Una de las figuras más interesantes de la familia de Thomas Mann fue su hijo Klaus, que aparece en dos libros publicados recientemente, uno la biografía sobre Los Mann (Navona) escrita por el  periodista cultural Tilmann Lahme, y en La novela de la Costa azul  de Giuseppe Scaraffia (Periférica), costa que frecuentó con asiduidad y donde se suicidó en Cannes, en 1949, de una sobredosis de somníferos.

Klaus Mann nació en Münich, en 1906, y dejó constancia de la primera parte de su vida en Hijo de este tiempo (Minúscula, 2001). En estas memorias de infancia se levanta lo que serán las líneas de una vida marcada por la presencia cariñosa de la madre, un padre distante y nombre clave de letras alemanas del siglo XX, y la figura de su hermana y compañera ideal en todo tipo de aventuras, Erika.

Como él mismo señaló, la historia de su infancia también tiene interés por el contexto histórico, ya que vivió los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial y luego la revolución espartaquista en Alemania para acabar con la galopante inflación y el derrumbe económico de la República de Weimar cuando tenía dieciséis años.

Sumergido de lleno en  la crisis de la burguesía de los años veinte y treinta,  con el comunismo primero y el nazismo después llamando a la puerta de casa, el resultado fue que, como bien recuerda Klaus, “durante unos cuantos años, no tuvimos nada que comer y nada que ponernos: esto es importante porque en este terreno ya no podía ocurrir nada que nos resultase nuevo e insufrible. Más importante es que nos faltó aquel suelo firme bajo los pies que nuestros padres aún habían tenido. Tanto desde el punto de vista moral como desde el económico no tuvimos nada con lo que contar”.

 

 

Ese nada que se repite varias veces refleja la crisis del pensamiento moderno de la Europa de entreguerras que algún parecido, aunque con otros mimbres, tiene con la nuestra. En lo literario, el hijo de Mann fue como en todo lo demás bastante precoz y su talento evidente. Escribió una obra teatral Anja und Esther que representó con éxito junto a su hermana Erika a los diecinueve años y otros jóvenes ilustres de la época, como Pamela Wedekind y Gustaf Gründgens, que llegaría a ser uno de los actores alemanes más famosos de la época.

Gründgens estuvo casado dos años con Erika y mantuvo una relación con Klaus. Su retrato se puede leer en una de sus mejores novelas de Klaus Mann, Mephisto y en la que el protagonista es un buen actor, débil de carácter y oportunista, que hace carrera en la Alemani nazi a costa de sus convicciones íntimas. De esta novela, el realizador húngaro Istvan Szabo hizo una película en 1980 con el actor Klaus Maria Brandauer en el papel del actor, lo que significó el renacimiento de Klaus Mann, un escritor hasta entonces olvidado. También forzó la reimpresión de esta novela que debido a un pleito con el hijo adoptivo del actor no se publicaba desde 1936.

La relación con su padre, el mago como le apodaban los hijos,  marcó bastante su vida. Si en un principio el apellido Mann le ayudó en los ambientes literarios, y él se aprovechó de ello, pronto se convirtió en una losa en su camino. Al padre la obra del hijo le parecía superficial y demasiado prolífica, lo que se notaba en sus elogios que eran más de compromiso que un sentimiento sincero. Por parte de éste, el gran inconveniente era que no había lector que se acercase a su obra sin prejuicios o sin compararle con la obra paterna.

Esta relación con el padre lo abocó a un complejo de inferioridad literario y del que no podía escapar, pues el uso de un seudónimo, según él, tampoco le hubiese garantizado el anonimato toda su vida.

 

Thomas Mann con sus hijos Klaus y Erika

 

Pero los demonios particulares de Klaus Mann trascendían la figura del padre. Él procuró eludirlos con una hiperactividad social, literaria y vital,  además de viajes continuos que le hicieron preocuparse por el momento espiritual de Europa y su decadencia si continuaba agotándose en luchas fratricidas frente a continentes come el asiático o americano.

Como publicista de sí mismo le gustaba escandalizar declarando públicamente su homosexualidad, o haciendo uso de drogas. Como dijo Rilke, la fama es la suma de todos los conceptos equivocados que circulan sobre una persona y el personaje Klaus Mann resultó ser matriz de muchos equívocos.

En lo literario, Klaus Mann fue un buen escritor. Sobre  todo con sus novelas escritas durante el exilio y entre las que destaca la antes mencionada, Mephisto (1936), a las que hay que añadir Huída al norte (1934), Sinfonía patética (1935), inspirada en la vida de Tchaikovski, y El volcán (1939) sobre la emigración alemana antes de la guerra. Su obra es un microcosmos que abarca las experiencias y obsesiones del hombre moderno al no eludir los conflictos fundamentales de su tiempo e integrarlos  con su drama personal.

La llegada del nazismo al poder le proporcionó una causa más por la que vivir. Exiliado en 1933 fundó la revista Die Sammlung  para combatir culturalmente la propaganda del Tercer Reich, y en la que colaboraron autores alemanes y extranjeros, pero que no tuvo una vida larga debido a las presiones de los nazis sobre los colaboradores alemanes. Durante su gira como conferenciante por Estados Unidos, mantuvo una controversia con el poeta Gottfried Benn, al que Klaus consideraba el principal poeta de habla alemana y que simpatizó en un primer  momento con el nazismo. La respuesta del poeta a la invitación de Klaus Mann para disociarse del nazismo fue la de calificarlo como emigrante de lujo, y acusarle de cambiar de villa pero no de estilo de vida. Evidentemente para alguien tan poco sedentario como Klaus y que estaba acostumbrado desde la mas temprana juventud a vivir en los hoteles de todo el continente, el exilio fue bastante soportable.

 

 

Klaus Mann se nacionalizó estadounidense con la entrada de Norteamérica en la Segunda Guerra Mundial. Fue uno de los pocos escritores alemanes que también escribió en inglés. En 1942 se alistó en el ejército norteamericano y participó en la campaña de Italia en una unidad de propaganda. Con la guerra los demonios que lo asediaban se disiparon.

La llegada de la paz y de la Guerra Fría cambiaron de nuevo la dirección de su vida. Ya no podía regresar a Alemania, un país devastado en el que se sentía extranjero y cuyos compatriotas a su juicio seguían teniendo con los mismos defectos de antes de la guerra. Pero la realidad era que habían ocurrido demasidas cosas para volver al punto de partida.

Obsesionado con el envejecimiento y la muerte, se mató por una concatenación de causas, entre las que estaban las preocupaciones politicas y sociales, la escasez de dinero, la falta de eco de su obra, proyectos fallidos, abuso de las drogas, amoríos sin futuro… Su hermano Golo, en su libro de memorias, negó la tesis fácil del fracaso por culpa del  padre. Si se  busca un motivo, tal vez debemos adjudicarlo a que vivió un tiempo intenso, infeliz y creativo con una personalidad voluble y contradictoria, pero también con la valentía suficiente para  defender los valores humanos.

 

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