Arthur Schopenhauer

Que la escritura es producto de donde se escribe es uno de esos tópicos que pasan por ciertos –y puede que lo sean–. Quienes estamos en ello decoramos nuestros dos metros cuadrados de productividad literaria como mejor sabemos –como mejor podemos–: papeles sueltos, hojas en blanco, cierta variedad de bolígrafos y rotuladores, diccionario de sinónimos, cuadernos, alguna planta y libros, por supuesto. Pero falta algo: las imágenes. Lejos de especular sobre si valen más que las palabras que contamos meticulosamente con la ayuda del procesador de textos, esas fotografías, dibujos, postales o ilustraciones sirven como ventana, llave secreta a otros lugares, como un túnel a la luz del día y también como parnaso. ¿No recuerdan entonces aquella escena de Nietzsche? Cuando escribía y necesitaba fuerzas para continuar, entornaba los ojos hacia el retrato de Schopenhauer que tenía en su escritorio. A esa actitud un tanto trágica e intensa respondemos con el humor que subyace a toda rememoración de las anécdotas: ¡un pesimista buscando fuerzas en la imagen de su lúgubre maestro! Así se les recuerda a ambos si se evita entrar en más detalle: melancólicos, agoreros, sistemáticamente desengañados. Pero vayamos al núcleo, ¿qué es un pesimista? Quizá, como veremos, alguien mejor que el recuerdo simplificado de quien, entre otras muchas cosas, dejó escrito «Toda vida es sufrimiento», «La felicidad es solamente ausencia de dolor» o, incluso, «La vida es solamente la muerte aplazada», citas erosionadas por la repetición y el paso del tiempo.

Un pesimista es aquel que sabe que estamos condenados. Puede que a ser libres, puede que a repetir la historia, puede que a entendernos. Eugene Thacker es uno de los mejores pesimistas contemporáneos, si es que tal caso puede darse sin contradicción. Doctor en Literatura Comparada y profesor en The New School (Nueva York), su trayectoria intelectual se centra desde hace años en el nihilismo y las tradiciones místicas. Desde luego, Thacker también tiene maestros y a juzgar por uno de sus libros más recientes, Schopenhauer y Nietzsche están entre ellos. Su título es Pesimismo cósmico y tras publicarse en 2015 en Estados Unidos, hace unos meses llegó a España en el espléndido catálogo de la editorial Melusina. Apenas ochenta páginas en pequeño formato que nos conquistan desde el manotazo en la mesa que es el inicio del texto que lo abre: «Estamos condenados. El pesimismo es la cara nocturna del pensamiento, un melodrama de la fuitlidad del cerebro, poesía escrita en la tumba de la filosofía. El pesimismo es un fracaso lírico del pensamiento filosófico, con cada intento de pensamiento claro y coherente marchito y sumergido en el gozo oculto de su porpia futilidad. Lo más próximo que el pesimismo llega a un argumento filosófico es en el jocoso y lacónico “Nunca lo conseguiremos”, o simplemente “Estamos condenados”. Todo esfuerzo está condenado a fracasar, todo proyecto está condenado a lo inacabado, toda vida a no ser vivia, todo pensamiento a no ser pensado».

Más allá de una actitud, en el libro de Thacker encontramos que el pesimismo es una oscura piedra preciosa que el autor decide observar con detenimiento por cada una de sus caras. Se convierte así en un sistema filosófico fragmentario pero monolítico: «El pesimismo es la forma más baja de filosofar, a menudo vilipendiada y desdeñada, meramente un síntoma de mala actitud. Nadie necesita nunca el pesimismo de la manera en que uno necesita el optimismo (…). Nadie necesita el pesimismo (si bien me gusta pensar en la idea de una autoayuda pesimista)». A pesar de la inclinación del autor a esa idea, Pesimismo cósmico no ayuda de ningún modo: en todo caso, salva como los buenos libros que enfrentan temas periféricos con la exactitud de un inventario y toda la lírica que se puede ocultar en pensamiento y prosa. Además de con Nietzsche y Schopenhauer, nos encontramos en cada página con grandes pesimistas de la historia, pequeña familia unida por un desánimo altamente literario: Kierkegaard, Kafka, Cioran…

Ajenos o no al fantasma que crece dentro de nosotros, estamos condenados a no terminar apenas nada de lo que nos proponemos o, al menos, tal como nos lo proponemos. Entretanto, cuidémonos del altar que custodie nuestro escritorio. Aunque solo sea por si finalmente es cierto que la escritura es producto del lugar desde donde se escriben los puntos suspensivos.

 

Comprar libro:

Pesimismo cósmico