Gericault. Oficial de cazadores a la carga. 1812

La guerra y la vanidad tienen un vínculo muy estrecho como se pone de relieve en este interesante ensayo de Stefano Malatesta (Roma, 1940) La vanidad de la caballería (Gatopardo, 2019) sobre diferentes episodios de la historia militar en los que el orgullo y el deseo de ser admirado ha jugado un papel importante.

Gracias a sus lecturas de un sinfin de historiadores, especialmente británicos que siempre han sido los mejores en este terreno, Malatesta nos ofrece unas perspectivas poco vistas, como es la vanidad los acontecimientos bélicos. Resulta fácil de entender en términos sicológicos que el efecto de exaltación que produce en su punto más alto cualquier combate da paso a una cierta omnipotencia fomentada por la intensidad del momento, y esa exaltación es el salón de de la vanidad propia.

Un sentimiento asociado a las gestas, individuales y colectivas, que solían menudear en tiempos pasados porque con la mecanización de la guerra, resulta más difícil lucirse pues todo ha quedado subordinado a la técnica.

Malatesta nos trae a la caballería como columna central de su ensayo, porque evidentemente un hombre subido a un caballo es más vistoso que otro que va a pie.  Si además lleva un uniforme de fantasía, mas teatral que guerrero,  como era habitual en la caballería, ya es el no va más.

¿Y qué decir del caballo? Un animal hermoso como pocos, elegante e incluso con inteligencia y mucha memoria, según explican los buenos jinetes. Pero sobretodo un animal que ha prestado grandes servicios a la condición humana y que como señala el escritor italiano, se dejaron domesticar a cambio de protección y seguridad, y a diferencia de otros equinos como las zebras, que se han resistido a todo intento de ser domesticados.

La caballería siempre fue un cuerpo distinguido dentro del oficio de las armas porque enlazaba con la categoría de caballero, cuyo código de valores tanta importancia tuvo en la Edad Media y que iba desde el  cortejo a la bella dama que asiste al torneo, la defensa de los débiles y mil cosas más. Sin embargo, como observa Malatesta, la condición de caballero no les eximía luego de cometer todo tipo de tropelías como podemos leer en cualquier historia de ese periodo.

Malatesta picotea en distintos lugares y épocas para redondear su propósito. Vanidades de los coraceros prusianos cargando contra el enemigo varias veces en la misma batalla en la guerra de los Siete Años (1756-1763). Su comandante, el mejor  de todos los tiempos, es Friedrich Wilhelm Freiherr von Seydlitz. Mientras galopa sable en mano carga su pipa con la otra. O el mariscal francés Ney en la batalla de Waterloo cargando colina arriba contra los británicos.

El cine y la caballería

Los que hemos tenido la suerte de vivir en un periodo de paz prolongado y no hemos conocido guerras  o conflictos salvo en la pantalla o en el ejercicio de nuestra actividad profesional, la guerra oficial queda relegada a los informativos de la televisión, mientras que la de mentira, al cine. Si en la primera la vanidad está fuera de lugar sepultada por la propaganda o el interés informativo, en la segunda se pone al servicio del espectáculo.

Desde luego las cargas de caballería dan mucho juego, ya sean las del séptimo de caballería como aparecían en el momento decisivo de las viejas películas del Oeste, o en un sinfín de antiguas películas de romanos, medievales, napoleónicas o asiáticas. Los jinetes enardecidos con sus caballos a galope tendido en la llanura, lanza o sable en ristre y a toque de corneta cabalgando con uniformes de colores vistosos amenizan y engrandecen cualquier hazaña bélica.

Otra cosa es la verdad histórica. En el cine de los estudios californianos el indio era cruel, el romano banal o, como apunta Stefano Malatesta,  los soldados españoles, “aquellos que habían conquistado imperios con unos centenares de hombres” bandoleros mediocres y vulgares, y así hasta llegar a las Guerras mundiales y sus tópicos.

Los jinetes más vanidosos y esnobs (como en todo lo demás) siempre fueron los ingleses. La quintaesencia de ellos fue Lord Cardigan, un aristócrata con todos los aderezos y extravagancias de su clase. Qué el jefe de la caballería que realizó la legendaria carga de Balaclava (25 octubre 1854) , en la guerra de Crimea (1853-1856) llevada a cabo por franceses, ingleses, turcos y piamonteses contra el imperio ruso.

La riqueza de Cardigan le había permitido comprarse un regimiento de húsares, ya que entonces  podían comprarse y ser mandados por el comprador, una actividad a la que se  dedicaba parte de la aristocracia europea. Lo primero que hizo fue cambiarles los uniformes y convertirlos en los mas vistosos de Inglaterra. Además impuso el vino de burdeos como bebida oficial y manteles de lino blanco en la mesa, entre otras extravagancias.

