La escritora Soledad Puértolas (Zaragoza, 1947) ahonda aún más si cabe con esta última novela, Música de ópera, en algunas claves de su obra anterior, un cúmulo ya considerable de narraciones, entre novelas y cuentos, pero especialmente en la novela, vale decir, en las relaciones familiares en lo que estas tienen de clan, de tribu con unas características propias, un lenguaje cómplice que se traduce en un léxico familiar único. Retomando la feliz expresión de la novela de Natalia Ginzburg, da cuenta de un léxico familiar que resulta ser la clave que abre las puertas del conocimiento del clan, reducido ahora al número mínimo que creó con intuición genial el cristianismo con el pesebre de Belén pero que hasta hace pocos años conservaba aún, sobre todo entre la clase media alta, su afán de gentes. Ni que decir tiene que este tipo de visión de la familia es terreno abonado para el relato literario. Es más, exige el relato mismo.
En 1971, la editorial Helios publicó el primer libro de Soledad Puértolas, El Madrid de “La lucha por la vida”. Desde entonces, recuerdo aún su primer libro narrativo importante y que le dio fama, El bandido doblemente armado, su obra ha crecido hasta constituir una de las vastas y coherentes de las habidas en su generación. He citado ese ensayo de Puértolas consagrado a Baroja porque demuestra que desde aquella fecha ya lejana, el modo de narrar de Pío Baroja, su sentido de la Modernidad, frente a Galdós, Clarín o Pardo Bazán, fue el aliciente primero con que Puértolas se armó como narradora y que nunca abandonó.
En Música de ópera, los personajes hablan por sí mismos, su personalidad se plasma por lo que ellos hacen, “representan” en las páginas que el lector tiene a la vista, sin que el autor haga juicios de valor sobre estos personajes, condicionándolos y condenándolos a ser figuras de tono moral, figuras representativas de una escala de valores.

Soledad Puértolas. Foto de Leopoldo Pita
Desde luego que en esto consiste la novela moderna y es genialidad del mismo Cervantes, que en cierta manera la inventó, que los personajes se desenvuelvan por sí mismos, en plena libertad narrativa e, incluso, que el autor aparezca como personaje, de una u otra manera, como culmen de cierta objetividad. Esa manera de desenvolverse trae como consecuencia que se otorgue importancia a los silencios, a lo que no se dice y conviene recordar aquí que la enorme fascinación que producen los relatos de Ernest Hemingway provienen del hecho de que ocultan una enorme superficie, al modo de un iceberg, de aquello que se cuenta, lo que sobresale, pero que eso “no dicho” condiciona de tal modo lo narrado que lo que el lector logra entender va mucho más allá de lo que se le expone. En cierta manera el silencio habla.
En este tipo de narraciones de sagas familiares, que se remontan a generaciones el personaje principal suele ser una persona que decide indagar, expresar y sucumbir ante la memoria familiar. No es cuestión aquí de iluminar las causas de la razón de que de unos años a esta parte la mayoría de los escritores que comenzaron su carrera en la década de los ochenta se dediquen en sus últimas obras a dar cuenta, sin reparo de ocultación alguna, de sus propios demonios familiares, pero el caso es que Soledad Puértolas, de una manera u otra, nos relata a través de esta familia aragonesa, los destinos de la suya propia. Ya digo, no es ahora cuestión de indagar en la crisis del personaje de ficción, que le hace menos atractivo en la reciente narrativa europea que en décadas anteriores, dejando al héroe en manos de los guionistas de las series de televisión, pero sí es necesario dejar constancia de ello.
Así, la historia de Elvira, una viuda de la clase media alta, aficionada a la ópera ( no deja de ir todos los años al Festival de Salzburgo), degustadora de joyas, de viajes, lo que ahora llamaríamos la buena vida, que ve, como tanta gente de su generación, cómo la Guerra Civil acabó drásticamente con esa Arcadia que tenía todo de Belle Époque. De Elvira pasamos, en la siguiente generación, a Valentina, la protegida de su tía, y, finalmente, Alba. Conviene no despistarnos con la significación de renovación, de regeneración, que da a entender el nombre, que es la protagonista del libro simplemente por ser la última, la depositaria de la memoria familiar, una memoria familiar que siempre estuvo en manos de la mujer, y que en ese sentido son las intérpretes de los silencios, de las sombras.
Este libro está lleno de esas sombras, de esos silencios que dicen mucho más en lo que callan de lo que expresan abiertamente. Soledad Puértolas ha escrito una novela de excelente calidad con materiales que podrían haber dado lugar a una saga. Sabiamente, no lo ha hecho. Podría haber perdido en intensidad y dominio de la estructura. Es el peligro de los torrentes que quieren ser ríos. No es el caso.
Soledad Puértolas. Música de ópera. Editorial Anagrama. Barcelona. 2019. 274 pp
https://www.anagrama-ed.es/libro/narrativas-hispanicas/musica-de-opera/9788433998705/NH_621
Soledad Puértolas (Zaragoza, 1947) reside en Pozuelo de Alarcón (Madrid). En Anagrama ha publicado once novelas: El bandido doblemente armado(Premio Sésamo), Burdeos, Todos mienten, Queda la noche (Premio Planeta), Días del Arenal, Si al atardecer llegara el mensajero, Una vida inesperada, La señora Berg, Historia de un abrigo, Cielo nocturno y Mi amor en vano;cinco libros de cuentos: Una enfermedad moral, La corriente del golfo, Gente que vino a mi boda, Adiós a las novias y Compañeras de viaje; dos volúmenes de textos autobiográficos: Recuerdos de otra persona y Con mi madre, y el ensayo La vida oculta (Premio Anagrama). Sus libros han sido traducidos a numerosos idiomas. En 2003 fue galardonada con el Premio de las Letras Aragonesas, y en 2010 fue nombrada miembro de la Real Academia Española. (Información editorial)