Hay espías que mueren literalmente de miedo o, más exactamente,
del miedo a morir de miedo. Un ejemplo verídico de este extraño suceso
vinculado al mundo de la inteligencia, de acuerdo con testimonios
fiables, sucedió en el curso del enfrentamiento germano-soviético durante
la II Guerra Mundial, la “Guerra absoluta” (Total War), como la calificó el
historiador Chris Bellamy.
del miedo a morir de miedo. Un ejemplo verídico de este extraño suceso
vinculado al mundo de la inteligencia, de acuerdo con testimonios
fiables, sucedió en el curso del enfrentamiento germano-soviético durante
la II Guerra Mundial, la “Guerra absoluta” (Total War), como la calificó el
historiador Chris Bellamy.
El personaje en cuestión se llamaba Aleksander Nelidov, nacido en 1893 y
artillero durante la Primera Guerra Mundial en tiempos de los zares que,
después de la derrota del Ejército Blanco en la guerra civil que siguió a
la revolución bolchevique, consiguió escapar y buscarse la vida en Francia y
Alemania tras pasar por Turquía. Su pasado militar de capitán le llevó a
relacionarse con el Estado Mayor alemán en los primeros años del ascenso de
Hitler al poder, y a partir de ahí la suerte le volvió la espalda.
artillero durante la Primera Guerra Mundial en tiempos de los zares que,
después de la derrota del Ejército Blanco en la guerra civil que siguió a
la revolución bolchevique, consiguió escapar y buscarse la vida en Francia y
Alemania tras pasar por Turquía. Su pasado militar de capitán le llevó a
relacionarse con el Estado Mayor alemán en los primeros años del ascenso de
Hitler al poder, y a partir de ahí la suerte le volvió la espalda.
El intrigante y poco eficiente almirante Canaris, jefe del espionaje
militar alemán (Abwehr), le ofreció un puesto de agente secreto en Varsovia a
principios de 1939, y con eso Nelidov selló su destino nefasto. Los polacos lo
descubrieron pronto y lo encarcelaron en la prisión de Leópolis, pero luego,
cuando Stalin se repartió la parte oriental de Polonia con Alemania, los
soviéticos lo enviaron a Moscú. Allí lo retuvieron, como agente del espionaje
nazi, por lo que pudiera pasar.
militar alemán (Abwehr), le ofreció un puesto de agente secreto en Varsovia a
principios de 1939, y con eso Nelidov selló su destino nefasto. Los polacos lo
descubrieron pronto y lo encarcelaron en la prisión de Leópolis, pero luego,
cuando Stalin se repartió la parte oriental de Polonia con Alemania, los
soviéticos lo enviaron a Moscú. Allí lo retuvieron, como agente del espionaje
nazi, por lo que pudiera pasar.
En la sección alemana de la NKVD (policía secreta soviética que tenía
también a su cargo los asuntos de inteligencia) trabajaba Zoya Ivanovna
Rybkina, una espía de primera categoría de impresionante belleza, que era la
encargada de manejar al fracasado artillero zarista. Muchos años después,
cuando escribió sus memorias, la atractiva oficial de operaciones rusa no
ocultó su desdén por el “comportamiento servil” de Nelidov. Algo que a ella le
avergonzaba, aunque reconoce que también le divertía.
también a su cargo los asuntos de inteligencia) trabajaba Zoya Ivanovna
Rybkina, una espía de primera categoría de impresionante belleza, que era la
encargada de manejar al fracasado artillero zarista. Muchos años después,
cuando escribió sus memorias, la atractiva oficial de operaciones rusa no
ocultó su desdén por el “comportamiento servil” de Nelidov. Algo que a ella le
avergonzaba, aunque reconoce que también le divertía.
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Zoya Ivanovna Rybkina |
Sometido a intensos interrogatorios en su celda, el antiguo capitán cantó
de plano todo lo que sabía, que tampoco era mucho. Una noche, después de
muchas horas de confesión, le llevaron la comida a la cantina del NKVD, y el
pobre Nelidov casi se desmaya, temblando de miedo, cuando vio que le
dejaban comer con cuchillo y tenedor. “Se supone que no debo utilizar eso”,
declaró con voz aterrada. “¿Por qué quieren poner en mis manos un cuchillo?”
de plano todo lo que sabía, que tampoco era mucho. Una noche, después de
muchas horas de confesión, le llevaron la comida a la cantina del NKVD, y el
pobre Nelidov casi se desmaya, temblando de miedo, cuando vio que le
dejaban comer con cuchillo y tenedor. “Se supone que no debo utilizar eso”,
declaró con voz aterrada. “¿Por qué quieren poner en mis manos un cuchillo?”
Cuando al antiguo oficial zarista le preguntaron por los planes alemanes
para invadir Rusia, la hermosa Rybkina y sus colegas se echaron a reír.
Nelidov contó a sus carceleros que Alemania se apoderaría en cinco días
de Minsk, la capital de Bielorrusia, pero aun así profetizó que, en
palabras del jefe del Estado Mayor alemán, la proyectada invasión sería
un desastre por falta de capacidad logística. Y así sucedió, en efecto.
para invadir Rusia, la hermosa Rybkina y sus colegas se echaron a reír.
