El escritor Arthur Koestler (1905-Londres, 1983), del que en marzo de este año se cumplió el 40 aniversario de su muerte, contó en sus memorias que la búsqueda constante del amor le llevó de una mujer a otra sin que en la mayoría de las ocasiones, pasara de ser una relación esporádica. Como creía enamorarse siempre, no se consideraba un mujeriego pues le salvaba esa pasión momentánea. Esa continúa búsqueda y huida en el terreno amoroso tiene también, según él, otra explicación. Cuando podemos predecir la respuesta de nuestra pareja, sostiene, todo ha muerto porque nuestra curiosidad hacia esa persona está acabada.
Arquetipo del intelectual comprometido del siglo XX, Koestler nació en Budapest, en 1905, en una familia de origen judío. De joven vio el final del imperio austrohúngaro como estudiante en Viena. Simpatizó con la revolución comunista húngara de Bela Kun. Dejó los estudios y se hizo sionista. Trabajó en un kibutz en Palestina que entonces se encontraba bajo el dominio inglés y empezó a trabajar como periodista y corresponsal de la cadena de prensa alemana Ulstein. Desencantado con el sionismo, y temeroso del ascenso del nacionalsocialismo alemán, regresó a Europa y se afilió en 1931 al entonces poderoso Partido Comunista Alemán. Viajó por la Rusia estalinista, donde la Internacional Comunista le encargó que escribiera un libro sobre el plan quinquenal aunque luego no se publicó por sus críticas a lo que vio.
A finales de los años treinta se trasladó a París donde dirigió un semanario y se casó con la militante comunista Dorothea Ascher. Durante la Guerra Civil española el partido le envió a España como espía con la cobertura de ser un periodista húngaro que trabajaba para un periódico inglés de derechas.
Detenido en 1937 como sospechoso de espionaje por los nacionales, fue condenado a muerte y liberado gracias a un canje de presos. Su estancia en la cárcel malagueña, y en la que pensó que llegaría a ser fusilado, fue la experiencia central de su vida que contó en su libro Diálogo con la muerte. Y también le convirtió en un abanderado en contra de la pena capital. (De su peripecia española Jorge Freire escribió https://cutt.ly/RsFu5hF).
Influido por las purgas estalinistas, el pacto entre Hitler y Stalin y la actuación soviética en la Guerra Civil, abandonó el Partido Comunista y se convirtió en un furibundo anticomunista. Koestler nunca fue un hombre de términos medios.
En 1939 publicó su primera novela Los gladiadores y en septiembre de ese año fue detenido en Francia por error al pensar que era un riesgo para la seguridad por su pasado comunista. Internado como preso político en un campo de concentración, logró salir con la ayuda del servicio secreto británico antes de la ocupación alemana de Francia. Instalado en Londres escribió su segunda novela El cero y el infinito (1940) basada en las purgas estalinistas de 1936. La novela tuvo un gran éxito y es una de las novelas políticas más leídas.
La grandeza de esta novela consiste en que refleja las purgas estalinianas a través de la confesión final de un dirigente del Partido Comunista, Rubashov. Koestler sabe adentrarse en la mente de los interrogadores y del acusado, siguiendo la dialéctica entre los fines y los medios tan propia del marxismo leninismo. Hasta ese momento nadie se explicaba fuera de Rusia esas largas confesiones de dirigentes comunistas que pedían la muerte después de acusarse de ser agentes del fascismo.
Rubashov confiesa ser una agente del fascismo internacional porque siempre somos culpables de algo, aunque sólo sean las condiciones carcelarias, la falta de sueño, el hambre, el frío… Koestler no profundiza demasiado en la tortura y lo deja en un duelo psicológico donde una de las partes está en inferioridad de condiciones, situación que se acentúa según pasan los días.
El extremo como religión
Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó para la BBC. Conoció a Mamaine Paget, once años más joven que él. Al final de la guerra se convirtió de nuevo en un defensor de la causa nacional judía y publicó Ladrones en la noche (1946). En 1948 Koestler adquirió la nacionalidad británica.
Al año siguiente publicó El Dios que fracasó (1949) donde incluía un análisis de la fe en la política y la religión: «Una fe no se adquiere razonando. Uno no se enamora de una mujer, ni entra en el seno de una iglesia, como resultado de una persuasión lógica. La razón puede defender un acto de fe, pero sólo después de que se haya cometido el acto y el hombre se haya comprometido con él. La persuasión puede desempeñar un papel en la conversión de un hombre; pero sólo el papel de llevar a su clímax pleno y consciente un proceso que ha estado madurando en regiones donde ninguna persuasión puede penetrar».

