No hay bestia tan feroz (Sajalín, traducción de Laura Sales) fue la primera novela publicada por el norteamericano Edward Bunker (1933-2005) y que le permitió dejar atrás una vida entre rejas desde los trece años hasta los cuarenta y uno salvo breves periodos de libertad. Bunker nos cuenta la historia de un preso que sale en libertad condicional después de pasar ocho años en el presidio federal de San Quintín. Su intención es encontrar un hueco en la sociedad. Una historia que Bunker conocía bien por haberla vivido en primera persona al igual que está contada esta historia.
Max Dembo con sus sesenta y cinco dólares y ropa pasada de moda tiene que encontrar un empleo, y lo más importante, cumplir con los requisitos del agente que controla su comportamiento durante su libertad condicional, un tipo quisquilloso que solo sabe aplicar la norma a rajatabla. Para quien ha vivido toda su vida en la cárcel no resulta fácil hacerse un hueco en Los Ángeles mientras tropieza con los viejos conocidos de la criminalidad angelina.
La novela se dirige sin atajos por esos suburbios de calles sin final donde habita quien puede saltar encima tuyo en busca de tu dinero o algo peor. Por eso en el mundo de Bunker lo mejor es estar siempre alerta.
Desde que sus padres se divorciaron cuando tenía cuatro años, y poco después fallecieron, se convirtió en un chico rebelde que bajo la máscara de dureza se escondía la necesidad de amor de un niño crecido en centros de acogida. Burke entró en el reformatorio a los trece años, para seguir con una biografía sustentada en las peores cárceles y haber ascendido hasta la lista de los diez delincuentes más buscados de Estados Unidos elaborada por el FBI . Con una salvedad. Enamorado de los libros desde la infancia, muy inteligente, el hijo pródigo de las peores penitenciarias de California empezó a escribir novelas gracias a la máquina de escribir que le regaló la persona que le dio trabajo durante uno de sus periodos de libertad, Louise Wallis, una antigua estrella del cine mudo casada con un productor.

Edward Bunker
En 1973, dos años antes de salir de la cárcel a los 42 años con la firme decisión de intentar vivir como una persona normal entre gente que se supone que es respetable, publicó esta novela que fue un éxito. Dustin Hoffman compró los derechos a Bunker que participó en la redacción del guion y tuvo un pequeño papel en la película, titulada Straight Time. Luego escribió el guión de Treinta segundos antes del final y la adaptación de su libro Animal Factory sin dejar de participar como actor secundario en distintas películas. Eddie el chico inadaptado que había entrado en San Quintín con dieciséis años logró convertir en pasado su historial delictivo: robo a mano armada, fraude y tráfico de heroína.
Ahí están los libros, Perro come perro, La fábrica de animales y La educación de un ladrón https://cutt.ly/ElJTip8 «No puedo inventar nada, sólo escribo sobre lo que me pasó a mí o a alguien que conocía bien por dentro». Pero también los guiones de Hollywood bien pagados, los amigos importantes. Quentin Tarantino le dio el papel de Mr. Blue en Reservoir Dogs (1992) y asesoró a Michael Mann en Heat (1995). James Ellroy (que escribe el prólogo de esta novela) le ascendió a su cielo negro y William Styron le alabó. La guerra se combate dentro y fuera de la cárcel y Bunker la cuenta como si fuese la Odisea.
Reconvertido en un escritor de culto, se casó con una abogada y tuvo un hijo. Todo un reto para quien estaba seguro de morir antes de cumplir los 30 años. Lo hizo a los 71 después de ser operado de un tumor y que su corazón, un “viejo despertador estropeado”, no soportó.
Le gustaba contar anécdotas carcelarias entre gente biempensante, la cuchara convertida en cuchillo que entra en la carne adversaria y hay que hacer girar al revés de las manecillas del reloj para asegurarse de dejar un cadáver y no un enemigo más. Sonreía ante el horror de su interlocutor y al final de la velada se abrochaba la chaqueta del traje hecho a medida para olvidar los años de uniforme de presidiario. Entonces saludaba con una ligera reverencia a las señoras y se marchaba cojeando debido a sus problemas de mala circulación sanguínea. Los excesos siempre dejan huella pero en este caso también literaria.