La biografía de William S. Burroughs escrita por Barry Miles, un escritor inglés y especialista en la Generación Beat y la Contracultura, es el primer intento serio y creíble de comprender la vida de un personaje clave del underground del siglo XX.
En su minuciosa biografía autorizada, y tras tener acceso a fuentes muy diversas y el testimonio de muchos conocidos y amigos de Burroughs, incluso Miles le trató en Londres en los años sesenta, se recorre al detalle la larga vida de Burroughs (Saint Louis 1914-Lawrence 1997). Miles nos proporciona mucha información, a veces sin filtrarla demasiado, por lo que acabamos sabiendo casi todo del personaje pero no siempre qué había de verdad y mentira en él y sus singulares afirmaciones.
Según Burroughs, toda su vida fue una lucha contra del espíritu maligno que lo había poseído desde que siendo niño sufrió un abuso sexual. Por eso la biografía empieza con un viejo Burroughs que participa en un rito de exorcismo de los indios Navajo, al igual que antes había intentado eliminarlo mediante las drogas, el ocultismo o el psicoanálisis. Pero los lectores menos “ocultistas” preferimos leer como se forjó uno de los grandes nombres
de la contracultura del siglo XX y autor del mejor libro escrito sobre la heroína, Yonqui, publicada en 1953 bajo el pseudónimo de William Lee.

Como buen norteamericano, Burroughs fue un nómada que vivió en México, Tánger, Londres y París, y que pese a su homosexualidad estuvo casado dos veces, y fue padre de dos hijos fruto cada uno de ellos de estas relaciones. Misógino y paranoico, amante de la ciencia ficción y de teorías estrafalarias, como que los humanos somos insectos que descendemos de otros planetas, otra de las grandes obsesiones de Burroughs fueron las armas de fuego.
Precisamente con una pistola de calibre 38 mató a su segunda mujer en Ciudad de México en 1951, mientras jugaban bebidos y fumados a Guillermo Tell. Pero en lugar de estallar el vaso puesto en la cabeza de Joan, la bala dio en la frente de su mujer que tenía entonces ocho años menos que los 37 de Burroughs .
Según él mismo, este suceso que atribuyó a su espíritu maligno, y del que salió bien librado judicialmente gracias a diversas artimañas, le convirtió en escritor en busca de eliminar su
complejo de culpa, aunque muchas de sus amistades como el poeta Allen Ginsberg dijeron que su mujer se quería suicidar.
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Allen Ginsberg y la «beat generation» |
Hijo de buena familia, su abuelo paterno fue el inventor de la máquina calculadora. William estudió en el colegio privado más caro de Estados Unidos y se licenció en Harvard donde ya enseñó sus verdadera tendencias. Entonces iba con frecuencia a Nueva York y frecuentaba el ambiente gay y los clubes nocturnos de Harlem donde se tomaban drogas. Sin embargo, a los 22 años creía todavía que los hijos nacían del ombligo. Su instinto autodestructivo le empujó a cortarse un trozo del meñico izquierdo como gesto de amor hacia un chico del que estaba obsesionado.
Después de licenciarse marchó a Viena, donde estudió medicina, conoció los ambientes más decadentes y se casó con la judía Ilse Klapper para que pudiera obtener un visado para Estados Unidos y huir del nazismo.
Burroughs no estaba destinado a formar parte de la maquinaria industrial de su familia que siempre tuvo sus parientes “raros”, entre ellos un tío abuelo adicto a la morfina que se suicidó, y llegó a un acuerdo con ellos mediante el cual todos los meses recibía un cheque con una cantidad que le permitía vivir sin grandes lujos.
El coste de su crecientes adicción a la heroína le obligó a desempeñar los más variados oficios e incluso delinquir, así fue detective de adulterios baratos, exterminador de plagas de insectos o carterista de viajeros borrachos en el metro de Nueva York durante la Segunda Guerra Mundial. Estos delitos son para el narrador de Yonqui la consecuencia de las dificultades de mantener un suministro fiable; así como el estigma, el aislamiento y la represión de vivir fuera de la ley.
