- Este año 2020 ha sido muy raro -para mal, sobre todo-, pero se convendrá que cuando en los últimos tiempos se hablaba del campo, las palabras que predominaban en los discursos eran dos nada complacientes: “despoblación” y “envejecimiento”, entendidas como fenómenos fatales, en el doble sentido del término: negativas e inexorables. A ver si, en ese aspecto, la pandemia sirve para algo bueno, pero entre tanto no está de más recordar el hecho obvio de que la agricultura sigue siendo un sector económico importantísimo. Y la base de nuestra reputada gastronomía. Sine agricultura, nihil. Cuanto más volvamos a estudiarla, mejor para todos.
- Decididamente, el período histórico que conocemos como “la transición” (de 1976 a 1982, para entendernos, aunque las dos fechas, tanto la del inicio como la final admiten debate) no tiene suerte.
De un lado, por la impugnación sistemática a la que se encuentra sometida desde algunos sectores de la sociedad, particularmente amplios en Cataluña: aquello no llegó a ser un verdadero paso hacia la democracia, porque hubo que satisfacer muchos peajes al franquismo, que -en eso consiste el llamado “régimen del 78”, expresión no precisamente afectuosa- permanece emboscado en las instituciones, sobre todo en las militares y más aún las judiciales. Un discurso -una verdadera enmienda a la totalidad, dicho en términos parlamentarios- que, para quien esto suscribe, resulta injusto hasta el grado de lo ofensivo, pero que nada se gana con ocultar. La transición (y su criatura mayor, la Constitución de 1978) tiene enemigos.
Pero ya se sabe que hay cariños que matan. Y es que la transición se topa con un segundo frente, la de quienes, para defenderla de esos ataques tan infundados, no tienen mejor ocurrencia que responder con la idealización: aquello fue como la inmaculada concepción, algo idílico. La arcadia rediviva. Como si las “leyes del silencio” que la acompañaron -estaba prohibido hablar de las actividades económicas de algunas personas, aunque los rumores sobre sus hazañas se hiciesen cada vez más estruendosos- no constituyeran verdaderos baldones. Ahora, en estos finales de 2020 y comienzos de 2021, empezamos a caer en la cuenta del gravoso precio de la omertá -o las omertás, en plural- para la convivencia. Si el ambiente está envenenado hoy es por lo que ayer se hizo y -punto crucial- se tapó, con la complicidad de todo el mundo: los partidos, los medios de comunicación y la propia sociedad. Las facturas que no se pagan al contado y te vienen con intereses acaban siendo las más gravosas.

El ministro de Agricultura, Luis Planas, y el autor del libro, Jaime Lamo de Espinosa
En suma, que la imagen de la transición está pasando una mala racha y ello por causa tanto de unos -los que la denigran de manera abierta- como, más aún si cabe, de otros, los que mantienen el discurso propio de una canonización y pretenden seguir ocultando, o edulcorando con la palabrería más lisonjera, lo que está en la calle y a la vista de todo el mundo. No sabe uno si a la memoria de ese período histórico le hacen más daño los tirios o los troyanos. Los extremos acaban coincidiendo en su potencialidad corrosiva.
- La única manera de salir de ese bucle tan infernal consiste en dejar de mirar la transición como algo unitario y poco menos que coriáceo y emprender estudios sectoriales: las finanzas, el mercado de trabajo, la Universidad, la función pública, y por supuesto el Ejército y la justicia. Como también y sobre todo las mentalidades sociales -en singular, el reconocimiento legal de la normalización del papel de la mujer- o, la internacionalización de la economía, el papel de la Iglesia Católica y tantas otras cosas. España (su modernización, que es nuestra asignatura pendiente con carácter casi crónico) admite (y requiere) que se le observe desde perspectivas muchas y distintas: la de la agricultura es la que ahora nos interesa. Cualquier análisis en esa línea debe ser bienvenido, porque hace mucha falta si queremos que aquello, en la que a juicio de quien suscribe hubo mucho más de bueno que de malo, pase a ser juzgado como se merece por las generaciones más jóvenes, las que no la vivieron en carne propia. Sin apriorismos en contra pero tampoco sin el papanatismo casi tontorrón de muchos de quienes pretenden estarla defendiendo.
- El trabajo de Jaime Lamo de Espinosa que se acaba de publicar está elaborado con material de primera mano, porque como es notorio, el autor, quizá el Ingeniero Agrónomo más importante de la historia (y no lo digo exagerando), ocupó la cartera de Agricultura -y antes la Subsecretaría, que era algo importantísimo- en ese período. De ahí el índice del libro, cuya mera exposición resulta indispensable para el que el lector de esta reseña caiga en la cuenta de su valor:
– 1, En la Subsecretaría de Agricultura (páginas 21-54).
– 2, De los pactos de la Moncloa al Ministerio de Agricultura (página 55s a 76).
– 3, El desarrollo no legislativo de los pactos de la Moncloa: precios agrarios y cámaras agrarias (páginas 77-90).
