Eugène Delacroix. Ultimas palabras del emperador Marco Aurelio

 

El estoicismo es una filosofía práctica que sostiene que no podemos controlar lo que nos sucede, pero sí cómo responder a ello, según escribe el ensayista italiano Massimo Pigliucci en Cómo ser un estoico: Utilizar la filosofía antigua para vivir una vida moderna (Ariel).

Este ensayo emplea la fórmula de una conversación imaginaria entre Pigliucci y uno de los grandes pensadores estoicos, el antiguo esclavo Epícteto. Pigliucci se hace preguntas del tipo: ¿Qué puedo hacer para no sentir temor ante la muerte? ¿Y si alguien te insulta? ¿Cómo dominar el éxito y el fracaso?…

Las preguntas y respuestas generan un pequeño debate entre ambos pensadores para ayudarnos a vivir nuestra vida de una forma más feliz, con la ayuda también de los ejercicios y meditaciones que ya hicieron los antiguos estoicos.

 

 

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El estoicismo es un pensamiento que  busca lo que los griegos antiguos denominaban eudaimonia: la buena vida.  Este tipo de vida se puede alcanzar a través de ejercicios concretos, y que deben hacerse con una visión correcta de la existencia. Los estoicos decían que mediante estas prácticas se podía ver el mundo desde una perspectiva universal, y comprender nuestro lugar en él, sin dejar de cumplir los deberes que nos impone el destino. Unos ejercicios que tienen un elemento terapéutico que los emparenta con una terapia cognitiva o el budismo.

La felicidad estoica se origina en la sabiduría, la justicia, el valor y la moderación. Todos ellos son estados del alma o mentales que están a nuestro alcance y podemos gobernar nosotros mismos.

Los textos escritos que nos han llegado desde la antigüedad sobre el estoicismo son de  Séneca, Epicteto y Marco Aurelio, que vivieron durante el Imperio Romano y se preocuparon por la ética, es decir, por la forma en que llevamos nuestra vida cotidiana.

 

 

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El cordobés Lucio Anneo Séneca  (4 a. C.-65 d. C) era un rico cortesano que escribió obras de teatro y tratados morales, y fue tutor de Nerón. Acusado con falsos testimonios de conspiración, se le ordenó quitarse la vida y aceptó libremente su destino.

En su ensayo De Constantia, Séneca nos enseña a un filósofo estoico en acción. Cuando un caudillo extranjero saquea su ciudad, es conducido ante él como cautivo. El filósofo le dice al conquistador que no ha perdido nada ya que tiene consigo sus verdaderas posesiones que no le pueden quitar ni aunque se le mate. En cambio, las propiedades que estaban siendo destruidas y saqueadas no las considera suyas, ya que dependen de la fortuna. De este modo el filósofo sigue siendo un hombre libre.

Epicteto, nacido en Asia Menor, (55-135 d. C) llegó a Roma como esclavo. Educado por su rico dueño y finalmente liberado se convirtió en profesor, primero en Roma y luego en Grecia. Uno de sus alumnos publicó sus notas de clase.

Epicteto acusará a sus alumnos de estar también esclavizados por sus ambiciones y deseos. Todos somos esclavos, dice Epicteto y dirá Buda.

 

 

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Marco Aurelio era un emperador romano que hubo de enfrentarse a interminables guerras contra las tribus bárbaras y a una larga pandemia, que minó la demografía del imperio. Gobernó entre el 161-180 d.C., al final de lo que el historiador Edward Gibbon llamó el período «más feliz y próspero» de la historia humana. Un emperador filósofo que practicó y nos dejó los ejercicios espirituales estoicos, conocido como las Meditaciones y que escribió entre batallas.

El estoicismo de Séneca, Epicteto y Aurelio vino a ser la filosofía oficial de Estado de la clase gobernante romana que había perdido la importancia que tuvo durante la República por al advenimiento de la monarquía hereditaria.

Abrazar una filosofía para gobernar el «imperio interior» de las almas, alivia las tristezas y nos ayuda a aceptar lo que nos sucede como parte del destino mientras cumplimos con nuestro deber incluso cuando el mundo se desmorona a nuestro alrededor.

Pero ello no impide llorar por el mal, defender nuestras ciudades cuando se ven amenazadas como hizo Marco Aurelio, o socorrer al prójimo en las desgracias. Mirar a nuestro alrededor y sentir dolor y pena por lo que vemos no es incompatible con el estoicismo. Es un signo de humanidad, y el estoico no dejar de ser otra persona más, pero que acepta su destino con entereza.

 

 

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