Mamaine Paget con Arthur Koestler
Se casó con Mamaine Paget en 1950 y se divorciaron dos años después. Ella murió a los 38 años en 1954. En 1955 tuvo una hija, Christine, con Janine Graetez, pero renegó inmediatamente de la niña, y tuvo un asunto amoroso con la tercera mujer de Bertrand Russell, Patricia Spencer.
Hay varias biografías sobre Koestler. La última, escrita por Michael Scammell https://amzn.to/3Q4FJd6 es la que más se acerca a esta personalidad camaleónica que siempre se movió entre opuestos. Scammell afirma que tenía una predisposición neurótica que le conducía a causas extremas sin pasos intermedios. Insatisfecho permanente, todo era poco para él, vivía en un estado de ansiedad continua. En algún modo, era un absolutista furibundo. Cuando abrazaba una causa, o una mujer, iba hasta el final. En el sexo encontraba cierta satisfacción a su ansiedad y tenía tendencias sadomasoquistas. El suyo era un placer cinegético.
En los años finales de su vida, Koestler mostró un gran interés por la ciencia, el esoterismo, la parasicología, además de la sicología y el psicoanálisis, materias en las que llegó a tener un gran conocimiento y que le sirvió para redondear muchos personajes de sus novelas.
En 1981, enfermo de leucemia y parkinson, Koestler se suicidó en Londres, junto a su tercera mujer, Cynthia, que estaba bien de salud. En su testamento dejó dinero para financiar una cátedra de parasicología en la Universidad de Edimburgo, que puso un busto de bronce en su honor y que años después fue retirado al hacerse público los aspectos más lesivos de su pasado.

Arthur Koestler y su última mujer Cynthia Jeffries. Foto de Peter Williams
En su autobiografía Koestler da mucha importancia a lo sicológico. También hay páginas en que explica con excesivo detalle hechos que hoy día importan menos, algo normal en memorias y autobiografías, pegadas al tiempo de quien las escribe. Otro inconveniente es que las numerosas referencias a obras suyas distraen un poco la atención del lector. Y siempre subyace la impresión de que es incapaz de responder a la pregunta que le atormenta sobre su pasado estalinista en el que llegó a denunciar a una amante y compañera:
-¿Cómo pude caer tan bajo y en semejante falacia?
En sus explicaciones echa mano del sicoanálisis. Dice que, en su caso, esa entrega total a una sola causa fue una terapia contra el sentimiento de culpa que había arraigado en él desde la infancia inculcado por sus padres, en especial la madre, a la que odiaba y que en el momento de su muerte acusa de egoísmo por querer estrecharle la mano.
El hombre que despreciaba a las mujeres
En la biografía escrita por el profesor David Cesarani https://cutt.ly/8sFofeH, al entrar en lo privado nos descubre las miserias humanas de su biografiado, especialmente en el campo sexual. Para el profesor Cesarani, la violencia era casi un «sello» del personaje Koestler. También nos enteramos de que era un bebedor empedernido y que, una vez ebrio, a veces intentaba conseguir favores sexuales de manera violenta. Una forma de actuar que era un secreto a voces en el círculo íntimo del escritor.
Tres años antes de aparecer esta biografía, la mujer de un dirigente del partido Laborista, Michael Foot (1913-2010), Jill Craigie, le acusó en 1995 de haberla violado empleando la violencia en los años cincuenta. Podemos imaginarnos las consecuencias de esta acusación si hubiese sido hecha hoy día.
Para Scammell, Craigie inventó la violación cuando era anciana y Cesarani habría engrandecido la historia para vender más ejemplares de su libro. Cesarani, mucho más crítico con Koestler que Scammell, acusó al escritor inglés de ser un violador en serie y Scammell le defiende diciendo que formaban parte del machismo de la época, cuando no su alcoholismo.

Sonia Brownell
La lectura de la autobiografía de Koestler y de las biografías de Cesari y Scammell nos permiten llegar a la conclusión de que el ego de Koestler era inmenso. Un narciso que tenía una inteligencia superior a la media. Aunque en cierto modo brutal, también sabía ser amable y divertido cuando le interesaba. Según el mismo, sufría una inseguridad permanente que le llevaba a competir con el paisaje humano que le rodeaba para vencerla ganando.
Sin embargo, su segunda mujer, que temblaba solo al verle, dijo que volcaba en los demás el odio que sentía hacia si mismo. Si a través de Scammell nos enteramos que se ponía de puntillas en las fiestas sociales para parecer más alto, Cesarani cuenta que intentó mimetizarse en el medio ambiente british sin lograrlo del todo.
Aunque fue un gran seductor (la lista de sus amoríos incluye a Simone de Beauvoir que lo retrató en una novela suya en clave y la segunda mujer de Georges Orwell, la escritora Sonia Brownell) en el fondo sentía un profundo desprecio por las mujeres. Sobretodo con las que mantuvo una relación duradera donde buscaba una sumisión sin condiciones. De todas ellas, la que se llevó la peor parte fue la última, Cynthia, una mujer a la que anuló y humillaba, aparte de hacerle abortar tres veces.
Koestler conocía bien la sicología femenina, y suya es la frase que «se aprende a pensar a través de los libros, pero son las mujeres las que nos enseñan a vivir». O que de una mujer se puede esperar todo y su contrario. Resulta evidente que era un hombre que huía de sí mismo, lo que demuestra su vida repleta de entregas y fugas, no sólo amorosas, sino ideológicas y profesionales. Koestler creía que el impulso sexual es irracional y se encuentra condicionado por la infancia y el inconsciente. Si Cesarani ejerce el papel de fiscal al enjuiciar la vida de Koestler y Scammell de abogado defensor, sólo queda dar la última palabra al acusado antes de que el jurado de lectores emita su juicio.
«El sistema cerrado de pensamiento agudiza las facultades mentales -dice Koestler en sus memorias- y produce un tipo de inteligencia escolástica, talmúdica, minuciosa, que no ofrece ninguna protección cuando quieres cometer las más toscas imbecilidades. La gente de este tipo se encuentra a menudo entre los intelectuales.»