El 3 de julio de 1898 tuvo lugar la batalla de Santiago de Cuba (“breve y desastrosa”, como la califica la contraportada del libro), que puso término a nuestra presencia, ya agónica, en la isla que conocemos como la perla de las Antillas.

Y el 17 de diciembre de 1927 se firmó, por así decir, el acta fundacional de ese grupo de escritores -poetas, sobre todo- que hoy conocemos como “generación del 27”, reunida para conmemorar el 400 aniversario del fallecimiento de Góngora: fue “el triunfo de la literatura”, como se subtitula el libro de José Carlos Mainer.

Lo que sucedió, por su lado, el 18 de julio de 1936 -un golpe que no triunfó pero tampoco fracasó-, “el día que empezó la guerra civil”, como recuerda Pilar Mena, lo sabe todo el mundo, lo que hace innecesario extenderse en explicaciones.

Y algo parecido puede decirse de otras cuatro fechas críticas: 20 de diciembre de 1973 (“El día en que ETA puso en jaque al régimen franquista”, Antonio Rivera, sobre el asesinato de Luis Carrero Blanco), 23 de febrero de 1981 (“El golpe que acabó con todos los golpes”, Juan Francisco Fuentes), 25 de julio de 1992 (“La vuelta al mundo de España”, en referencia a la apertura de los Juegos Olímpicos de Barcelona, Jordi Canal) y, en fin, 11 de marzo de 2004 (“El día del mayor atentado de la historia de España”, Mercedes Cabrera).

La Editorial Taurus, hoy integrada en Penguin Random House, ha tenido la feliz ocurrencia de crear esa colección (“La España del siglo XX en 7 días”) con los siete libros que se acaban de indicar. Como explica el propio Jordi Canal en la presentación general, se trata de reconstruir nuestra historia sobre la base de fijarse en esas fechas, recordando que se trata de casos en los que “un día es mucho más que un día, porque representa una época”. Y bien: “a partir de la narración de lo ocurrido en un día concreto de la historia de España se propone una aproximación al período, a las implicaciones nacionales e internacionales de los hechos y, asimismo, a la historia y a la memoria de aquella jornada. La aproximación micro se convierte en la clave de una comprensión macro”.

En la contraportada, bajo el rubro de que “no todos los días son iguales”, se contienen unas palabras que también merecen verse ahora reproducidas: “Solemos abordar la historia a partir de arcos de tiempo dilatados. Pero ¿qué sucede si, por una vez, centramos la atención en los instantes concretos que han marcado nuestro pasado colectivo? Los protagonistas, sus acciones, sus emociones, sus deseos, sus dudas y sus errores pasan al centro del relato, irrumpen con la fuerza de la imprevisibilidad, y los revivimos como si fuera la primera vez. En esta novedosa colección, algunos de los mejores historiadores nos muestran que nada puede darse por sentado, y cómo ciertos acontecimientos pueden dejar un rastro profundo en un país”.

 

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Tomás Pérez Vejo

Tomás Pérez Vejo, cántabro de 1954, es un historiador que vive en México y que conoce como nadie los avatares en la América hispana y además la explica sin prejuicios o, dicho con lenguaje más actual, sin estereotipos: Antes al contrario, es un zapador de ellos, porque se recrea en abrir los ojos a los lectores y sacarlos de los embauques de los que todos, más o menos, estamos ideológicamente presos. Sin exageración puede afirmarse que ha recogido lo mejor de las dos culturas y también de las dos tradiciones literarias. Un verdadero lujazo. Y, dicho sea de pilón -expresión mexicana donde las haya-, emplea su talento al servicio de la noble tarea de pensar por sí mismo, como ponen de relieve los mismos títulos de sus libros. Por ejemplo, “Elegía criolla. Una reinterpretación de las guerras de independencia hispanoamericanas” (2010) o “España imaginada. Historia de la invención de una nación” (2015).

Es hijo de Lines Vejo, recientemente fallecida, para desgracia del estudio de Liébana y de Cantabria.

