Hace un par de años, El Mundo Today publicó, con su habitual animus iocandi, el artículo Ponemos por escrito las instrucciones de seguridad de los aviones para que nunca más tengas que prestar atención. Y como siempre descansa una verdad en las mejores bromas, es inevitable pensar que con tanta literatura escrita para la posteridad, a veces olvidamos los textos que, a su pesar, están escritos de una vez y para siempre. «Señoras y señores, solicitamos que presten atención a las instrucciones. Por favor, tengan cuidado al abrir y sacar objetos de los compartimentos superiores, ya que pueden caer y dañar a otras personas»; de tan repetidas, como una oración, los receptores terminan por no escuchar estas palabras, y los emisores las transmiten perezosamente.

Si alguien puede fijarse en estos casos, en la plasticidad de sus términos, en los espacios microscópicos de la lengua y los puentes entre los idiomas, ese es Peter Brook (Londres, Reino Unido, 1925), el celebrado director de escena que en unas semanas recogerá el Premio Princesa de Asturias de las Artes. Extrañamientos como el citado ocupan parte de su libro Punta de la lengua (Continta me tienes, 2019), traducido por Diana Luque y cuyo subtítulo, Reflexiones sobre el lenguaje y el significado, cierra una promesa que terminará por cumplirse solamente a medias. Cuenta entonces Brook una anécdota: «Viajamos en un avión de Air France y oímos al auxiliar de vuelo decir “fussyrseabells” [“Moleste a sus campanas de mar” o “Quisquillosas tus campanas de mar”]. “Sea Bells” puede hacernos sonreír o pensar en ellas tañendo por nosotros al tiempo que el avión se zambulle en el Atlántico. Cuando, de hecho, apenas requeriría unos minutos de instrucción hacer que los pilotos y el personal de cabina resulten comprensibles –e incluso evitar que digan “lyedeezanjentlmn”».

Resulta sumamente ameno, en todo caso, lo más central de su experiencia lingüística a la luz del análisis que le interesa. Brook ha querido consagrar el libro a comentar las diferencias y algunas sutilezas que encuentra entre el inglés y el francés, sus dos idiomas     –el primero materno, el segundo adquirido tras más de cincuenta años de convivencia–. Algunas reflexiones son iluminadoras: «En inglés, el orden [interno de la oración] genera suspense y sorpresa» o «Si en inglés decimos palabras, los franceses dicen pensamientos», y para enunciarlas se apoya ligeramente en algunas nociones lingüísticas: «Siguiendo las reglas de la gramática francesa, cada frase tiene que concebirse completa antes de ser pronunciada. Las cuestiones relativas al género, masculino o femenino, a los verbos, singular o plural, ya se han resuelto y la frase se dice con la precisión de una fórmula matemática». Lleno de anécdotas que ilustran y propician la perplejidad, Punta de la lengua cuenta también cómo se conquistan parcelas de lo difícilmente nombrable: D. H. Lawrence, dice Brook, usó la expresión «Mañanitas en México» para referirse a una experiencia cotidiana que se percibía allí más que en cualquier otra parte: «Cada día comienza con la belleza de la salida del sol, la esperanza de lo nuevo, del renacer. Luego, conforme avanza el día, todos los dolores ancestrales, las iras y presiones reaparecen: las pistolas están apuntado y el final del día fácilmente puede ser una explosión de violencia o un retorno al cansancio, la decepción, la esperanza del amanecer ahogado en lo gris de final del día».

 

Peter Brook. foto P.VICTOR/MAXPPP

 

El libro, dividido en tres partes y con un total de nueve ensayos breves, avanza también diluyendo la intención inicial de Peter Brook: en su desarrollo, queda escorada aquella reflexión sobre el significado, simplificando algunos problemas clásicos de la filosofía del lenguaje cuyo carácter es felizmente irresoluble, objeto de debate vivo. Lo hace Brook al plantear y resolver cuestiones como el sentido, la arbitrariedad, la representatividad o el significado. Una vez despachados, gana espacio (espacio vacío, convendría decir, ya que es este uno de los conceptos que más le interesan y que se detiene a comentar) la presencia del teatro, sin perder el hilo conductor del humor y del anecdotario. ¿Qué es un actor?, propone esta vez, y relata cómo Laurence Olivier, al estudiar un nuevo papel y especialmente si este era de alguna obra de Shakespeare, trabajaba semanas enteras con sus músculos faciales mientras viajaba en tren. Sostenía, durante casi una hora, una copia de The Times delante de su cara para ocultar estos ejercicios, acostumbrando sus gestos al personaje. De esta manera, con la importancia del gesto, reducía la necesidad de pronunciar lenta y cuidadosamente, ganando así una nueva naturalidad conquistada más allá de la palabra.

En este libro, Peter Brook dinamita las letanías y las inercias, y sigue cumpliendo de este modo uno de sus lemas: «No des nada por sentado. Ve y compruébalo tú mismo». Un mensaje que, para él, sigue teniendo tanta actualidad y uso como las instrucciones de seguridad de los aviones.

 

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