en Memoria (edición citada), diferencia entre el paisaje que se veía desde los cuartos que daban al mediodía, los que daban a levante y los que daban a poniente. La vista  reflejada por Romero-Calvet en este dibujo correspondería, en palabras del escritor malagueño, con los cuartos que dan al poniente que “disfrutan de la vista más abstracta y lírica”. A través de la ventana calvetiana vemos un detalle de uno de los torreones del “Trasatlántico” y al fondo un pequeño grupo de árboles, referencia, sin duda, al entorno arbolado inmediato del complejo de la Residencia. Una vista que contrasta con la descripción de Unamuno de los alrededores de los Altos del Hipódromo donde se ubicaba la Residencia de Estudiantes: “[…] desde las alturas de encima del Hipódromo. De un lado, Madrid urbano tendido bajo ese cielo espacioso, al pie del Guadarrama y de otro, campos no ya desnudos, sino desollados, Chamartín adelante. Campos terreños […]. Campos terreños de sola y pura tierra, de tierra de cocer ladrillos y pucheros más que de pan llevar; de tierra con maleza rala y escueta, donde se arrastra el simbólico cardo borriquero. Campos terreños sin verdura, que se encaran con el cielo desnudo; campos sedientos que se abren en socavones y cárcavas. Tierras de destierro, descampados para campamento de gitanos y buhoneros y vagabundos, picarescas escurridas de la civilidad al margen de la urbe ensanchada”. Si cruzamos la prosa de Unamuno con esta vista de Romero-Calvet, comprendemos mejor la sensación de hortus conclusus que caracterizaba a la Residencia de Estudiantes en la toponimia madrileña al menos en cuanto a su situación.

Sin duda estos dos dibujos de Romero-Calvet, cuyo paradero ignoro si es que se han conservado, son un documento inapreciable para la historia de la Residencia que hay que tener en cuenta.

 

 

Además de en este artículo de La Tribuna, Ramón evocaría la Residencia de Estudiantes en otras ocasiones. Así, por ejemplo, en las semblanzas dedicadas a Juan Ramón Jiménez y Miguel de Unamuno en el libro Retratos contemporáneos (1941, cito por la segunda edición, 1944) y a José Pijoan en Nuevos retratos contemporáneos (1945). La Residencia que aparece en la semblanza de Juan Ramón Jiménez no es la de calle Pinar, sino la “vieja Residencia de la calle de Fortuny” desde donde el moguereño  vería la “silueta de una esbelta profesora del colegio norteamericano vecino a la Residencia”, Zenobia Camprubí. En la semblanza dedicada a Miguel de Unamuno inserta una fotografía del escritor vasco “Retrato de Unamuno en su habitación de la Residencia de Estudiantes” como testimonio de la diferencia entre este alojamiento y las antañonas pensiones en la que se alojaba el escritor vasco en los primeros tiempos en Madrid. En la fotografía se percibe esa “encalada celda” a la que se refiere Alberto Jiménez Fraud en la que Unamuno se alojaba cuando venía a Madrid por motivo de oposiciones o concursos. Sobre Pijoan, sin precisar, Ramón evoca en su semblanza que “de paso durante una conferencia en la Residencia se acerca a mí, agarra mi capa española, la levanta hasta la nariz y exclama: -¡Qué hermoso olor a ajo tiene!”. La conferencia de Pijoan en la Residencia versó sobre «Reflexiones e ideas sobre el arte moderno” y tuvo lugar en 1928, el mismo año en que Ramón también dio allí una conferencia programada por la Sociedad de Cursos y Conferencias, cuya reseña apareció en el diario El Sol el 30 de mayo de ese año. También Ramón dejó rastro en La Residencia de su impronta creativa y humorística con el dibujo y autógrafo que hizo  para el Álbum de Natalia Jiménez Cossío, cuya historia cuenta Jiménez Fraud y en la que el escritor Max Jacob jugó un papel decisivo. El relato de Jiménez Fraud y el dibujo y el texto de Ramón que lo acompaña -“El canguro debía ser utilizado como niñera que lleva además un cochecito natural para los niños”- se reproducen el número citado de Poesía (pgs. 102 y 116). Este curioso dibujo, un canguro-niñera que lleva en su bolsa marsupial un niño pequeño y que nos mira de frente, forma parte de un divertido y humorístico bestiario que Ramón fue dibujando a lo largo del tiempo y que merecería ser recogido en libro aparte. En “Cifras de Ahora, 1ª” para la revista Blanco y Negro de 19 de abril de 1931 (núm. 2.083) volvió a dibujar otro canguro con el niño en su marsupio, pero esta vez de perfil y con un texto más extenso que comienza con la frase “Yo debería sacar patente de esta idea antes de que me la roben”. Este segundo dibujo “canguril” volvió a reproducirlo en su libro Trampantojos (1947) pero dejando solo el primer párrafo de la greguería publicada anteriormente en Blanco y Negro (Véase Colección ABC. Greguerías ilustradas. Ramón Gómez de la Serna (2017), pg. 224). La memorable Poesía. Revista Ilustrada de Información Poética tuvo la feliz idea de reproducir, entre  otros, los  dibujos y autógrafos para el Álbum de Natalia Jiménez Cossío debidos a Max Jacob, Keyserling, Chersterton, José Moreno Villa, C. Carron Marden, Walter Starkie, Pijoan, Jean Cassou, Salvador Dalí, Erich Mendelsohn, H.G. Wells o Le Corbusier, que hacen más interesante, si cabe, la contribución ramoniana.