Nelidov contó a sus carceleros que Alemania se apoderaría en cinco días
de Minsk, la capital de Bielorrusia, pero aun así profetizó que, en
palabras del jefe del Estado Mayor alemán, la proyectada invasión sería
un desastre por falta de capacidad logística. Y así sucedió, en efecto.
En las primeras horas del 22 de junio de 1941, cuando Alemania invadió la
Unión Soviética, reinaba un silencio opresivo en el edificio de la Lubianka,
sede del NKVD. No era para menos. Aunque la inteligencia soviética estaba
al tanto de lo que ocurría, la invasión se produjo antes de lo que Stalin
pensaba y durante las primeras semanas, en Moscú rozaron el desastre.
Unión Soviética, reinaba un silencio opresivo en el edificio de la Lubianka,
sede del NKVD. No era para menos. Aunque la inteligencia soviética estaba
al tanto de lo que ocurría, la invasión se produjo antes de lo que Stalin
pensaba y durante las primeras semanas, en Moscú rozaron el desastre.
Un mes más tarde, la agraciada y talentosa Rybkina trasladó a Nelidov a la
cárcel de la Lubianka, y este se enteró asombrado de que la URSS estaba
en guerra. Hasta entonces, completamente aislado del mundo exterior, no sabía
nada. La capital de Bielorrusia no cayó en cinco días, como preveían los
alemanes, sino en seis, y cuando un guardia del NKVD se lo llevó de nuevo a las
mazmorras, Nelidov ya se dio por muerto con extrañas palabras. “Adiós, Zoya
Ivanovna – dijo con voz fúnebre- . Puedes estar segura de que todo lo que he
escrito está en esta habitación.” Luego se santiguó, esperando con resignación
que lo apuntillaran de un tiro en la nuca.
cárcel de la Lubianka, y este se enteró asombrado de que la URSS estaba
en guerra. Hasta entonces, completamente aislado del mundo exterior, no sabía
nada. La capital de Bielorrusia no cayó en cinco días, como preveían los
alemanes, sino en seis, y cuando un guardia del NKVD se lo llevó de nuevo a las
mazmorras, Nelidov ya se dio por muerto con extrañas palabras. “Adiós, Zoya
Ivanovna – dijo con voz fúnebre- . Puedes estar segura de que todo lo que he
escrito está en esta habitación.” Luego se santiguó, esperando con resignación
que lo apuntillaran de un tiro en la nuca.
Según cuenta Rubkina, dos días después de aquello, el angustiado
exzarista volvió a la Lubianka. Allí le entregaron una maleta donde le
cambiaron por ropas nuevas sus harapos de la prisión. Nelidov,
desconcertado, se quedó sentado, paralizado por el miedo y llorando. ¿Por
qué- preguntaba- tienen que vestirme de un modo tan elegante para matarme? Con
cualquier cosa valdría”. La valiosa agente, con buenas palabras, le llamó
al orden y le tranquilizó: “Serénese- le dijo- Eso es indigno
de usted. ¿Cómo puede abandonarse así? Le voy a presentar a mis jefes”.
exzarista volvió a la Lubianka. Allí le entregaron una maleta donde le
cambiaron por ropas nuevas sus harapos de la prisión. Nelidov,
desconcertado, se quedó sentado, paralizado por el miedo y llorando. ¿Por
qué- preguntaba- tienen que vestirme de un modo tan elegante para matarme? Con
cualquier cosa valdría”. La valiosa agente, con buenas palabras, le llamó
al orden y le tranquilizó: “Serénese- le dijo- Eso es indigno
de usted. ¿Cómo puede abandonarse así? Le voy a presentar a mis jefes”.
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Ejercicios de tiro con pistola en la Lubianka |
La extraña procesión de despachos hasta las entrañas del NKVD se presentó
finalmente ante los jefes de Moscú, y el mismo general de la seguridad
soviética, Pável Fitin, invitó al frustrado agente del Abwher a trabajar para
el servicio secreto en Turquía, un país que este conocía bien.
finalmente ante los jefes de Moscú, y el mismo general de la seguridad
soviética, Pável Fitin, invitó al frustrado agente del Abwher a trabajar para
el servicio secreto en Turquía, un país que este conocía bien.
“Pero antes de eso me van a ejecutar. A mí no me van a engañar”, le
dijo Nelidov a Fitin. “¿Acaso creen que soy tonto?” El ruso, ya
francamente cabreado, le espetó: “No sea gilipollas, no entiendo nada. Solo le
estoy proponiendo que trabaje para nosotros en Turquía, que como sabe es un
país neutral.” Nelidov no se lo creía, y se limitaba a responder
con sorna. “Como quieran”, dando a entender que sus días estaban contados y le
esperaba el clásico protocolo del disparo en la cabeza en el sótano de la
Lubianka. Se daba ya por muerto.
dijo Nelidov a Fitin. “¿Acaso creen que soy tonto?” El ruso, ya
francamente cabreado, le espetó: “No sea gilipollas, no entiendo nada. Solo le
estoy proponiendo que trabaje para nosotros en Turquía, que como sabe es un
país neutral.” Nelidov no se lo creía, y se limitaba a responder
con sorna. “Como quieran”, dando a entender que sus días estaban contados y le
esperaba el clásico protocolo del disparo en la cabeza en el sótano de la
Lubianka. Se daba ya por muerto.