 

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El libro del que ahora se ofrece noticia es el primero de esa colección de siete. En la Introducción se empieza recordando lo que es obvio: “En la historia de un país pocos son los años convertidos en un sujeto histórico. El 98 español es uno de ellos. Basta enunciarlo, sin necesidad de precisar el siglo, para saber que se está hablando de 1898, no de 1998 o de 1798. Es el año del Desastre y el que da nombre a uno de los movimientos literarios más influyentes de la vida intelectual de los dos últimos siglos: la generación del 98, la de Pío Baroja, Azorín, Ramiro de Maeztu, Ángel Ganivet, Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Ramón María del Valle-Inclán, …”.

Pero el estilo inconformista del autor -expuesto, eso sí, con un tono bien alejado de las tradicionales ajustes de cuentas entre intelectuales- se pone de relieve en seguida, en la propia introducción, cuando comienza cuestionando “la afirmación de que en 1898 España perdió los últimos jirones de su imperio”, lo que sería sólo “una verdad a medias, o una media mentira”, porque en realidad “fue el fin de una época, pero no de la iniciada con el descubrimiento de América, sino [de la que se abrió] con la crisis imperial de principios del siglo XIX y la conclusión, por parte del nuevo Estado nación español, de los territorios ultramarinos heredados de la vieja monarquía en las colonias que con esta última no habían sido”.

En revancha, lo importante del 98 es su carácter fundacional o, por así decir, constituyente: “la causa y origen de muchos de los grandes problemas de una centuria particularmente dramática en la historia contemporánea española, incluida la Guerra Civil de 1936-1939. Fenómenos como el aislamiento y la irrelevancia internacional de España, el nunca resuelto problema de los nacionalismos periféricos, la polarización política, el déficit de infraestructuras públicas, la pervivencia del militarismo, el desastroso imperialismo español en el norte de África y, de manera general, España como problema, que recorrerá como un fantasma la vida del país hasta prácticamente nuestros días, tienen algunas de sus claves en la ya lejana batalla que tuvo lugar la mañana del 3 de julio de 1898 en la bahía de Santiago de Cuba, un lugar hoy desconocido para la mayoría de los españoles”. Un día, en suma, que dio forma (para mal) “a la España contemporánea”.

 

Proclamación de la independencia de Perú

 

El libro tiene la siguiente estructura en Capítulos:

 

 1. “3 de julio de 1898: el significado de una fecha” (páginas 15 a 59).

 

El autor pone los puntos sobre las íes: con la cataclísmica batalla de Santiago de Cuba y el Tratado de París de 10 de diciembre del mismo 1898 realmente no se alteraron las cosas, porque España ya no era nadie con anterioridad. “El cambio real había tenido lugar algo menos de un siglo antes, cuando la monarquía católica, en torno a lo que había girado la geopolítica del mundo atlántico durante tres siglos, se disgregó en una veintena de nuevos estados nación, todos, incluido el español, de una más que obvia irrelevancia internacional y, como consecuencia de ello, incapaces de ocupar el lugar dejado por aquélla en la geopolítica mundial”.

Más aún y por si alguna duda seguía quedando: “El imperio colonial español sólo existió a partir de la disgregación de la monarquía católica, organización política distinta del posterior Estado nación español. Fue la desaparición de aquella la que originó el nacimiento de este último, con la distinción entre colonias y metrópoli característica de los imperios coloniales decimonónicos, que de manera errónea tendemos atribuir también a los imperios del Antiguo Régimen, todos de marcado carácter anacional. Esta precisión permite explicar por qué para España la pérdida de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y un rosario de islas en el Pacífico fue mucho más importante que la de prácticamente todo un continente, desde el cabo Hornos hasta la actual frontera entre Canadá y Estados Unidos. La diferencia es que unos territorios, los continentales americanos, los perdió el rey y los otros, las islas caribeñas y pacíficas, la nación española”.

A ello hay que añadir que la relación económica entre España y Cuba en el siglo XIX no obedeció ni mínimamente a lo que suele suceder entre metrópoli y colonia, porque la isla se dedicaba al monocultivo del azúcar, cada vez con más necesidad de inversión tecnológica, y ese papel capitalista no lo ejerció España -no estaba en condiciones-, sino Estados Unidos. La excepción la supuso Cataluña, primero con el comercio de esclavos y después con la industria textil. De hecho, la presencia de españoles en Cuba no sólo no terminó en 1898, sino que el flujo migratorio se incrementó.