En el libro Alberto Jiménez Fraud. Epistolario I. 1905-1936. II. 1936-1952 y III. 1952-1964 (Edición de James Valender, José García Velasco, Tatiana Aguilar-Álvarez Bay y Trilce Arroyo. Madrid, Fundación Unicaja / Residencia de Estudiantes, 2017), nos encontramos con unas seis referencias de muy distinta índole y naturaleza sobre la figura de Ramón Gómez de la Serna en las cartas que otras personalidades le dirigieron a Jiménez Fraud o en las suyas propias.

Ramón aparece incluido en un inventario que le envía Juan Guerrero Ruiz a Fraud desde Alicante el 21 de marzo de 1927, donde se refleja el número de documentos (artículos) que de él poseía Juan Guerrero, junto con otros escritores. También nos enteramos, por vía de nota, por la carta del hispanista de J.B. Trend, escrita en ¿1943? de la existencia de unas charlas radiadas por la BBC de Londres para el público español con motivo del milenario de Castilla en el que Ramón participó con el texto titulado “Castilla antes del milenio”, texto del que existe edición (1972) a cargo de Nigel Glendinning. Por el lugar desde donde la escribe, pero también por su contenido, es curiosísima, y, sin duda a mi juicio, la más importante de todas ellas, la carta que le envió el también hispanista Gerald Brenan, autor del mítico El laberinto español, a Jiménez Fraud el 16 de febrero de 1949, que no es otro que el Café de Pombo: “Mi querido amigo I write this in the Café del Pombo [sic] in Carretas after seing a bad Benavente play. The Café del Pombo has the best light in Madrid and in the evening is empty […] Ramón de la Serna is returning to Madrid and the mozos hope that he will bring his contertulianos here and restore to it some of its lost prosperity”. ¿Qué evocaría en Jiménez Fraud aquel Café ramoniano ahora “vacío” y languideciente, cuya vida corrió en paralelo con su Residencia de Estudiantes desde que, en 1915, la institución se trasladó a la nueva sede en los Altos del Hipódromo, el mismo año en el que Ramón fundó, en la antigua Botillería y Café de Pombo, su tertulia? Es admirable la impresión que le produjo a Brenan la luz de Pombo, “la mejor luz de Madrid”, impresión que, sin duda, hubiera llenado de satisfacción, de conocerla, a Ramón. Sin duda también la alusión que hace Brenan a “su prosperidad perdida” la debemos interpretar además en su vertiente no solo “intelectual y artística”, sino también económica, pues la tertulia ramoniana fue una fuente inagotable de banquetes y homenajes que contribuiría a que el negocio del Café marchase bien. El resto de la carta, donde Brenan le cuenta a Fraud sus impresiones sobre Madrid, no tiene desperdicio y recomiendo vivamente su lectura, texto que merecería figurar en cualquier antología sobre el Madrid del siglo XX. También Ramón aparece citado en una carta, de 12 de julio de 1957, del historiador Américo Castro a propósito de la edición de las Obras completas de Ramón, publicadas por la Editorial AHR (1956-1957), que le parecen que “llevan mejor papel e impresión que las de Aguilar”. En la carta de 30 de octubre de 1960 de Jiménez Fraud a Jesús Bal y Gay para un número conmemorativo de la revista Residencia se incluye, en una relación de fotografías (para las ilustraciones del número), una referente a un “autógrafo” de Gómez de la Serna. ¿El que hemos mencionado antes u otro distinto? Desconociendo que Ramón había ya fallecido, Jiménez Fraud escribe el  31de enero de 1963 a Carmen Giménez Ramos una carta en la que se refiere a la ordenación de los papeles de Ramón Pérez de Ayala, y en la que  Jiménez Fraud plantea la posibilidad de poner en contacto a una tal Miss Woodcock  con “G de la S”, quien, sin embargo, había fallecido ya, en Buenos Aires, la noche del 12 de enero en su domicilio de Hipólito Yrigoyen. De su muerte debió enterarse Jiménez Fraud posteriormente, bien por la prensa, bien por la carta que le dirigió desde Churriana el 1 de febrero de 1963 Julio Caro Baroja, sobrino de Pío Baroja en la que le comenta –en lo escrito en ella gravita el influjo y la opinión, no muy positiva, que los Baroja tuvieron de Ramón Gómez de la Serna– lo siguiente: “La situación intelectual de Madrid no es como para sentirse a gusto pensando en ella. Ahora nos limitamos a la necrología. La muerte de Gómez de la Serna ha producido millones de palabras… se ha demostrado que era gran teólogo y que entre greguería y greguería andaba Dios, como entre los pucheros. ¡Qué país de imbéciles!”.

