Una escena de Primera Plana de Billy Wilder, 1974

 

Como la mayoría de las profesiones, el periodismo ha tenido que adaptarse a los cambios tecnológicos ocurridos en las últimas décadas a marchas forzadas para sobrevivir a los nuevos retos y competidores que han aparecido. El libro de Màrius Carol Historias de la canallesca, subtitulado con acierto Cómo ha cambiado el periodismo y cómo lo hemos hecho nosotros nos cuenta este recorrido a través de su experiencia en los distintos periódicos en los que ha trabajado, entre reflexiones de calado y numerosas anécdotas de una profesión en la que siempre ha habido gente bastante particular.

Màrius Carol empezó como becario en El Noticiero Universal, para seguir en El Ciero, pasar a El Correo Catalán, luego El Periódico, El País y La Vanguardia, de la que fue director desde el 2013 hasta el 2020. Un universo amplio de periódicos de Barcelona y uno de Madrid, en su edición catalana.

De su experiencia como director de La Vanguardia, escribió El camarote del capitán que viene a ser una crónica de unos años complicados que coinciden con el proceso independentista, pero que sobretodo es un interesante relato sobre el concepto del poder y en el que aparece el caso Pujol (el expresidente de la Generalitat Jordi Pujol y su enjuiciamiento por asociación ilícita, blanqueo de capitales, fraude a la Hacienda Pública y falsedad documental). En cambio, en Historias de la canallesca nos habla desde la memoria personal.

El libro se lee de un tirón e invita a la sonrisa en muchas ocasiones, incluso la risa, porque la prensa como escribió el periodista y escritor Manuel Vázquez Montalbán y recuerda Màrius Carol, es una “curiosa profesión que aglutina a supermanes y a oficinistas, a políticos y a campeones del juego de los chinos”. En semejante hábitat está claro que florecen no tanto las flores del mal como las especies más exóticas.

 

Màrius Carol. Foto de Pedro Madueno

 

De la época de las máquinas de escribir, el humo de los cigarrillos y la copa de alcohol encima de la mesa, como era normal en los años setenta, se ha andado mucho. Ahora sería imposible que los periodistas de la sección de deportes de cualquier medio hiciesen como los del primer periódico en que trabajó Carol, y que al ser noctámbulos empedernidos, bebedores, mujeriegos  y jugadores de cartas se acabaron comprando un bar para jugar al póquer después del cierre y beber hasta el amanecer.

Màrius Carol tiene claro que “el mundo está lleno de pequeñas o grandes historias que necesitan que alguien las cuente” y para eso están los periodistas. Sin embargo, como sabemos bien los que nos hemos dedicado a esta profesión, la política interfiere bastante. El político de turno siempre desea que el periodista cuente la historia que a él le interesa. De su paso por El Correo Catalán, Màrius Carol cuenta que al antes mencionado Jordi Pujol le gustaba llamar a los directores para influir en los contenidos. Pujol era entonces el dueño oculto de El Correo Catalán y deseaba ser el primer presidente de la Generalitat tras su reconstitución, por lo que no quería que se hiciese ninguna entrevista a Josep Tarradellas, el último presidente catalán y que vivía exiliado en París.

Aprovechando que el director no estaba y antes de que La Vanguardia publicase su entrevista con Tarradellas (que acabó siendo el primer presidente de la repuesta Generalitat catalana) El Correo catalán publicó la que había hecho su gente en tres capítulos. El éxito periodístico provocó la ira de Pujol y una bronca descomunal del director. Años después, escribe Màrius Carol, se atribuyó a Pujol una frase en la que decía que era mejor comprar periodistas que periódicos porque era más eficaz y salía más barato.

Una de las ventajas del periodismo es que siempre se puede volver a empezar, porque es un oficio que empieza desde cero a diario, dice Carol. Tras dos años en El Correo Catalán pasó a El Periódico dirigido por Antonio Franco que tuvo éxito y que luego fue fichado por El País para hacer una edición para Cataluña, proyecto al que se sumó Carol junto a otros. Antonio Franco siempre reconoció que el éxito de El Periódico se debía a que los que lo hacían eran un grupo de amigos y, además buenos periodistas.

 

Una escena de Spotlight. Tom McCarthy, 2015

 

En El País Carol se despidió de la máquina de escribir y se acostumbró a usar el ordenador. Estábamos en los años ochenta y empezaban los primeros cambios tecnológicos que trajeron redacciones impolutas, en este caso en la Zona Franca de Barcelona y que en aquel entonces era un erial.