– 4, Debate en el Congreso: el “programa del cambio” (páginas 91-112).
– 5, Las leyes derivadas de los pactos de la Moncloa y del debate del Congreso (páginas 113-126).
– 6, El capítulo agrario del ingreso de España en la CEE (páginas 127-160).
– 7, La apertura internacional agraria (páginas 161-168).
– 8, En la presidencia de FAO (páginas 169-182).
– 9, Los montes, los parques y la naturaleza (páginas 183-198).
– 10, La pesca marítima en el Ministerio (páginas 199-224).
– 11, Agricultura, Constitución y autonomías (páginas 225-240).
– 12, Creación del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (M.A.P.A.) (páginas 241-256).
– 13, Balance agrario del período (páginas 257-266).
– 14, Fin de etapa (páginas267-272).
A ello hay que añadir, al inicio, un Prólogo de Juan Velarde Fuertes y -ya a cargo del propio autor- una Introducción. Y, al final, la reproducción de un artículo del mismo Lamo de Espinosa de 2016 que se había publicado en Información Comercial Española y, para concluir, un conjunto de fotos de la época.
- La mera exposición de lo anterior acredita que estamos ante un Ministro que entonces sabía de lo suyo -aun cuando era muy joven: al cesar tenía apenas 40 años- y que, una vez dejado el cargo (hace casi otros cuarenta años), no ha dejado de seguirse ocupando de su oficio. Que la edición haya estado a cargo del propio Ministerio así lo acredita.
Suele decir con gracia Carlos Solchaga que los técnicos son como los políticos pero con la diferencia de que saben de algo. Si la boutade resulta aquí aplicable, puede decirse que Lamo de Espinosa fue (y es, porque estas cosas imprimen carácter) un técnico, con entera independencia de que durante una temporada orientase su vida por esos otros caminos. Pero lo mejor que se puede decir del libro es que, como demuestra el índice, no responde a las hechuras de ese género literario que conocemos como “memorias de políticos” y que, en la inmensa mayoría de los casos, carece, por su vaciedad y previsibilidad, del menor interés: todo se va en autoexoneraciones de responsabilidad y ajustes de cuentas con los compañeros de partido. Un espécimen de texto que a mucha gente, si acaso se tiene que arrimar a sus páginas, les produce un efecto de inmunización. Para salir corriendo, vamos.
- Entre sus titulaciones académicas, Jaime Lamo de Espinosa posee también la de Economista aunque no -algo tenía que faltar- la de Licenciado de Derecho. Pero eso no significa que lo jurídico se le antoje ajeno: hijo y hermano de Abogado y sobre todo padre de Abogadas -en femenino y en plural-, desde luego que el planeta de las leyes le resulta incluso familiar. Más aún: le gusta muchísimo. Su época ministerial fue muy pródiga en la elaboración de normas y ahora, en el Capítulo 5, las glosa una a una con orgullo -legitimo- y sobre todo, que es lo que más se agradece, con detalle.
En la misma línea debe citarse el Capítulo 6, sobre el tratamiento que a la agricultura se le dispensa en la Constitución, tanto en lo sustantivo -el Art. 130, que, puestos a seleccionar actividades económicas, la menciona por su nombre y apellidos, cosa que no sucede, por ejemplo, con la industria y el turismo- como a la hora del reparto de competencias entre el Estado y las Comunidades Autónomas, o sea, los Arts. 148 y 149, cuyo impreciso tenor (sobre todo, unido al partidismo estructural de la gestión política: nada escapa a la infernal dialéctica de los amigos y los amigos) ha dado lugar ante el Tribunal Constitucional a una conflictividad de la que se ha derivado una jurisprudencia que el autor pondera (y con justicia): “un cuerpo de doctrina absolutamente necesario para caminar” (página 239). Debe destacarse que, siendo la realidad institucional actualmente tan imperfecta, en general el tono del libro es comedido. El autor ha querido hacer un esfuerzo de contención.
Cuando Lamo de Espinosa se ocupa de Europa -otro asunto igualmente muy juridificado-, prefiere sin embargo un diferente enfoque, por así decir más político e incluso con referencias personalizadas: es el Capítulo 6, donde además no se ahorran calificativos, sea para bien o para mal. Aunque donde los datos están más actualizados es en el Anexo I, o sea, el artículo de 2016: “La política agraria común (PAC) ha introducido fuertes y positivos cambios. Hoy somos el tercer país de Europa en producción agraria, el primero en hectáreas regadas y el sexto país exportador agroalimentario mundial”. En estos momentos en que la autoestima española está por los suelos -la leyenda negra interiorizada o incluso abiertamente interior, de la que las diatribas contra transición toman por cierto su fuente nutricia-, no vienen mal esos chutes de moral.
- Normalmente, en la reseña de un libro se embosca una recomendación (implícita) de su lectura. Aquí hay que quitarse la careta y pasar a lo explícito. Libro a estudiar, sí.