 

Visión de la Residencia. Rafael Romero-Calvet

 

Salvo la de Brenan, no son, a mi juicio, referencias sobre Ramón para echar cohetes, y dan la impresión, vistas en conjunto, de que una figura de la talla, la importancia literaria y la psicología de Ramón Gómez de la Serna en la escena cultural del Madrid del primer tercio de siglo no fue ni suficiente ni correctamente valorada en su momento por “esta minoría directora” –es expresión de Jiménez Fraud– para la que se creó la Residencia de Estudiantes, y reflejan también, cuando menos, que por aquellos años –los cincuenta y sesenta del siglo pasado– Ramón era una figura desvanecida o difuminada en su consideración. Entre los juicios que vierte Ramón sobre La Residencia de Estudiantes y la figura de su director, Jiménez Fraud, y las alusiones a Ramón que hemos entresacado del Epistolario hay una distancia asimétrica.

El artículo de Ramón sobre la Residencia de Estudiantes refleja, primero, su inicial prevención, en un primer momento, frente a una institución que retrata, no sin ironía, en la que fuera su primera sede y que personifica en las figuras de Juan Ramón Jiménez y Eugenio d´Ors, para luego, en un acercamiento posterior, valorarla de manera más abierta y positiva, resaltando la labor de estudio e investigación que allí se llevaba a cabo. Alaba, en este segundo momento, tanto el emplazamiento físico  “en sitio más ventilado, erguido y franco” como la independencia de los que allí investigaban y vivían. Valora muy positivamente la arquitectura de los pabellones y su fisonomía franca debida a los arquitectos Antonio Flórez y Francisco Javier Luque a los que cita expresamente. Emplea dos adjetivos de claro contenido simbólico al referirse a la institución como “la casa limpia y atalayante” desde donde cada joven puede atisbar un futuro mejor. Atento como estuvo Ramón en muchas ocasiones a las enseñas urbanas y a las marcas o logos de algunas editoriales glosa el logotipo de las publicaciones de la Residencia a cuyo cargo estuvo Juan Ramón Jiménez. Destaca la sencillez de las habitaciones de los residentes y la solidaridad humanista entre ellos. Y, sobre todo, hace un elogio de la figura de Alberto Jiménez Fraud. Con la tríada Buñuel, Lorca, Dalí, Ramón mantendría una curiosa relación, pero esta es ya otra historia.