A Fitin , la obstinad actitud del capitán zarista le parecía una cosa de
locos, y para suavizar la situación, la siempre hábil Rybkina se lo llevó a un
restaurante georgiano próximo a la calle Gorki de Moscú, donde le prepararon un
suculento kebab caucásico de cordero con vino tinto de la tierra.
locos, y para suavizar la situación, la siempre hábil Rybkina se lo llevó a un
restaurante georgiano próximo a la calle Gorki de Moscú, donde le prepararon un
suculento kebab caucásico de cordero con vino tinto de la tierra.
Pero Nelidov pensaba que todo era una farsa, y en la garganta tenía un nudo
que le impedía comer. Temiendo que pudieran envenenarlo, suplicó a la mujer que
le intercambiaran las copas por si acaso. Cuando dio el primer sorbo, Nelidov
sorbió el vino con cautela y pregunto: “¿Qué, me toca ya morir? ¿Cuándo vienen
a por mí?”.
que le impedía comer. Temiendo que pudieran envenenarlo, suplicó a la mujer que
le intercambiaran las copas por si acaso. Cuando dio el primer sorbo, Nelidov
sorbió el vino con cautela y pregunto: “¿Qué, me toca ya morir? ¿Cuándo vienen
a por mí?”.
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Ingreso de los detenidos en la Lubianka |
Hastiada de tanta insistencia mortuoria, la Rybkina respondió al prisionero
que él ya estaba en libertad, y lo único que debía hacer era trabajar en
Turquía para sus nuevos amos y dejarse de gaitas. Pero Nelidov no se lo creía:
“No lo entiendo. ¿Por qué me han perdonado? ¿Acaso creen que me voy a tragar
ese cuento? No soy tonto”.
que él ya estaba en libertad, y lo único que debía hacer era trabajar en
Turquía para sus nuevos amos y dejarse de gaitas. Pero Nelidov no se lo creía:
“No lo entiendo. ¿Por qué me han perdonado? ¿Acaso creen que me voy a tragar
ese cuento? No soy tonto”.
Tras la mal aprovechada comida, seguramente aburridos ambos de aquel mal
rollo, Rybkina y Nelidov pasearon un rato y después ella le dejó en el
céntrico hotel Moscú, reservado a la élite de los intelectuales del partido.
Allí quedó a cargo de la vigilancia otro agente del NKVD, un tal Vasili
Zarubin.
rollo, Rybkina y Nelidov pasearon un rato y después ella le dejó en el
céntrico hotel Moscú, reservado a la élite de los intelectuales del partido.
Allí quedó a cargo de la vigilancia otro agente del NKVD, un tal Vasili
Zarubin.
Todo parecía ir más o menos normal, pero Nelidov nunca viajaría a Turquía.
A la mañana siguiente, nadie abrió. Cuando Zarubin llamó a su puerta, rompieron
la puerta de la habitación del hotel y lo encontraron ahorcado con unos
jirones de sábana. Seguramente no pudo superar la paranoia y murió de miedo en
su celda, pero quién sabe. La única regla (casi) segura en el mundo de los
auténticos espías es que nadie es lo que dice ser, y mucho menos lo que
aparenta. ¿Quién engañó a quién?
A la mañana siguiente, nadie abrió. Cuando Zarubin llamó a su puerta, rompieron
la puerta de la habitación del hotel y lo encontraron ahorcado con unos
jirones de sábana. Seguramente no pudo superar la paranoia y murió de miedo en
su celda, pero quién sabe. La única regla (casi) segura en el mundo de los
auténticos espías es que nadie es lo que dice ser, y mucho menos lo que
aparenta. ¿Quién engañó a quién?
A estas alturas Zoya debía de tener alguna pista, pero no es seguro. Las
memorias que la bella agente dejó escritas en Moscú, cuando ella era ya una
anciana, deben de estar trucadas. Y en todo caso, ¿a quién le importa ya
la muerte de un agente roto en una oscura mazmorra de la Lubianka?
memorias que la bella agente dejó escritas en Moscú, cuando ella era ya una
anciana, deben de estar trucadas. Y en todo caso, ¿a quién le importa ya
la muerte de un agente roto en una oscura mazmorra de la Lubianka?
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Puerta de ingreso de los detenidos en la Libianka |
Fernando Martínez Laínez, escritor y periodista de amplia trayectoria, fue uno de los iniciadores de la novela negra en España. Ha escrito también, entre otros géneros, libros de viajes, biografias, guiones de radio y televisión, divulgación histórica y literatura juvenil.