lustración de Cristina Daura
Un mundo feliz, de Aldous Huxley, publicada en 1932, ha sido considerada durante mucho tiempo como una visión distópica de un futuro moldeado por la ingeniería genética, el consumismo y el entretenimiento sin sentido. Sin embargo, ante las tecnologías avanzadas actuales, en particular la inteligencia artificial (IA), podemos recomendar a la novela profética de Huxley como el «mejor libro infantil», para comprender el mundo moderno en que les ha tocado vivir en lugar de una advertencia apocalíptica.
Lo que antes parecía escalofriantemente futurista se ha convertido, en muchos sentidos, en una realidad ordinaria. Los mecanismos de control de Un mundo feliz (condicionamiento científico, ingeniería social y placeres pacificadores) resultan inquietantemente familiares, casi rudimentarios, en comparación con las sofisticadas tecnologías con las que convivimos hoy en día.
En Un mundo feliz, Huxley imagina una sociedad en la que el comportamiento humano se controla desde el nacimiento mediante ingeniería genética y condicionamiento pavloviano. El lugar de cada persona en la sociedad está predeterminado y están programados para aceptar sus roles sin cuestionarlos. El condicionamiento es fundamental para mantener la estabilidad social, pero en comparación con la influencia de la IA en nuestro mundo actual, parece una herramienta básica.
En la sociedad actual, la IA no solo dicta el comportamiento de arriba abajo, sino que aprende, predice y da forma a los deseos individuales en tiempo real. Los algoritmos integrados en las redes sociales y los ecosistemas digitales influyen en todo, desde las opiniones políticas hasta las preferencias de los consumidores, con un nivel de precisión y sutileza que supera con creces la visión de Huxley de la enseñanza hipnopedagógica durante el sueño.
Los niños que crecen en la era digital están expuestos a plataformas impulsadas por la IA desde sus primeros años. Cuando llegan a la adolescencia, ya han sido profundamente moldeados por los algoritmos de contenido que les alimentan. Lo que en el mundo de Huxley requería años de condicionamiento, ahora puede lograrse a través de las interacciones de un niño con una pantalla. La simplicidad del enfoque de Huxley sobre el condicionamiento (repetición de eslóganes, terapia de aversión simple) parece anticuada en comparación con la sofisticada manipulación psicológica de la era digital actual. Visto así, Un mundo feliz es casi una introducción infantil a las tecnologías reales de control a las que nos enfrentamos ahora.
Una de las características más memorables del mundo de Huxley es el soma, una droga que garantiza la felicidad y mantiene a la población dócil. El soma es una herramienta para asegurar la satisfacción, una forma de que las personas escapen de las emociones desagradables sin consecuencias. En 1932, este concepto parecía peligrosamente futurista: la satisfacción química como forma de control político. Pero en 2025, el soma ya no parece una exageración de la imaginación. Aunque no tengamos una sola droga que apacigüe a las masas, tenemos algo quizás aún más eficaz: un suministro interminable de tecnologías que activan la dopamina.

Ilustración de Cristina Daura
Las notificaciones de las redes sociales, los vídeos virales, las aplicaciones de citas y el contenido de streaming para atracón son, en muchos sentidos, el equivalente digital del soma. Ofrecen estimulación constante, breves golpes de placer y una fácil distracción de la incomodidad. Al igual que el soma, estas experiencias apaciguan y preocupan a la gente sin fomentar un pensamiento más profundo. La distopía de Huxley advertía contra una sociedad obsesionada con el placer, pero hoy en día esa obsesión parece normalizada, una parte integral de la vida cotidiana. Para los niños de la era digital, navegar por este mundo de gratificación constante impulsada por la dopamina es una habilidad esencial, lo que hace que Un mundo feliz sea casi como una guía básica para entenderlo.
La mercantilización de la vida
Otro tema clave en Un mundo feliz es la mercantilización de la existencia humana. Las personas son literalmente fabricadas, categorizadas y se les asigna un valor de acuerdo con su composición genética. En el siglo XXI, esta mercantilización ha adoptado una forma diferente, pero sigue siendo una preocupación central. Las identidades humanas son ahora puntos de datos, recursos valiosos extraídos por empresas tecnológicas y vendidos a anunciantes. La mercantilización de la vida humana ha pasado de los bebés probeta de Huxley a la economía de la vigilancia, donde los datos personales, los hábitos y las preferencias se convierten en beneficios.
Incluso la infancia está mercantilizada hoy en día. Los niños crecen rodeados de contenido de marca y marketing dirigido. Sus datos se recopilan desde una edad temprana, lo que da forma no solo a sus preferencias de consumo, sino a su propio sentido de identidad. En el mundo de Huxley, las personas son tratadas como productos de un sistema diseñado para optimizar la productividad y el consumo. En nuestro mundo, los productos que consumimos, a menudo seleccionados por algoritmos de IA, ayudan a definir quiénes somos.

Ilustración de Cristina Daura
La diferencia más llamativa entre el futuro imaginado por Huxley y nuestra realidad actual es la normalización de lo que antes parecía distópico. En Un mundo feliz, el horror radica en la pérdida de la individualidad, la sustitución de las experiencias emocionales profundas por placeres superficiales y el control ejercido sobre la vida humana. Hoy en día, muchos de estos elementos se han integrado tanto en la vida cotidiana que ya no inspiran el mismo miedo. Lo que antes parecía una aterradora pérdida de libertad ahora se acepta como una compensación por la comodidad, la eficiencia y el entretenimiento.
En un mundo en el que los niños crecen inmersos en la tecnología que moldea constantemente sus pensamientos, deseos y experiencias, Un mundo feliz puede servirlos como introducción a los desafíos a los que inevitablemente se enfrentarán.

Ilustración de Cristina Daura
Un artículo muy oportuno e interesante. Una asociación de conceptos reveladora. Gracias.