 

II

 Variaciones. La Residencia de Estudiantes

 

   “Primero teníamos prevención a esa mansión, porque parecía que anidaba ahí un espíritu pedante, duro, encastillado, como si en el jardín o en el salón de lectura se reuniesen varios corros de jóvenes tristes y como con sotana, y hablasen con prevención de todo lo que es un poco bohemio y no practica [sic] [practican] ni el gregarismo de los selectos. Un bisbiseo misterioso, constante, “correveidilero” -nunca se ha hecho un adjetivo con más salero-, percibían nuestros oídos perspicaces, como oídos de sordo.

Entonces la Residencia estaba en la calle de Fortuny, como emboscada en un jardín estrecho, y como no solíamos llegar a aquellos andurriales, toda referencia de la Residencia era cosa lejana, ambigua, un poco desleal.

El espíritu de congregación muy formado siempre nos ha molestado, viniese de la casa blanca o de la casa roja, viniese de la institución cuya bandera es roja, o de la que tiene bandera de un azul descolorido de Purísima Concepción. Si había allí un espíritu congregante y remachado, aquello era abominable y se prevalía contra nosotros. Era un abuso formar grupos de disciplina estrecha para luchar liberalmente y con cierto espíritu de modernidad. Mi individualidad impar, que recorre la noche sola todos los días del año, que no puede encontrarse sin haber transitado por los paseos del Cisne de la noche en pleno solitarismo, recelaba de aquella casa en que todos parecían mezclar sus confidencias y sus almas para tener un atroz espíritu de clase.

Más desconcertaba mis ideas el ver que se hospedaba en la Residencia Eugenio d´Ors, el nuevo amigo de los sobrinos de los próceres o de las distinguidas casas directoriales, con exclusión de toda otra amistad “poco conveniente”, el sagaz, el parsimonisoso, el nuevo perfumado y enjabonado -en paralelismo con el nuevo rico-, y que desde hace tiempo parece pensar con su máquina de calcular Hereich, en vez de con aquel espíritu vagabundo, sutil, en algo miserable que pasó alguna de sus nochebuenas en el comedor de los hombres modestos y desconocidos. Daba un aire de etiqueta sinuosa y poco franca a todo el edificio el que D´Ors [sic] residiese en él, el admirado D´Ors.

Después Juan Ramón Jiménez vivió en la Residencia, y eso acabó de hacer que desvariase mi cabeza pensando en aquella casa de voces exquisitas, suaves, pero agitadas como la insinuación, como el puritanismo falto de ese afecto lleno hasta la humillación, que es tan simpático y tan necesario en la vida. Juan Ramón, que llevó a la Residencia su gran nombre y la aureola cárdena y luminosa del incorrupto, llevó también sus grandes reservas, sus desdenes, todo eso que en su casa privada y particular es algo excelso, pero que allí parecía que se debía propagar a los que no tenían su gran valer y su excelsitud, convirtiéndose en contagio de impertinencia.

No sé, todo se conflagraba para que, sin que yo quisiera prevenirme, la prevención creciese en mí; así hasta que un día, ya la Residencia en sitio más ventilado, erguido y franco, comencé a visitar sus dependencias y comprendía que todos los espíritus eran allí independientes, en medio de una asociación más para el estudio y para la investigación que para otra cosa. Cualquier sectarismo de los supuestos tenía que ser falso, dada esa gran disgregación salvadora, prudente, incubadora de la personal que estaba en el régimen interior de la gran institución. Aquellos mismos hombres de espíritu amanerado, aunque lleno de maestría, que más maduros comían y pernoctaban en el gran estadio para los jóvenes, vivían aislados y hasta se volvía simpática su estancia allí, porque en su aislamiento recobraba su figura nada común y hasta su atrabiliarismo, metido solo en ellos mismos y en su gran encorsetamiento, no resultaba nefasto y sectario.

