Niños durante la Guerra Civil en Madrid

 

La tesitura de todo el que quiere escribir algo -de ficción, de lo inverso o mezclando las dos variables- es si escoger un tema ya trillado (por hollado, como dicen en México) o si, por el contrario, tirar por la calle de en medio y lanzarse -a tientas, por así decir- a ser un pionero. Las dos cosas tienen sus ventajas y sus inconvenientes. No sabe uno a punto fijo cuál es mejor que cuál.

De nuestro enfrentamiento de 1936-39 se han escrito bibliotecas enteras. En 2015, David Becerra Mayor publicó el libro “La guerra civil como moda literaria”, que empieza con palabras que merecen la reproducción literal: “Un paseo por las librerías o un simple vistazo a las listas de libros más vendidos en España bastaría para comprobar que en las dos últimas décadas se ha producido en el ámbito de la narrativa española una proliferación considerable de novelas que versan sobre la Guerra Civil. Pero dejando de lado las impresiones, siempre intangibles e imprecisas, y respaldando nuestro estudio en la vehemencia de los datos, comprobaremos que entre 1989 y 2011 se ha superado de buen grado el centenar de títulos de tendencia guerracivilista publicados en España. Más concretamente, y a partir de los datos que integran nuestro corpus, se ha publicado un total de 181 novelas sobre la Guerra Civil española durante el período acotado”.

A partir de 2015, el fenómeno no ha hecho sino incrementarse. En octubre de 2018 se celebró en Salamanca un Congreso con ese preciso objeto, Narrativas de la Guerra Civil española, donde se puso sobre la mesa la cifra de setenta obras de media al año, con mayoría de casos en que son mujeres no sólo las autoras sino también las protagonistas. Se destacó además, la pujanza de libros escritos en francés y por hijos o nietos de exiliados, como “No llorar”, de Lydie Salvayre, que en 2014 obtuvo el Premio Goncourt, que se dice pronto.

De más está decir que resulta imposible habérselo leído todo. Los que han tenido la ocasión de sumergirse en varios de los textos tendrán sus propias opiniones: habrá quien prefiera “Soldados de Salamina” de Javier Cercas, y quien siga pensando que nada como lo más antiguo, como “Por quien doblan las campanas”, de Ernest Hewingway, conocidamente sobre la ofensiva de Segovia de finales de mayo de 1937.

 

Mapa de los bombardeos de la aviación franquista sobre Madrid

 

Afinando un poco más, cabría también afirmar que la guerra precisamente en la ciudad de Madrid constituye un género literario por sí mismo, porque el conflicto puede en buena medida explicarse como el asedio de la capital o, desde la perspectiva inversa, su defensa hasta el 1 de abril de 1939, cuando ya era lo único que le quedaba al Ejército popular. Acerca de la vida cotidiana en la ciudad tenemos desde hace años tres libros –históricos, en el sentido de no novelescos- del máximo interés: “La Batalla de Madrid” (Jorge Martínez Reverte), “Madrid en guerra. La ciudad clandestina” (Javier Cervera) y, por supuesto, “La extraña retaguardia”, de Fernando Castillo Cáceres, que, por mencionar sólo uno de sus méritos, estudia al dedillo el negociete de las Embajadas -incluso la de Siam, puestos a detenerse en lo exótico- dando asilo a la gente, previo pasar por caja.

Sobre novelas, es de obligada cita “La noche de los tiempos”, de Antonio Muñoz Molina, con Ignacio Abel, arquitecto, como protagonista, y, yendo más arriba en el tiempo, “Celia en la revolución”, de Elena Fortún, dicho sea sin contar otra estirpe literaria, las memorias de los protagonistas, como Vicente Rojo (“La defensa de Madrid”) o Segismundo Casado (“Así cayó Madrid”), libros sin duda llenos de subjetivismo -sólo faltaba- pero también de datos y detalles que sólo los autores tuvieron ocasión de conocer. El lector interesado en la materia tiene donde elegir.