Pero lo que importa no son las cosas, sino las percepciones o, como se dice ahora (y con palabra que el autor emplea muchas veces), el relato. El que tiene por objeto que la nación española sufrió en 1898 un verdadero mazazo, del que un siglo largo más tarde, aún no se ha recuperado. Sin aquello, Ortega, por ejemplo, no habría escrito España invertebrada en 1921. Y no se habría instalado entre nosotros la idea de decadencia. Ni, por supuesto, el regeneracionismo -como expresión de la falta de autoestima colectiva- habría presentado los perfiles que conocemos y que sigue teniendo.

 

Restos del crucero español Almirante Oquendo tras la batalla de Santiago de Cuba

 

 2. “La guerra hispano-estadounidense del 98: orígenes y contexto histórico”

(páginas 61 a 101).

 

Todo arranca, por supuesto, y sin perjuicio de la prehistoria (Guerra de los Diez Años, paz del Zanjón en 1878 y reanudación de las hostilidades en 1895) del estallido del Maine en el puerto de La Habana el 15 de febrero. Estados Unidos encontró ahí la coartada que llevaba buscando desde al menos setenta años antes. Las palabras de John Quincey Adams, Presidente entre 1825 y 1829, se revelaron proféticas: “Al igual que de gravitación física también hay leyes de gravitación política; y si una manzana separada de su árbol nativo por la tempestad no puede más que caer al suelo, Cuba, separada forzosamente de su no natural conexión con España, e incapaz de autosostenerse, solamente puede gravitar hacia la Unión Norteamericana, la cual por la misma ley de la naturaleza no puede arrojarle de su seno”. Los tópicos de la Leyenda Negra -el nuevo imperialismo estadounidense como expresión de democracia y de libertad frente a una España sanguinaria y fatalmente condenada a no modernizarse- crearon un caldo de cultivo en el que el final estaba escrito.

 

 3. “El 98 y la sociedad española” (páginas 103 a 142).

También aquí el autor abre exponiendo la opinión por así decir convencional: “La realidad histórica de la guerra no debe hacernos olvidar que el 98 fue sobre todo un estado de ánimo; sumió en una profunda crisis a una sociedad a la que la derrota frente a Estados Unidos y la pérdida de las posesiones ultramarinas obligaron a replantearse el sentido de su existencia como comunidad en la historia, y propició el surgimiento de la generación del 98, cuya misma denominación es ya una afirmación del lugar que ocupó el Desastre en su definición intelectual, pero también dejó huella en el regeneracionismo, que, aunque se remontaba a antes del 98, cobró un nuevo sentido a partir de éste y tuvo una importancia no menos relevante en la evolución histórica de la España del siglo XX”.

Pero Pérez Vejo es persona que no puede resistir sin suscitar la polémica. Para empezar, planteando la hipótesis de que lo de nuestros intelectuales de la época fuese sólo “una variante española de los modernismos europeos contemporáneos” y ello en el marco de “la crisis del racionalismo positivista, con Nietzsche como maestro indiscutido, pero sin olvidar la aportación de Schopenhauer o Kierkegaard”. Y es que era todo lo latino lo que sufría derrotas militares que se interpretaban en clave de una decadencia incluso racial: Francia en Sedan en 1870 (la Debacle) y en Indochina en 1896, Italia en Adua en el mismo 1896… Naciones moribundas, en síntesis. La cuesta abajo en carne viva. Y no sólo en España.

Sin embargo, en la propia sociedad peninsular surgió una línea de pensamiento que interpretó la pérdida de Cuba como una liberación, sobre todo desde el punto de vista hacendístico. La referencia es, una vez más, Joaquín Costa, y en 1900, o sea, a la hora del balance: “Durante cuatro años, la guerra se ha estado tragando un canal de riego cada semana, un camino cada día, 10 escuelas en una hora y en media semana los 44 pueblos creados por Olavide y Aranda en los pueblos de Sierra Morena”. Las colonias son un lujo y nosotros no estamos en condiciones de costearlas. El manifiesto de Cánovas (“hasta el último hombre y la última peseta”) era un farol o, peor aún, algo ridículo.

