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Elena Figueras y Antonio Gastón |
Muy querida por periodistas, editores y escritores gracias a su paso por varias editoriales como jefa de prensa, Elena Figueras, fallecida el viernes, hizo muchas cosas y todas las hizo bien y a su manera. Se inventó y reinventó mil veces, pero siempre manteniendo su autenticidad, su alegría, su intuición y su perspicaz inteligencia. Personaje inconfundible de la movida madrileña, sin ella, sin tantos desaparecidos prematuramente, no se entiende lo que fueron los años de la Sala Sol, los que vivió junto a su inseparable -recién fallecido también- Antonio Gastón.
Años después, Enrique de Polanco la llamó para impulsar Punto de Lectura y El Tercer Nombre y juntos organizaron promociones, vernissages y divertidos caterings. Y es que Elena, aparte de todo, fue una formidable cocinera que publicó, con gran éxito, dos libros de recetas «bonitas y baratas» que le sirvieron, cómo no, para desplegar sus encantos en los medios de comunicación. Tampoco era difícil: había sido tan generosa con todos los periodistas que estos la apoyaron desde el primer momento en su faceta de autora.
Era capaz de meterse en el bolsillo tanto al último canalla como a directores de periódico o jueces estrella. Gracias a ella conocimos a taxistas, porteros, camareros, emigrantes sin papeles o curas raros. Pero, también, a psicoanalistas, arquitectos y abogados, todos ellos, eso sí, «los mejores de Madrid». Era tan amiga de sus amigos, nos quería tanto, que Carlos Vega era siempre «el mejor arquitecto», Amaya Aznar «la mejor fotógrafa», Belén Gopegui la «mejor escritora» y yo, por supuesto, «el mejor editor». Era exagerada y excesiva en todo, pero qué lujo que haya gente así, qué privilegio aprender del «agudo sentido de la libertad» y de la generosidad sin límites de personas como ella.
Y tras cuidar con mimo hasta el último día a su «adorado» Antonio Gastón, llegó la penúltima reinvención: la terrible pirueta de luchar, tan joven, contra la leucemia. Se convirtió, claro, en la reina de la novena planta de la Jiménez Díaz, donde todo el personal sanitario disfrutó de su enérgico coraje.
En estos últimos meses le han acompañado su querido Thomas, muchos amigos y, especialmente, el estímulo de escribir -toma pirueta- su novela autobiográfica Creíamos que también era mentira. Rodeados como estamos de escritores que carecen de vivencias, todos sabíamos que si alguien tenía que relatar su vida era ella. Y así ha sido: nos ha regalado una novela que, como me decía su editor Bértolo, habla, con sabia inteligencia, del «hado trágico de una generación». Pirueta a pirueta, hemos cerrado el círculo, querida Elena. Y ya sabes que en la portada del libro se pondrá una preciosa foto tuya, cómo no, con Antonio. Los dos, juntos en todas las librerías; los dos, juntos, en la Dehesa de la Villa. Sin más piruetas ya.

Querida Elena:
Aunque ya no te veré y mi cuestionario seguirá a medio responder, no puedo menos de recordarte y reírme de aquellos días y noches desde los viejos tiempos hasta estos últimos. Pero si es mejor reír que llorar como dicen, seguro que ese tiempo habrás sabido reflejarlo en tu novela póstuma que servirá para dar otra vuelta de tuerca a esos años de los que tanto se puede aprender ahora, aunque sólo sea para no repetir los errores y recuperar los aciertos. Un beso mu fuerte. Luis
Querida Elena:
Aunque ya no te veré y mi cuestionario seguirá a medio responder, no puedo menos de recordarte y reírme de aquellos días y noches desde los viejos tiempos hasta estos últimos. Pero si es mejor reír que llorar como dicen, seguro que ese tiempo habrás sabido reflejarlo en tu novela póstuma que servirá para dar otra vuelta de tuerca a esos años de los que tanto se puede aprender ahora, aunque sólo sea para no repetir los errores y recuperar los aciertos. Un beso mu fuerte. Luis