Maurice Subervie. Diferentes árboles en invierno. 2018-2023

 

En una entrevista, tras ganar el Nobel de Literatura, Jon Fosse dijo que sus antepasados y él mismo, pertenecieron a la religión de los cuáqueros, entre cuyos dogmas figuran las creencias en el silencio y la luz.

La primera, en la práctica, implica la reunión de los fieles para invocar al silencio sin decir una palabra, esperar una revelación desde el mutismo de su dios para luego ser expresada, como es de esperar, con un nuevo misterio que el corazón de los hombres recibe lleno de simbolismos y metáforas sobrenaturales. Sin quererlo, se establece una analogía con la creación poética, que suele iniciar con un silencio ligero y vivo captado por la sensibilidad del poeta y que continúa con la transmisión de formas difusas, deformes o etéreas, aun cuando la metáfora haya sido simplificada. Y Fosse, queriendo, a su vez, concibió Blancura (2023), otro silencio, un segundo silencio desde las posibilidades ilimitadas del lenguaje, que, lejos de ser contradicción, ocupa en el aire un lugar privado, al que hay que descubrir. A propósito de esto se ha dicho mucho. Pizarnik daba crédito a la palabra poética como otra forma de silencio, de religión, de escondite, de sueño; decía “cuidado / no despertar a las palabras”. También, “Alguien entra en el silencio y me abandona”.

 

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Quizás debamos preguntarnos de la buena literatura, ¿puede susurrar? Dejarnos abandonados en algún lugar entre el silencio y la palabra. Blancura nos acerca silencios y voces sin prevenirnos, como si ninguna forma de comunicar encerrara un peligro, cuando en realidad son elementos de seducción con doble propósito. Ambos dicen, pero también ambos callan; decir y callar, dos formas de omitir, de generar duda. “La voz dice: ya te he encontrado. ¿De quién es esta voz?”, luego, “Digo: ¿quién eres? Dice: soy la que soy”, es ese estado de tensión como dos vehículos en una misma calzada circulando en dirección contraria, fluyen estables hacia un encuentro deliberado e inevitable. La literatura de Fosse busca ese choque. Las revelaciones son, doblemente, causa y efecto de un encuentro misterioso.

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El genio algo mitigado de Borges, a medida que iba perdiendo la vista, empezó a acostumbrarnos al oxímoron lumínico. Las luces oscuras aparecen en El Aleph, también un sol negro, dejando como enseñanza que los contrasentidos están subordinados a la creación literaria, y también los achaques del cuerpo. Dentro de este campo, Fosse cuelga sobre los cielos de su novela, lunas y estrellas que aparecen y desaparecen, dan luz y se apagan; usa con lógica la invisibilidad, aunque el argumento parece quedar al reparo, suscitando una cuestión paradojal: a mayor oscuridad las cosas se vuelven invisibles, a mayor luminosidad, también.

 

Lucas Damián Cortiana

 

Por tales cargas místicas y alegóricas, líricas y psíquicas, la segunda de aquellas creencias cuáqueras, la luz, ha estado presente tanto en doctrinas religiosas como estéticas, de estas últimas, desde Dante a Rimbaud. Si el periplo dantesco comienza con el extravío en una selva oscura de índole espiritual, Fosse nos hace transitar un “bosque oscuro” donde no existen probabilidades de encontrar gente (“¿Adónde podría ir yo para encontrar a ese alguien?”). Claro, en compensación de cualquier daño, soledad o miedo, se inicia el camino a la iluminación. Una iluminación que adhiere a las Iluminaciones de Rimbaud, como si Fosse estuviera confesando el devenir de sus contemplaciones introspectivas en la Iglesia de los Poetas Malditos. El francés escribió “cuando el mundo se reduzca a un solo bosque oscuro […] te encontraré”; en el mismo bosque oscuro, Fosse no posterga la búsqueda de su protagonista para cuando llegue la mañana, como Homero no le evitó las tormentas a Odiseo ni Dostoyevski la condena a Raskólnikov, sino que lo sumerge en la noche, lo empuja al miedo. Hay una similitud, si se quiere, con “La noche oscura del alma”, de San Juan de la Cruz, en tanto los críticos coinciden que el poema se desarrolla en vías o caminos hacia lo divino.

Fosse se convirtió al catolicismo, pero es posible comprobar un sincretismo en Blancura, un nuevo sistema que incluye a Dios, el silencio y el recorrido de iluminación. Dice: “Quiero que haya un silencio total, quiero escuchar el silencio Porque es en el silencio donde puede oírse a Dios”.  

 

Maurice Subervie. Diferentes árboles en invierno. 2018-2023