Dora Maar. Sin título (1937)
«Escribir: falsa radiografía de mi cuerpo», dice Luna Miguel (Alcalá de Henares, 1990) en Caliente (Lumen, 2020), un libro que se presenta como una investigación narrativa en torno al placer y el autoplacer femenino, y que, como un caleidoscopio, se libera en sí mismo de cualquier corsé de forma y tema.
Caliente se inicia con una rotura, la del corazón de la autora cuando su marido, con quien formaba una pareja monógama desde hacía diez años, le comunica que se ha enamorado no de otra persona sino de «alguien más». Esa historia íntima y en apariencia solo dolorosa se convierte en el hilo conductor de Caliente, un relato en sentido amplio que cose los diversos temas que en torno al placer surgen en su desarrollo (como en los mejores spots, el storytelling no es la clave, más bien sirve para conducirnos a ella). O como Luna Miguel dice, Caliente es una «falsa novela, un falso diario» para llevar a quien lee a través de sus lecturas y de sus indagaciones. A partir de entonces, entramos en un terreno que combina la precisión con un horizonte más amplio, en el que cada expresión que creíamos cargada de un significado unívoco muestra ahora que las inercias no llevan más que a laberintos.
En varios pasajes del libro se lee la clave de sus propias páginas. Como al principio, cuando asumimos que «La vulnerabilidad es una postura legítima desde la que militar y desde la que generar belleza y pensamiento». O más adelante, en las palabras de la comisaria Lissa Rivera al destacar, a propósito de la obra de Dora Maar, su capacidad «para llevar el placer femenino al lienzo: un placer autobiográfico, conflictivo, alejado de la representación sumisa del cuerpo de la mujer». Incluso cuando, al pensar con Olivia Sudjic, cuenta Luna Miguel cómo llegó la autora británica a plantearse «de qué manera la exposición cruda de la vivencia personal se ha convertido para muchas en el recurso más útil para cuestionar el canon, o para reinventar ese relato, asociado a lo femenino, de un amor y de una sexualidad que parecían oprimirnos y que nos empujaban como creadoras hacia los márgenes».

Luna Miguel
En este libro que poco tiene que ver con los anteriores de la autora en cuanto a forma –excepto con El dedo (Capitán Swing, 2016), de cuyo antiguo germen nace–, es el cuerpo como guía de todo lo que ocurre –una fisicidad que sí marca su obra– quien no quiere ser «un esqueleto celoso» y trabaja la idea principal: el placer, sí, pero también y sobre todo la libertad, el amor libre, el dolor en forma de heridas muy concretas y los descubrimientos a través de la escritura. Todo ello se cuenta de un modo fragmentario y con palabras nítidas para tratar de conjurar la ignorancia y el miedo. Miedo a que nos hayan roto el corazón y a que al decirlo no estemos siendo tan honestas como obedientes a aquella inercia de un dolor aprendido. Miedo a desarrollar la musculatura metafórica del pecho, a que los planetas desborden nuestro sistema. Miedo a la laica trinidad de cerebro, corazón y sexo.
También está el miedo a no ser justas con nuestro cuerpo, a no tener la información con la que deberíamos haber contado desde el principio para evitar asumir la vergüenza. «Quizá si me tocaba fuerte o si tecleaba mis palabras con más ímpetu, podría alejarme al fin de toda esa vergüenza», derribarla como lo intentaron otras antes, porque es enemiga del placer y también de la autonomía. Y eso se logra con un conocimiento que no ha sido suficiente si tenemos en cuenta, por ejemplo, el trato condescendiente que ha sido (¿es?) habitual ante la literatura escrita por mujeres. O si pensamos en lo tarde que llegó a explorarse médicamente el cuerpo femenino (no fue hasta 1998 cuando se empezó a estudiar la anatomía del clítoris) y recordamos que la mutilación genital no se ha abolido aún. Como afirman las doctoras Nina Brochmann y Ellen Stokken Dahl, «incluso en un momento como el actual, en el que aparentemente tenemos acceso a tantísima información, aquella que hace referencia a la masturbación, al aborto espontáneo, a la endometriosis o a la inclusión del cuerpo de las mujeres transgénero en los estudios sobre el placer femenino sigue estando rodeada de ideas falsas o, lo que es lo mismo, continúan considerándose tabú».
Caliente es un ensayo narrativo en el que aquellos temores se combaten con bibliografía, y para ello Luna Miguel se acompaña de las palabras de Emily Dickinson, Unica Zürn, Sharon Olds, Maggie Nelson, Cristina Morales, Annie Ernaux, Virginie Despentes, Aixa de la Cruz, Betty Dodson, Gabriela Wiener… Así, esta escritura genealógica y en caliente cumple aquel deseo de Anaïs Nin –otra de las grandes presencias del libro– que la autora recupera como «la necesidad de que las nuevas generaciones de escritoras se atrevan a escribir su placer, convirtiéndolo en un relato digno». Aquel corazón finalmente no se sutura: su grieta deja pasar otros amores que lo nutren, empezando por el dirigido a una misma y el de la lectura, «como si a solas me convirtiera en mi propia amante».