Alejo Carpentier

 

El escritor Blas Matamoro (Buenos Aires, 1942) acaba de publicar Alejo Carpentier y la música (Fórcola Ediciones), un importante ensayo dentro de la línea que había ya establecido con las publicaciones Marcel Proust y la música, Thomas Mann y la música y Nietszche y la música, enmarcando ésta dentro de la concepción que de ella tuvieron hacedores de la palabra, fuesen ellos escritores o pensadores.

La importancia de este libro radica en que, a diferencia de los anteriores, se refiere a nuestro ámbito hispánico, que a diferencia del alemán o el francés, no tuvo nunca una relación clara entre literatura y música, salvo beatíficas excepciones como nuestro Galdós o Fray Luís de León por referirnos a nuestro solar español.

Blas Matamoro es escritor que sabe mucho y bien de música, lo que en nuestros pagos, más que de una provocación se trata de algo sencillamente extraño. De ahí que este libro sea esclarecedor para muchos porque indaga en las relaciones que el autor cubano tuvo con la música hasta hacer de él un personaje que no termina por saberse si fue escritor fascinado por la música o músico, de alguna u otra manera, fascinado por las palabras. Matamoro, que combina en su mejor versión anglosajona, la erudición con un modo de escribir dirigido a que sea entendido por la mayoría de las personas interesadas en el tema, ha escrito un libro referente para el esclarecmiento de la obra narrativa de Alejo Carpentier visto desde la óptica de la influencia musical.

 

Blas Matamoro

El resultado es sorprendente, pues todos sabíamos, sólo por los títulos, que novelas como Concierto barroco, La consagración de la primavera o El recurso del método eran deudoras de la música, pero Matamoro, con una lectura exhaustiva e inteligente de esas novelas, nos lleva a parajes a veces insospechados para la correcta interpretación del mundo narrativo de Carpentier, lo que equivale realmente a escribir un ensayo sobre el autor cubano en toda regla de un modo transversal, discreto, inteligente, tal y como sabemos refleja la personalidad misma de Matamoro.

El libro contiene capítulos movidos a fascinación por diversos motivos: a tener en cuenta el llamado “listín carpenteriano” donde asistimos a un índice enciclopédico esclarecedor sobre los músicos que movieron a Carpentier. Capítulo aparte, por la importancia que tuvo para el desarrollo de la música en Latinoamérica, es el capítulo dedicado a La consagración de la primavera, de Stravinski. En este capítulo se leen cosas de esta guisa: “Este ballet es, además, decisivo en el desarrollo de la música latiamericana del siglo XX, cuya huella puede registrarse en Chávez, Revueltas, Ginastera y Villa-Lobos, entre tantos otros. En su reunión de lo primitivo (un rito prehistórico) y el más sofisticado lenguaje musical de su momento (superposición de tonalidades y de formas rítmicas) está presente el constante dualismo carpenteriano, lo elemental y lo elaborado, el encuentro y el conflicto entre el arte y la historia, una historia, como es la del siglo XX, signada por la guerra y la revolución”, y luego se refiere a la fascinación que esta música produjo en dos personalidades tan distintas como José de Vasconcelos y Victoria Ocampo.

Y así página tras página haciendo de este breve ensayo verdad la sentencia de Gracián de que lo bueno, si breve, dos veces bueno. Nos parece el mejor modo de finalizar este comentario a un libro de lucidez crítica poco común.

 

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