Retrato de Freya Stark en 1924

 

Viajera, escritora y exploradora, Freya Stark fue una de las pocas mujeres de su época que supo ganar la partida a muchos hombres en su campo. Carente de una educación típica (no fue a la escuela), pero con un dominio fluido de varios idiomas, y pese a su mala salud, Stark viajó por algunas de las regiones más inhóspitas del mundo en el periodo de entreguerras.

Poco antes de cumplir los 13 años, sufrió una terrible lesión en la cabeza cuando el eje de acero de una máquina de una fábrica de alfombras le agarró el pelo largo y la tiró al suelo, arrancándole parte del cuero cabelludo y destrozándole una oreja. Más tarde, sufrió disentería, malaria y problemas cardiacos. Sin embargo, a su muerte en 1993, esta mujer extraordinaria había vivido aventuras que pocos podrían igualar.

Recorriendo países como Siria, Irán, Irak, Kuwait y Yemen cuando las fronteras nacionales aún conservaban un carácter difuso, Freya Stark plasmó sus aventuras en 25 libros, entre los que destaca su primera incursión en el mundo de la literatura de viajes, Baghdad Sketches (1932).

Había nacido en París el 31 de enero de 1893, de padres artistas que acabaron separándose. Criada en Inglaterra e Italia, Stark se instaló en este último país para estar con su madre tras la separación de sus progenitores. Stark nunca fue escolarizada y creció en un hogar multilingüe rodeada de libros.

Durante la Primera guerra mundial, Stark se alistó como enfermera en Bolonia (Italia), tras lo cual trabajó como voluntaria en una unidad de ambulancias en Inglaterra. Pero no fue hasta 1927 cuando viajó al Líbano, entonces controlado por Francia. Al mismo tiempo comenzó su odisea por Oriente Próximo y los libros de viajes de esta arabista se sucedieron. Su obra más conocida es El valle de los asesinos(1934), en la que documenta sus viajes a la peligrosa región montañosa situada entre Irak y el actual Irán.

 

 

El libro nos habla de Shaykh al Jabal, el célebre líder de la Secta de los Asesinos, una historia lejana, exótica y que puede parecer cercana por el terrorismo islamista de hoy día. Stark nos cuenta de la interminable y legendaria Ruta de la Seda, un recorrido obligado y peligroso hacia la fortaleza de Alamut, el «Nido del Águila» en lengua parsi, un recoveco inexpugnable encaramado en las montañas de Irán.

Allí en el siglo XI, Hassan Ibn al Sabbah, conocido en Occidente como el Viejo de la Montaña gracias al testimonio de Marco Polo, estableció su cofradía de iniciados, los Nazaritas, célebres por la costumbre de inhalar hachís con fines rituales antes de entrar en combate, para ser insensibles al dolor y al miedo.

Los adeptos de esta secta, que podría ser una organización terrorista parecida a Al Qaeda o el Estado Islámico, eran entrenados militarmente para convertirse en fedayines del ejército que Hassan Ibn al Sabbah formó para derrocar al sultán de la dinastía seleúcida, al que consideraba idólatra, y restablecer así la primacía de la fe chií.

Escrito a finales de los años treinta, el libro es también y quizás sobre todo una reflexión sobre el radicalismo ideológico, declinado en todas sus formas, incluida la religiosa.

El estado de segregación  en el que los afiliados a la Secta de los Asesinos deciden vivir, teniendo como únicos referentes a sus hermanos y maestros, sin ningún contacto con el mundo exterior, les lleva a considerar la fortaleza como el único mundo posible, dentro del cual establecen relaciones falsas y paranoicas, viciadas de raíz por el miedo pánico a ser expulsados de la comunidad de creyentes, lo que les condenaría a una no-vida, miedo que el Viejo de la Montaña sabe aprovechar muy bien para inocular en la mente de sus seguidores una condición de sometimiento psicológico.

 

Freya Stark

 

Su enigmática figura fascina a Freya Stark, y en este libro de viajes el viejo de las montanas aparece con una belleza extraña y terrible. Una belleza fría, despiadada, inhumana.

El poder sobre el que descansa ese mundo encerrado en Alamut es la idea de sumisión. Adherirse a la fe del Profeta equivale a hacer una elección que presupone renunciar a la propia individualidad y a todo vínculo con la cultura de origen. Pero también una vocación hacia lo absoluto y reunida en torno a unas certezas graníticas que son esencialmente las mismas desde los tiempos del Profeta.

Durante la Segunda Guerra Mundial Freya Stark colaboró con los británicos, que aprovecharon sus conocimientos sobre Oriente Próximo para contrarrestar la influencia nazi en la región. Su último viaje importante fue a Afganistán en el verano de 1968, a la edad de 75 años.

Stark, que no tuvo hijos tras un matrimonio efímero, fue capaz de llevar a cabo sus arduos viajes por pura fuerza de voluntad, ya que las consecuencias de su lesión craneal infantil las arrastró toda la vida.

Freya será recordada por su apreciación de un Oriente Próximo que cambiaba rápidamente al salir de su pasado colonial. Y por este libro, donde pinta el paisaje con la palabra y deduce el sabor de los lugares y las gentes con delicadeza y encanto. Por eso la recordamos  como una de esas extraordinarias británicas que se aventuraron a ver una parte remota del mundo con los ojos de una viajera decidida y valiente.

 

 

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