De aquella legendaria carga se hizo una película en 1936, donde Lord Cardigan es el actor Erroll Flynn (hubo un remake enlos años setenta) y en la que los rusos se han transformado en crueles asiáticos que matan niños ingleses en algún lugar de la India.

Por una  serie de malentendidos, el comandantes de la Brigada ligera, Lord Cardigan, recibió la orden de  efectuar una carga suicida en un estrecho valle de dos kilómetros y medio contra una serie de posiciones rusas que contaban con artillería. Los cañones dispararon a mansalva en contra de los jinetes ingleses que, indiferentes a los claros que se abrían entre su filas, galoparon con el cuerpo ligeramente levantado y apoyados sobre los estribos con una sensación de inmortalidad, ya que en caso contrario el entusiasmo hubiese decaído salvo que fuesen suicidas.

Por esos azares de la vida y de la guerra, mientras sus hombres eran aniquilados, Cardigan llegó ileso hasta las baterías rusas a los que saltó y cuando iba a encontrar una muerte segura a manos de los cosacos que aguardaban en segunda línea, fue reconocido por el príncipe ruso que mandaba dichas  fuerzas. Se habían conocido en un baile de sociedad en Londres. Entonces ordenó que fuera devuelto a las líneas inglesas. Gentilezas de otros tiempos aunque conocer gente y tener amigos en todos los  lados siempre ha dado resultado, estén  en el cielo o el  infierno. A su regreso a Inglaterra fue recibido como un héroe, porque los corresponsales de guerra ya funcionaban y contaron su hazaña. La Reina Victoria, según nos cuenta Malatesta, que sentía debilidad por los hombres intrépidos y agraciados, y Cardigan lo era, lo condecoró y tuvo como huésped durante tres días en su residencia oficial.

La Primera guerra mundial tiene la culpa de todo

Este despliegue de hechos históricos y anécdotas entretenidas llegan hasta la Primera  y Segunda Guerra Mundial. Pero Malatesta pone el acento en la batalla del Somme (1916) durante la Primera Guerra Mundial. Fue el mayor desastre de la historia militar británica y en la que hubo, entre unos y otros contendientes,  un millón doscientas mil bajas en cinco meses. Aquella carnicería convirtió en cadáveres a innumerables jóvenes y también muchas normas hasta entonces vigentes en la guerra que nunca fue un paseo feliz, pero tampoco la muerte a escala global.

Una práctica que la Segunda Guerrra Mundial repitió con mayor énfasis, si cabe, entre los no combatientes. Por eso estamos de acuerdo con Malatesta cuando titula uno de sus capítulos “Cuanto más tiempo pasa, más cuenta nos damos de que la Primera Guerra Mundial es la causa de todos nuestros males”.

La vanidad murió en las trincheras, como la caballería y los uniformes vistosos que ya no servían sino para ser un blanco perfecto. Ahora imperaban los colores terrícolas, el caqui del fango en el que vivían. Los nuevos jefes, como el general inglés Douglas Haig que ordenó el ataque del Somme demostraron ser más ineptos y desprejuiciados que Lord Cardigan a la hora de hacer morir a la gente. No nos podemos fiar de nadie. Ni siquiera de Winston Chuchill, entonces primer lord del almirantazgo, mentor del desembarco de Galípoli, otro fracaso que se saldó con mas de cuarenta y seis mil muertos y doscientas mil heridos.

Malatesta hace diversas incursiones narrativas en hechos de la Segunda Guerra Mundial u otros de la Primera, que le llevan a reconocer la importancia de guerrilleros invencibles en Africa del Oeste bajo el mando de Von Letow-Vorbeck, amigo de Karen Dinesen, la autora de Memorias de África.  Y también matizar ciertas glorias bélicas, empezando por las de su país en que no duda en mencionar los escasos ardores bélicos de los transalpinos.

Mejor regresar a la antigüedad donde la caballería se muestra letal, como la de los mongoles, y repasar batallas históricas entre las que se encuentra la de Pavía, donde las tropas españolas hicieron prisionero al rey francés Franscisco I, hasta Waterloo. Todo sea para entretenernos y aprender. Como el dicho del gran teórico de ciencia militar moderna, el prusiano Carl Von Clausewitz, quien escribió que los comerciantes son los mas adecuados para dirigir una guerra, porque dirigir negocios y conducir a los hombres a la batalla son dos actividades que exigen las mismas aptitudes. Y en eso estamos.