Foto de Gérard Uféras
Flow (Tres Hermanas, 2025), de Lola Vivas, no es fácil de definir. No es una novela en el sentido tradicional, ni una serie de relatos cortos o poemas. Se resiste al género, se transforma, acumula impresiones en lugar de seguir un camino. Fragmentario y lírico, este libro híbrido gira en torno a una pregunta central: ¿Cómo imaginan las mujeres a los hombres en la actualidad? O, más precisamente, ¿qué componen las mujeres en su cabeza sobre la masculinidad y qué sucede cuando esa composición se hace visible a través de la literatura?
En Flow, el hombre no habla por sí mismo sino a través de lo que la mujer escucha decirle. Es imaginado, interpretado y escrutado desde una perspectiva femenina, reducido —o elevado— a signos y símbolos, animales y gestos. El hombre no tiene voz interior aquí; su presencia está esculpida a partir de las percepciones de la mujer. Se convierte en un objeto de especulación, un enigma, un espejo que refleja los pensamientos, las frustraciones y las necesidades insatisfechas de la mujer.
Este desequilibrio es deliberado. Como me cuenta Lola Vivas, Flow no es una historia de amor. No trata de una pareja que se une, se separa o se reconcilia. No hay un arco lineal, ni un crescendo emocional, ni una resolución. Tras leerlo, me parece que el libro tiene forma de espiral, que gira en torno a cuestiones como la intimidad, los malentendidos, el erotismo y la desconexión. Y en el centro de esa espiral se encuentra la mujer que piensa, habla y escribe.
«Cuando hayas acumulado toda esa rabia y estés a punto de descargarla con una coz como una yegua», aconseja la mujer narradora, «practica dos o tres pasos de tango —un cruce, o tal vez un pellizco— y, sin más preámbulos, vete con la mayor elegancia posible».
La rabia es real, pero no explota. Se estiliza, se transforma en danza. El tango se convierte en metáfora: un seductor vaivén que nunca llega a la unión, solo al movimiento. Ese es el ritmo de Flow: íntimo y esquivo.
En lugar de construir personajes tradicionales, Lola Vivas los desmonta. La mujer no está sola; la acompañan una niña, un gato y una invitada, cada uno de los cuales representa aspectos de su mente. El hombre, por su parte, se refleja en tres perros idénticos. Estas figuras no son tanto personajes como fragmentos alegóricos: instintos, recuerdos, fantasías. La niña, por ejemplo, representa la curiosidad, el juego y el despertar sexual. Al final del libro dice a la mujer: «¿Sabes que hay una ciudad en las copas de los árboles donde los hombres nacen con los sentidos atrofiados, como si fueran muñecos?». Es una fábula envuelta en la voz de una niña, pero la metáfora es mordaz: los hombres nacen embotados, incapaces de percibir los matices emocionales que la mujer anhela.
Este es el quid de la fuerza del libro. Lola Vivas no intenta explicar ni diagnosticar la masculinidad. En cambio, explora la percepción de la misma. Su lente es íntima, subjetiva, cruda. La prosa fluye como el pensamiento, entre la imagen y la reflexión, la poesía y la memoria. Hay diálogos, pero a menudo no dan en el blanco. La mujer habla, el hombre responde, pero la respuesta parece estar en otro tono. La comunicación se entrecorta. Se hacen preguntas y se dan respuestas inconexas. El resultado es desorientador, pero familiar para cualquiera que haya intentado alguna vez, sin éxito, salvar la brecha emocional entre uno mismo y los demás.

Lola Vivas
Y es en esta brecha, entre querer y desear, entre conocer y ser conocido, donde Flow encuentra su fuerza emocional. Aquí no se ofrece ninguna solución, solo la insistencia en que el malentendido es real y, posiblemente, estructural. En una escena, la mujer observa al hombre hacer el amor con otro cuerpo, no con celos, sino con distancia analítica. Lo estudia. Intenta ver algo verdadero en cómo toca a otra mujer. Quiere aprender algo, quizá no sobre él, sino sobre sí misma.
También hay una metáfora en un capítulo titulado La cuestión, una referencia al matrimonio, y que se refiere a los acuerdos tácitos entre hombres y mujeres. En la superficie, el contrato trata sobre la lealtad, la tradición y la fidelidad. Pero debajo hay un comentario más complejo sobre las expectativas. La mujer sabe que está protegida por este contrato, pero también atrapada. El hombre, por su parte, permanece prácticamente igual, aferrado a un modelo antiguo de masculinidad que ya no sirve. Cuando regresa al lugar del daño emocional, no intenta comprender lo que ha pasado. Simplemente se aferra a un palo, una metáfora contundente de la autoridad, la terquedad o quizás la impotencia.
«Tarde o temprano sucede», dice la narradora. «El amor encuentra el agujero y cae en él, derramándose sobre el cuerpo, aferrándose a todo como una gota que se niega a ahogarse con el resto. Pero lo hace, vaya si lo hace».
En Flow, el amor es fluido, informe, desesperado. Se pega. Mancha. Y, al final, desaparece. Lo que queda no es claridad, sino residuos.

Foto de Mary McCartney
Estilísticamente, Lola Vivas se alinea con una estirpe de escritoras como Clarice Lispector, Marguerite Duras y, más recientemente, Cristina Rivera Garza o Guadalupe Nettel. Escritoras que saben que a veces la mejor manera de decir algo verdadero es no decirlo del todo. A Vivas le interesa menos la coherencia narrativa que la resonancia emocional. Abraza la digresión, la interioridad, el final abierto. El resultado es un texto de espacios, pausas y paradojas que el lector desarrolla.
No es de extrañar que a los lectores masculinos nos resulte difícil Flow. Como me dijo Lola Vivas, las mujeres tienden a entrar más fácilmente en el libro, reconociéndose en sus preguntas. Los hombres, en cambio, pueden sentirse implicados, incluso desafiados, por la negativa del libro a halagar o apaciguar. Pero esto también forma parte de su logro. Flow no está escrito para tranquilizar. Está escrito para exponer y sacar a la luz lo que a menudo permanece oculto en las narrativas románticas: el desequilibrio en el trabajo emocional, la brecha entre los cuerpos y las palabras, la pregunta persistente de por qué sigue siendo tan difícil entendernos unos a otros.
Flow tampoco intenta arreglar la masculinidad o encontrar al hombre adecuado. Trata del acto de mirar y componer una historia en torno a algo que se niega a quedarse quieto. Trata sobre el lirismo de la duda, la poesía del distanciamiento. Y quizás, sobre las mujeres que escriben, no solo en el papel, sino en sus mentes, en los momentos de silencio, tratando de dar sentido a los hombres que aman, desean, desconfían y, a veces, simplemente no pueden alcanzar.

Foto de Nan Goldin