Realmente, se cumplía allí dentro la misión para que fue creado [sic] [creada], la misión que estaba compendiada en el párrafo del Real decreto de su fundación:

“El estudiante queda aislado en medio de los peligros de una sociedad sin preparación bastante para recibirlo, y quizás por estas y otras causas no llega a sentir jamás el influjo vivificante de un medio elevado ni la atracción ni los goces de una vida corporativa. Los pueblos que se conservaron y desenvolvieron las instituciones universitarias medioevales han edificado fácilmente sobre y al lado de ellas toda una red de Sociedades, fundaciones e institutos corporativos que abarcan la vida entera del alumno, y le ofrecen todo un sistema de educación basado en la influencia constante de un medio adecuado. Otros países que destruyeron el viejo sistema y convirtieron las Universidades y hasta los establecimientos de segunda enseñanza en oficinas administrativas, al tocar los desastrosos efectos del atomismo y la influencia de toda acción coactiva externa y superficial han comenzado a favorecer las Asociaciones de estudiantes, y cuentan ya con hospederías, restaurantes cooperativos, círculos de recreo, Sociedades científicas de excursiones, de juegos, de beneficencia y acción social, bibliotecas escolares, préstamos de la Universidad a estudiantes pobres, etc. ”

Engarzada sobre el ribazo -sobre el que pasaba un canal en tiempos- como una casa solariega y solanera, por lo castiza y lo abierta al aire que resultaba, era un edificio señero, ejemplar, con cuyo espíritu he ido simpatizando día tras día al ver que allí se conserva toda la frescura, el orgullo y la singularidad de la juventud. ¡Desde la fundación en 1910, siendo ministro el conde de Romanones, cuando don Ramón Menéndez Pidal inauguró el local de la calle Fortuny y el Rey fue a visitarlo, qué gran evolución ha engrandecido la idea!

El gran arquitecto Antonio Flórez, gran institucionista que ha comprendido el espíritu castellano como nadie -ahora va a ser el que haga la Casa Cervantes-, sirvió mucho a la causa de la Residencia edificando esas casas de fisonomía franca y nada colegial, grandes casas para pequeños hidalgos, residencia de guardias marinas para la mira civil y terrera. Después otro arquitecto digno, don Francisco Javier Luque, planeó el cuarto pabellón, en el que está esa sala de actos en que se han celebrado tan bellas fiestas, a las que siempre asistió lo más distinguido de la población intelectual, y así, ni esos actos fueron un acto egoísta y reconcentrado de esta casa de espíritu amplio, y solo cuidadoso de una higiene social imprescindible y conllevabable, ingente y oreada y separada de la ciudad para no contaminarse por un acordonamiento de espino artificial y por el canalillo.

Más poco a poco, después del primer poco a poco he ido observando la casa limpia y atalayante, el liceo de aires puros, desde el que mejor puede ver cada joven el camino que le conviene en la vida. Todo nuevo hijo de padre un poco pudiente debe asomarse a aquellas ventanas desde las que se ve admirablemente el paisaje de España para que él decida su suerte.

Entre los residentes, como el principio de eterna y pura juventud que caracterizara a la Residencia, está ese ateniense que el gran Marco ha estilizado en el sello de la Residencia, cuya miniatura hemos visto en la portada de los bellos libros, de barba blanca, que edita. El original de ese muchacho sano, varonil, de nuca llena de voluntad y que va a la sierra con botas fuertes, mochila de tela impermeable y vaso de aluminio, es allí donde reside y donde se le ve en grande recobrando la vida humana que pierde en la alegorización del sello.

¡Qué gran aspecto de casita de cada uno toman esos cuartos con sus muebles de pino bruñido y los adornos que dan individualidad nada pareja a cada cuarto, y, sin embargo, qué reunidos con una compañía que emula, qué de valentía y ánimo están todos! Qué desconocidos entre sí casi todos, y, sin embargo, qué gran solidaridad escueta y humanizadora.

¿Y qué jefe ha podido regir sin entrometimiento y sin pública exhibición este gran edificio de cultura y libertad? Solo ese joven de notoria personalidad, prudente, asiduo, laborioso, que se llama Jiménez Frand [sic] [Fraud]. Él apenas se hace notar; pero desde el rincón sombroso de su despacho lo organiza todo y hace que se sepa que hay una vigilancia digna, apercibiendo en  cada cuarto la mirada de su providencialismo. Es como el gran periodista, el gran director de periódico de la Institución.

Jiménez Frand [sic] asume toda la responsabilidad y sabe gobernar su república como nadie, parco en palabras, sencillo, apuntando en sus bloques de cuartillas las prescripciones con los días y las horas. ¡Admirable espíritu! ¡Rector invisible!…

Ramón GOMEZ DE LA SERNA”.

La Tribuna núm.3.218 (26 de noviembre de 1920): pg. 6