Y eso sin contar con un movimiento obrero (o unas clases bajas, si se prefiere) a las que el reclutamiento, que caía sobre sus espaldas, no les hacía la menor gracia. Las dramáticas circunstancias de la repatriación de los soldados a partir del verano de 1898 hicieron que mucha gente se planteara si aquella pesadilla había tenido la menor lógica. El 8 de septiembre, un Diputado valenciano llamado Vicente Blasco Ibáñez lo expresó con toda crudeza: “Es realmente bochornoso y contrista el ánimo con impresión dolorosa el espectáculo que estamos ofreciendo a Europa con el regreso de los soldados repatriados (…)”.

Sin duda que, vistas las cosas con perspectiva, las soluciones razonables, mucho antes de 1898, habrían sido “la venta de Cuba a Estados Unidos o la negociación con los rebeldes para el reconocimiento de la independencia”, pero en aquel momento la opinión pública -y sobre todo la opinión publicada– no lo habría aceptado: en palabras del propio Cánovas, “la monarquía española no resistiría una cesión de territorio”. La retirada tenía que ser traumática y, al cabo, más dolorosa, provocando la ola de autoflagelación que ya conocemos. El autoengaño -ignorar la realidad- suele llevar a las catástrofes. Y que los periódicos estadounidenses igualmente mostrasen una retórica patriotera e incandescente tampoco ayudó nada, dicho sea de paso.

 

 

Reunión del Cabildo de Buenos Aires 22 de mayo 1810

 

4. “El Desastre del 98 y las relaciones con Hispanoamérica” (páginas 143 a 184).

 

Es quizá donde el autor se siente más cómodo y se explaya. Las sociedades del centro y el sur de América se pasaron el siglo XIX divididas entre la hispanofobia (“el panamericanismo liberal”, como se le califica) y la hispanofilia (el “panhispanismo conservador”). “Se trataba de una división condicionada por el hecho de que la fractura liberales/conservadores no era, en el caso hispanoamericano, sólo ideológica, un conflicto en torno a derechas y organización política, aunque ésta fuese hegemónica, sino también identitaria, un conflicto en torno a qué somos: para los conservadores, hijos y herederos de España, de lo español y los españoles; para los liberales, del mundo prehispánico o de las revoluciones liberales euroamericanas pero no de España, el enemigo por autonomasia de las nuevas naciones (conflicto este último igual de virulento que el ideológico, pero más difícil de gestionar y con mayor capacidad de polarización social)”.

Protagonismo especial en esa contienda tuvieron, como es sabido, Rafael Altamira (y Adolfo González Posada). O, en menor medida, Ángel Ganivet.

 

5. El 98 y la crisis del relato de nación español” (páginas 185 a 225).

 

El autor comienza esa parte del libro, que es la final, con lo que puede imaginarse: el artículo de Francisco Silvela, el 16 de agosto de 1898, titulado España sin pulso y auténtico manifiesto del tremendismo: “Se hace la paz, la razón la aconseja, los hombres de sereno juicio no la discuten; pero ella significa nuestro vencimiento, la expulsión de nuestra bandera de las tierras que descubrimos y conquistamos”. Y Pérez Vejo vuelve a su discurso inicial: hasta comienzos del siglo XIX, lo que había en América no era un Imperio de España, porque ésta, como nación, no existía. Cierto que la Constitución de Cádiz, de 1812, hablaba de ella (y en los cuatro primeros artículos, nada menos), pero sin sustrato real: “es poco más que el intento, fracasado, de convertir el conglomerado de coronas, reinos y señoríos que constituían la antigua monarquía en una nación política de tipo moderno”. Y, puestos a hablar claro, el autor llega a afirmar que “la gaditana no es, como tantas veces se ha dicho, la primera Constitución española, sino la primera y la última de la monarquía católica”. Y sin embargo a finales de siglo XIX todo había conseguido ir cambiando -en el sentido de la modernización ideológica de la sociedad, por así decir-, con la desgracia de que la pérdida de Cuba vino a llevárselo todo por delante: “El proceso de construcción nacional decimonónica habría sido igual de exitoso que el de los demás países del mundo euroamericano hasta justo 1898”.