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Burroughs en Harvard (abajo) y Viena (arriba) |
Cuando el ambiente se volvió más represivo, Burroughs vivió por el sur de Estados Unidos acompañado por su pareja de hecho, Joan Vollmer, una intelectual adicta a la benzedrina que había estado casada dos veces y tenía una hija pequeña al que se sumó el único hijo
de William, nacido en 1947. La siguiente etapa fue México y tras la muerte de Joan, Burroughs viajó por la selva amazónica, en busca del yagé, un alucinógeno.
En su huída de lo que denominaba el “mal americano” y su lucha contra sus propios demonios particulares, se estableció en Tánger y luego en París y Londres. Escribió sus libros bajo la influencia de sus drogas preferidas: la heroína, el alcohol, la marihuana y la metadona, que no favorecieron su veta creativa, pese a ser un escritor dotado. En sus mejores novelas de frases entrecortadas encontramos una mezcla entre el guión de una película mitad surrealista, mitad de cine negro.
En el terreno de las drogas probó todo tipo de tratamientos de desintoxicación pero fue el arquetipo del adicto irredento con la suerte de que cuando se desató la guerra contra las drogas era ya una persona mayor y gozaba de un estatus que le evitó cualquier problema, aunque estuvo encarcelado por consumo de drogas en Estados Unidos en los años cuarenta.
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En la fiesta de cumpleaños de Patty Smith 1975 |
Escritor tardío, de su amplia y tardía obra literaria, aparte de Yonqui, sobresalen El almuerzo desnudo, Queer, y su trilogía, Ciudades de la noche roja que concluyó a los 73 años. La mayoría de su obra literaria está influida por el experimentalismo de las vanguardias de la segunda mitad del siglo XX. Fue su amigo y amante el pintor Brion Gysin, quien le dio la idea del cut-up, un sistema de corta y pega de textos aleatorios y que trata de unir fragmentos diversos para expresar una idea parecida. Con Gysin hizo también experimentos psíquicos utilizado máquinas de luz parpadeante para provocar alucinaciones.
Poco a poco Burroughs ya no es un adicto marginal, es amigo de Anthony Burgess, Samuel Beckett o Paul McCartney, que lo puso en la portada de Sgt Pepper. Según Miles, su vida en Londres estuvo «envenenada por su obsesión con la Cienciología».
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Burroughs en su 70 cumpleaños |
Delgado y alto, siempre vestido con traje, corbata y sombrero, fue el maestro de mala o buena vida de varias generaciones que van desde la generación Beat, más jóvenes que él, en la que sale retratado en varios libros, empezando por En el camino de Jack Kerouac, hasta el punk, o el cyber punk.
Burroughs es un maestro de la vanguardia literaria mas radical con el cut-up, o la práctica del shot gun art, cuadros pintados disparando a botes de color sobre superficies de madera. Los discípulos son numerosos y variados. En el mundo de la música, David Bowie usó el cut-up para la música de Diamond Dog, Patti Smith y Lou Reed lo frecuentaron, colaboró con Nick Cave y Tom Waits, y Kurt Cobain lo buscó, no mucho antes de suicidarse.
De regreso a casa, vivió en la Nueva York efervescente de los setenta y fue amigo de Andy
Warhol y Susan Sontag. Intentó hacer una película con Dennis Hopper, e influyó en la obra de David Lynch. La película Drugstore Cowboy di Gus Van Sant es deudora de su obra y David Cronenberg hizo otra película con el Almuerzo desnudo donde Burroughs hacía de un antiguo predicador toxicómano, un papel que le venía como anillo al dedo. En la literatura las ficciones de JG Ballard y Will Self le deben bastante.
Es el viaje de mucha gente de la vanguardia artística del siglo XX. Del rechazo y la marginalidad mas extrema hasta terminar convertidos en un icono famoso. Burroughs fue elegido por la American Academy of Arts and Letters, y nombrado Commandeur de l’Ordre des Arts et des Lettres francesas. A su 70 cumpleaños celebrado en el club Limelight de Nueva York asistieron todo el famoseo artístico de la ciudad.Los últimos años de su vida los pasó en Lawrence, Kansas. Siguió con sus experimentos artísticos con la pintura y sus queridas armas de fuego. Cuando murió a los 83 años en 1997, sus amigos pusieron algo de heroína y marihuana junto con su revólver preferido del calibre 38 en su ataúd para que el viaje hacia el otro mundo fuese más llevadero.
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