Silvia, rimembri ancora

quel tempo della tua vita mortale,

quando beltá splendea

negli occhi tuoi ridenti e fuggitivi,

e tu, lieta e pensosa, il limitare

di gioventú salivi?

Sonavan le quiete

stanze, e le vie d’ intorno,

al tuo perpetuo canto,

allor che all’ opre femminili intenta

sedevi, assai contenta

di quel vago avvenir che in mente avevi.

Era il maggio odoroso, e tu solevi

così menare il giorno.

 

Gracias al excepcional trabajo artesanal de la editorial Alberto Tallone editore, podemos disfrutar en partida doble del poema A Silviade Giacomo Leopardi (Recanati, 1798- Nápoles,1837) en una edición bilingüe italiano francés del poeta Yves Bonnefoy. Esta edición une el placer de la lectura de Leopardi con un trabajo de artesanía único que sirve de marco a un texto que lo merece. Pero si para los aspectos técnicos de la edición dejamos a nuestros lectores el siguiente enlace http://www.talloneeditore.com, para el poema, lo releemos y comentamos con la admiración que siempre nos produjo.

A Silvianos hace olvidar la complicada relación de Leopardi con el otro sexo y que comenzó cuando de joven,  como cualquier provinciano de su época, fue a Roma en busca de esas mujeres que tanto escaseaban en su pueblo natal.

Leopardi sólo encontró en Roma decepciones. Como le contó por carta a su hermano Carlos, en la ciudad eterna era igual o más difícil que en su pueblo ponerse a hablar con una desconocida. Según Leopardi, las mujeres de las grandes ciudades eran hipócritas en grado sumo y sólo pensaban en dar vueltas para lucirse. En estas cartas el poeta, derrotado, enseña su lado misógino, donde las mujeres son descritas como seres insensibles y animales sin corazón, cuando no emplea epítetos más duros.

 

 

Wilhelm Kiefer. Las órdenes de la noche (1999)

 

Pero ya se sabe que el lenguaje de la poesía es distinto de la correspondencia que refleja la incomprensión y el dolor. Así, podemos ver como en su poema se perciben los colores del amor en el comienzo de este poema con unos versos lineales, simples y hermosos:
¿Todavía recuerdas
de tu vida mortal, Silvia, aquel tiempo,
en el que la beldad resplandecía
en tus ojos huidizos y rientes,
y alegre y pensativa, los umbrales
juveniles cruzabas? (*)
Un interrogativo y un vocativo. Las dos típicos formas de la escritura leopardiana. La pregunta que a menudo no tiene respuesta y el vocativo, el «tu» esencial de esta poesía que dibuja en estos versos como una caja de resonancia, el deseo de empezar una conversación, o mejor dicho, la necesidad de mantener con Silvia una cercanía, si acaso su compañía.
Vemos también el lento trabajo de encontrar la palabra justa que de vida a su poema, y su paciencia infinita para acertar con lo necesario y descartar lo que no sirve, ya sea lo solemne como lo excesivamente musical. Leopardi trabaja con la idea de que Silvia permanezca en la memoria del lector, y lo consigue gracias a esa imagen de los ojos rientes y huidizos de una Silvia alegre y pensativa. Y esta doble pareja perfectamente simétrica de adjetivos, nos indica que la juventud empieza a perderse, aunque no está del todo vencida.
El itinerario recorrido por Leopardi para alcanzar esta imagen debió ser largo pues no cae del todo en lo enteramente físico ni en lo espiritual. La mirada incierta y fugitiva de la joven no indica tanto un ser meditabundo como púdico. Leopardi consigue con su síntesis que los ojos de Silvia se conviertan en rientes y huidizos, y consiguen situar en la muchacha alegre y pensativa la incertidumbre del pudor.
Silvia es también el canto a la juventud que se acaba, a la ilusión caída, y como no, de la madurez no aceptada. Si para Silvia existe la muerte que determina el fin de la esperanza, para el poeta que la canta está la vida real que desmiente sus fantásticas proyecciones hacia un futuro huérfano de amor. Leopardi es el poeta de la adolescencia perpetua, que se rebela contra los límites impuestos al hombre, que no acepta la dificultad del vivir cada día. Su perfil más convincente es, en efecto, justo el de un adolescente que duda si asomarse, como Silvia, al final de la juventud, y que orgullosamente rechaza dar ese pequeño paso. La grandeza de Leopardi consiste en haber sabido enseñarnos su falta de valentía. Si es lícita esta expresión, diría que su extraordinaria singularidad consiste en el haber sabido navegar entre lo que hay de feliz espectativa (los ojos rientes) y lo que hay de triste presagio (los ojos huidizos de una Silvia pensativa) en la vida, una vez acabada la juventud.
 

Pierre-Paul Prud’hon. Cabeza de la venganza divina. (1808)
A Silvia
¿Todavía recuerdas
de tu vida mortal, Silvia, aquel tiempo,
en el que la beldad resplandecía
en tus ojos huidizos y rientes,
y alegre y pensativa, los umbrales
juveniles cruzabas?
Resonaban las calmas
estancias, y las calles
vecinas con tu canto inagotable,
mientras a las labores femeniles
te sentabas, dichosa
de aquel vago futuro de tus sueños.
Era el mayo oloroso: y tú solías
pasar el día así.
Yo los gratos estudios
tal vez dejando y los sudados pliegos,
que mi temprana edad
gastaban y de mí la mejor parte,
en los balcones del hogar paterno
escuchaba el sonido de tu voz
y tu mano ligera
recorriendo la tela fatigosa.
Miraba el cielo calmo,
los dorados caminos y los huertos,
y allá el lejano mar, y allá los montes.
Lengua mortal no dice
lo que mi alma sentía.
¡Qué dulces pensamientos
que esperanzas, qué pálpitos, oh Silvia!
¡Cómo la vida humana
y el hado contemplábamos!
Cuando recuerdo tantas ilusiones,
me abruma un sentimiento
acerbo y sin consuelo,
y me vuelve a doler mi desventura.
Oh tú, naturaleza,
¿por qué no das después
lo que un día prometes? ¿por qué tanto
engañas a tus hijos?
Antes que el frío arideciera el prado,
de extraña enfermedad presa y vencida,
moriste, oh mi ternura, sin que vieras
las flores de tu edad;
no alegraba tu alma
el dulce elogio o de las negras trenzas
o de tu vista esquiva y amorosa;
ni contigo en las fiestas las amigas
de amoríos hablaban.
También murieron pronto
mis dulces esperanzas: a mis años
también les negó el hado
la juventud. ¡Ah, cómo,
cómo pasaste, cara compañera
de mi primera edad,
mi llorada ilusión!
¿Es este el mundo aquel? ¿estas las obras,
el amor, los sucesos, los placeres
de los que tanto entre los dos hablábamos?
¿esta es la suerte de la raza humana?
Al llegar la verdad
tú, mísera, caíste: y con la mano
la fría muerte y la desnuda tumba
de lejos señalabas.
(*) Versión de Luis Martínez de Merlo

 

A Silvia

Giacomo Leopardi

Alberto Tallone editore

 

Edizione bilingue. Commento e traduzione di Yves Bonnefoy. Nota al testo di Carlo Ossola. Volume in formato 24° di 74 pagine composte a mano con i tipi Garamond Deberny et Peignot. Tirato in 188 esemplari, di cui 141 su vergé Magnani e 47 su carte provenienti da Asia ed Europa.