Lo que viene a continuación es por así decir una historia constitucional: el tratamiento que nuestros textos -1837, 1869 y 1876, sobre todo- dispensaron a los territorios de ultramar. Pero lo más relevante no son las normas, sino el trasfondo, el relato, si queremos decirlo con la palabra de hoy (que por cierto el autor emplea mucho) y donde todo se explica como la historia de una inexorable decadencia, que para muchos pensadores comenzó en Villalar en 1521 con la derrota de los comuneros. Pero en el pesimismo coincidía todo el mundo, a derecha e izquierda: regeneracionistas y noventayochistas eran sólo los más explícitos. Y, en todo caso, esencialismo puro. Herder llevado a su máxima potencia.

También ahí el autor echa su cuarto a espadas y pretende desdramatizar: lo nuestro no fue tan excepcional. “La ruptura respecto al modo en que la nación era narrada fue común al espacio geopolítico euroamericano” y lo cierto es que “la Primera Guerra Mundial o la Revolución Rusa constituyen sin duda hitos históricos mucho más relevantes en el calendario de estos procesos que el 98”.

Hasta aquí, en esencia, el contenido del libro. Y, sobre todo, su tono o, si se quiere, su música.

 

I V

 

Llega la hora de las valoraciones.

El autor -primero de los rasgos a aplaudir- mantiene la atención de los lectores en todo momento y de alguna manera, aunque uno sea de los más apegados a las visiones por así convencionales, se va mostrando cada vez más convencido de que las cosas no son lo que se pensaba. Pérez Vejo es, aparte de otras muchas más cosas, un pedagogo de primer orden.

Pero ese no es un don añadido, porque para transmitir conocimientos hay que empezar por estar convenido de ellos, sobre todo si, como sucede en este caso, por conocimientos no entendemos una mera recopilación de datos -cifras, lugares y nombres propios-, sino un conjunto de ideas. Es, en el fondo, un libro de historia de las mentalidades y, en particular, de las mentalidades españolas (e hispanoamericanas) de los últimos 200 años, por poner una fecha redonda. Desde la independencia de las repúblicas continentales.

Todo eso sucede porque el autor, aparte de haber estudiado documentos, ha dedicado mucho tiempo a pensar y a someter a criba los planteamientos heredados. En el fondo, y al modo de una Elvira Roca, se alza contra el pesimismo fatalista -somos dentro de occidente una excepción y, por supuesto, una excepción para peor: en el fondo, tienen razón Sabino Arana y Pompeu Gener- que, a modo de un narcótico, se ha ido apoderando de la mente de todos los españoles. La impresión que se puede obtener es que si nuestro proyecto nacional del siglo XIX se vino abajo en el 98 fue porque le habría sobrado ambición: la cantinela del Imperio se la había terminado creyendo, siendo así que faltaban todas las condiciones objetivas. En Cuba (y no sólo en Cuba) y en primer lugar en la propia metrópoli. A toda fabulación le acaba llegando su San Martín y eso -sólo eso- fue lo que sucedió en la batalla de la bahía de Santiago de 3 de julio de 1898.

Ahora, en estos días finales de 2020, el alma española vuelva a pasar por uno de esos momentos de depresión que nos asaltan de manera recurrente: a la debilidad del centro frente al asalto de la periferia -una debilidad rayana en la menesterosidad o incluso la mendicidad- se suma la pésima calidad en la gestión de todas las Administraciones, sin discriminación de credos, de la pandemia del COVID-19. El libro puede aportar, si se lee con ojos esperanzados, un poco de moral, que buena falta nos hace. Aunque sólo fuese por eso, ya valdría la pena leerlo. Y con lápiz de colores, para ir subrayando.

 

 

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