Mónica Moreno Fernández-Santacruz ha tomado los testimonios de su madre (1926-2022) para añadirles toques de ficción y componer con todo ello un cuadro acabado y de lectura muy fácil. Los protagonistas son los abuelos maternos de la autora, Ramón (funcionario del Ministerio de la Gobernación) y Paquita. El barrio donde se desarrollan las cosas es el del Paseo de la Florida -o sea, el de San Antonio- y la Cuesta de San Vicente, pero también la zona situada un poco más al centro, empezando, cómo no, por el Cuartel de la Montaña y llegando hasta la Carrera de San Jerónimo, con citas expresas por cierto a Casa Mira, la turronería que sigue existiendo en el que hoy es el número 30. Y eso sin contar con las piscinas del Manzanares, construidas en 1932 -obra de Gutiérrez Soto, nada menos-, en las que las bombas se ensañaron y que desaparecieron del todo en los cincuenta con la canalización del río.

 

Mujeres refugiadas en las calles madrileñas

 

Sometamos la obra al test que resulta obligado. ¿Estamos ante un libro con un sesgo determinado, sea a babor o a estribor? La pregunta puede parecer ociosa, porque textos abiertamente a favor de Franco hay cada vez menos, por mucho que la imagen  idílica de la República, y sobre todo de su última etapa -desde febrero del 36-, muestre más fisuras cada día que pasa, y eso por no hablar de la conducta personal de muchos de los que durante la contienda se colocaron frente a los rebeldes para hacerles frente con todo lo que tenían a mano. Dicho todo lo anterior -obviedades para cualquier persona medianamente ecuánime-, el interrogante se puede responder de manera negativa. Es sobre todo un retrato del miedo con el que mucha gente se acostumbró en vivir en aquel desgraciado Madrid: por los bombardeos de unos y por las checas de los otros. Miedo o, antes, la angustiosa sensación de estarse mascando la tragedia que se tenía en los meses previos al 18 de julio (mucho antes de los asesinatos de José del Castillo y de su tocayo Calvo Sotelo), como el texto se ocupa de recoger con crudeza.

¿Está bien engarzado el relato con los avatares de la contienda? Sí y muy bien. Aparecen las tres grandes batallas de 1937 en el entorno de Madrid (El Jarama en febrero, Guadalajara en marzo y Brunete en julio), dicho sea sin extenderse ahora en los detalles del Norte y singularmente de Bilbao.

¿Es una novela romántica? En cierto sentido sí, porque de la trama forma parte la historia de amor entre Ramón hijo -tío de la autora, fallecido con violencia antes de cumplir los veinte- y Rosario, personaje de ficción que, poco antes del final, se queda embarazada. Es en ese sentido la típica obra con la historia de una familia, al modo alemán, bien que mezclando lo real (como en “Los Effinger” de Gabriele Tergit, recién traducida en español) y lo imaginario, al modo de “Los Bunddenbrock” de Thomas Mann.

 

Reparto de comida en la madrileña Puerta del Sol

 

¿Hay escenas de sexo explícito? A esa pregunta se la puede contestar, ahora con énfasis, que no. Se conoce que fue una determinación de la autora en la que no hubo titubeos en ningún momento.

¿En el texto se nota la autoría femenina? Sí. A cada línea, empezando por la dedicatoria: “Para ti, mamá, que viviste aquellos días y me transmitiste los sentimientos que han inspirado esta novela”. Y terminando por referencias -al principio y al final- a Bárbara, la tercera generación. O cuarta, según se mire.

¿Se encuentra el discurso bien estructurado? Magníficamente. Consta de un Preámbulo y cuarenta y dos capítulos, cortos y cada uno con su título, amén de un Epílogo y finalmente una “nota de la autora”.

Y para terminar, la pregunta del millón: ¿resulta recomendable el libro? Sí. Sin duda. Sobre la guerra civil en Madrid hay mucho donde elegir -se dijo al inicio-, pero este es muy bueno. El pasado -aquél concreto pasado- se ha convertido en el tema central del presente (la legislatura parlamentaria que ahora termina ha considerado esos asuntos como objeto central de los debates) y, sin información de la buena, va uno por la vida perdido, como un zombi. Por eso es de los libros que conviene haber leído.

 

 

 

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