El País estaba entonces dirigido por Juan Luis Cebrián,  que “era poco menos que Dios” y que respondía al hombre fuerte y editor Jesús Polanco, al que sus enemigos le pusieron el nombre de Jesús del gran poder, como se denomina una imagen de una de las hermandades  más conocidas de la Semana Santa madrileña y la que se atribuyen grandes poderes y capacidades milagrosas. Polanco, que en su juventud había vendido libros, un día le pidió al director de El Periódico que le llevase en su coche con chófer a una calle de un barrio popular de Barcelona donde había un bar. Una vez dentro preguntó al camarero que había detrás de la barra si todavía hacían bocadillos de sardinas con pan con tomate. Como le respondió que sí, Polanco pidió uno. Al empezar a engullirlo, Polanco revivió un pasado que tenía algo de proustiano aunque en su caso, mas que el tiempo recobrado le debía servir para reponerse de la dura tarea de vender libros.  

A finales de los años ochenta Carol entró en La Vanguardia. Seguían los cambios en las redacciones. Se tiraron las mamparas que convertían a las diferentes secciones en hábitats diferenciados. En cuanto al bar que había en medio de la redacción fue situado extramuros. Siguió el cambio de las rotativas que permitió la impresión en color y un cambio radical en el diseño del periódico, que hizo Milton Glaser, el que había convertido una manzana en la marca de Nueva York.

Pasamos revista a la antigua redacción de La Vanguardia, donde había hombres sabios en distintos saberes, algunos por afinidades vitales, como Jordi Piquer,  que se ocupaba de las noticias de religión porque era sacerdote o Francisco López de Sepúlveda, de asuntos militares por ser un militar que llegó a general. Pero también había otras sabidurías muy útiles en un tiempo en que no existía Google, como Jaime Arias, José Casán, o Lluís Permanyer un especialista en el mundo del arte y que conocía a Dalí.

En una entrevista que le hizo al pintor para la revista Playboy sobre la importancia del erotismo, Dalí le contó que a él le interesaba el culo “que es agujero claro, limpio y donde sé lo que ocurre allí. En cambio, en el sexo femenino hay labios, clítoris, confusión. Uno se extravía. Además, por ahí nacen los niños. En cambio, nadie ha salido por el ojo del culo. Por lo menos que yo me haya enterado”. 

 

Redacción de La Vanguardia

 

En definitiva, como recoge Carol de las memorias de otro periodista de La Vanguardia, Joaquín Luna, (¡Menuda tropa! Península, 2018) “las redacciones han evolucionado y hoy, me temo, han dejado de ser refugio de noctámbulos para convertirse en oficinas de profesionales madrugadores que incluso aspiran a la conciliación familiar, a cenar temprano y encima a hacerlo con la familia. A mantener una vida saludable y sostenible. Hemos ganado en muchos aspectos, pero hemos perdido el punto bohemio, canalla y bebedor que distinguía a esta profesión y que acababa por reflejarse en el producto final, que ganaba en amenidad”.

Pese a los agoreros del, presente, Màrius Carol no duda del futuro del periodismo y atribuye las profecías apocalípticas al miedo al cambio en una profesión que durante tres siglos se ha mantenido más o menos igual. Para Carol, el buen periodismo está más vivo que nunca y sirve para sacar a la luz errores, corrupciones o conductas criminales.

Sin embargo, el periodismo de hoy día está demasiado pendiente de lo inmediato y sostiene que el empeño de ser los primeros, de estar mejor situados en Google, puede ser perjudicial en otras vertientes. Es bueno llegar al lector antes que la competencia, sin obsesionarse con ello. Carol es consciente que el mundo digital ha emergido para quedarse y que el ciudadano espera las noticias mientras están pasando. En cuanto a las redes sociales que intentan suplantar a los medios de comunicación, hay que protegerse del resentimiento que fluye por ellas y aprovechar su inmediatez.

Si la prensa constata los hechos, aporta calidad y mantiene un sentido crítico, tienen una gran ventaja a la hora de explicar la complejidad del mundo actual. Siempre y cuando el periódico sepa emocionar con la imagen y la palabra, contar a la gente cosas que le pasan a la gente “sin olvidar que el periodismo es, ante todo, un servicio público. Y, en definitiva, un relato de la vida”.

 

 

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Màrius Carol (Barcelona) es licenciado en Filosofía y Letras y en Periodismo. Ha trabajado en El Noticiero UniversalEl Correo CatalánEl PeriódicoEl País y La Vanguardia, diario del que fue director entre 2013 y 2020. Actualmente es consejero editorial del Grupo Godó y columnista, a la vez que colabora como comentarista en RAC1, TVE y TV3. Como novelista obtuvo el Premio Ramon Llull 2002 por Las seducciones de Julia (Planeta) y el Prudenci Bertrana 2009 por L’home dels pijames de seda [El hombre de los pijamas de seda]. Ha publicado otras novelas como El secuestro del rey (Planeta) o Una velada en el Excelsior (Planeta), además de numerosos ensayos. Es patrón de la fundación Gala-Dalí, artista sobre el que ha escrito varias obras, entre las que destaca
El enigma Dalí (Premio Así Fue 2004).