“En Mediocristán no trabajas para labrarte un futuro: trabajas para comer, beber y follar, y, con suerte, para decir que has comido, bebido y follado en lugares exóticos por todo el planeta”. Así describe el narrador y protagonista de la novela de Luis Noriega el estado en el que habita. Como indica el título de la novela, Mediocristán es un país tranquilo o, mejor dicho, es un Estado tranquilo constituido sobre la lógica de la inercia y pasiva aceptación de lo inevitable. Mediocristán es un modo de vivir y, si bien, aparentemente no importa el dónde, sino el cómo, el protagonista se instala en Mediocristán una vez aterriza en Barcelona tras una huida de Colombia, lugar de origen y, sobre todo, lugar en el que todavía era posible creer en la política y tener algunos ideales. Sin embargo, las huidas son siempre parciales, huir es siempre una forma de quedarse atrapado a aquello de lo que se huye, a aquello de lo que se escapa y esto es Colombia para el protagonista, es el Pasado, es “el país del que nunca te has ido, el país en el que siempre estás de vuelta”.
Barcelona, por lo contrario, es el escenario de Mediocristán, de esa huida hacia adelante, hacia un futuro que no puede ser otro que el fracaso, la irrealización de aquellos objetivos marcados en juventud, de aquellos logros con los que los padres soñaron para ti, mientras que tú, el hijo, solo representas su irrealización. A diferencia de lo que la supuesta lógica -si es que es posible hablar de lógica alguna- impone, el hijo, el protagonista de Mediocristán es un país tranquilo (Literatura Random House) se descubre como una versión empeorada de su padre: no sólo parece haber asumido el fracaso provocado por el abismo que separa las aspiraciones de los logros, sino que se ha instalado en una tierra del medio donde nada parece importar realmente, donde todo parece funcionar por inercia, por la cínica indiferencia del descreído.
“En Mediocristán procuramos no meternos en problemas: es la mejor forma de no perder inútilmente el tiempo intentando hallarles solución. Preferimos los crucigramas, los acertijos verbales, las novelas de intriga, los videojuegos. Mi única queja contra la sociedad de consumo, el imperio de lo efímero y demás, siempre ha sido que haya tanto con que enajenarse y tan poco tiempo”. En el imperio de lo efímero, no hay demasiado tiempo para la enajenación, que es el limbo en el que vive el protagonista, incapaz de tomar otra decisión que no sea la búsqueda de la total alienación de todo. Incapaz de afirmar su amor por Carmen, su pareja, cuya relación se ha convertido en un hábito que ya no necesita motivos para perpetuarse y ajeno a todo aquello que implique una toma de conciencia y una asunción de responsabilidad, el protagonista no titubea cuando afirma que, para él, “La felicidad es comer, beber y follar. La felicidad es comer, beber y meter. La felicidad es comer, beber y ver la tele. La felicidad es comer, beber y follar y meter mientras ves la tele. Etcétera”. Mientras que, en los años de juventud en Colombia, la política tenía un sentido, ahora, alcanzada la edad de la supuesta madurez, el fútbol ha sustituido la política y, con mirada decepcionada y, en gran parte, de incomprensión, mira con extrañeza a sus amigos, de aquí y de allá, que han decidido ser padres.
La paternidad es, en gran medida, el eje en torno al cual gravitan las reflexiones de un personaje para quien la paternidad no sólo significa asumir una responsabilidad hacia otro y la imposibilidad de echar las culpas a otros, sino también la asunción de que, a pesar de todo, hay razones para crear nuevas vidas. Para aquel que cree que “los ingenuos y los vanos y los ambiciosos creen que trabajan de lunes a viernes para ‘construir un patrimonio’, ‘forjar una obra’, ‘labrarse un futuro’”, ¿tiene algún sentido asumir responsabilidades? Y, sobre todo, ¿tiene algún sentido el mundo actual? La noticia de que su padre, separado, va a darle un hermano con una mujer mucho más joven, obliga al protagonista a regresar a Colombia, a ese Pasado del que nunca se fue realmente. Volver es asumir que la alienación no es la respuesta, sino la excusa; es asumir “que el mundo es desgraciadamente real y que tú, desgraciadamente, eres quién eres” y, teóricamente, es comprender “que ha llegado el momento de pasar el testigo”. Sin embargo, la pregunta se vuelve a plantearse: ¿tener hijos de la misma manera que “los cabalistas tienen golems; los científicos locos, Frankensteins” y “los carpinteros seniles, Pinochos”?
Publicada en Colombia en 2014 y ahora en España por Literatura Random House dentro de la colección El Mapa de las lenguas, Mediocristán es un país tranquilo es una irónica novela en la que Luis Noriega recurre a la sátira para retratar, en ocasiones hiperbólicamente, una generación que, como apuntaba Anita de Hoyos en El espectador, podríamos definir como una generación zombi, que ha sucumbido en la completa indiferencia e, incluso, en un relativismo postmoderno que no sólo conduce a la relativización de cualquier valor e idea, sino también a una pasiva aceptación de esta realidad de la que ya nada se espera. Asumido que “la realidad es una ilusión y el saber, creencia, y la historia, ficción”, al “mediocristaní” no le queda nada a lo que aferrarse, solo la mera enajenación en busca de un disfrute inmediato -comer, follar, ver la tele- que no conlleve una reflexión sobre uno mismo y su papel en el contexto social en el que se inscribe. Hacerse mayor es asumir responsabilidades y pensar en un posible legado es asumir que la indiferencia o la enajenación no es la respuesta a una realidad que desgraciadamente no deja de ser la que es.
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