En 1935, el filósofo Walter Benjamin escribió el ensayo La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica. Publicado un año después en Francia, en medio de una época perturbada donde se jugaba el destino de Europa, Benjamin sostenía que el arte atravesaba una metamorfosis desde un “arte aurático” hacia otro, profano. O sea que mutaba desde un arte en el que predominaba  “el aura” o “el valor para el culto” hacia otro cuya significación consistía en “su valor para la exhibición” o “para la experiencia”.

La obra aurática lleva consigo una suerte de halo o nimbo          -como los que rodean a los santos católicos- que provoca en quien la contempla un extrañamiento, una objetividad metafísica que suplanta a la mera objetividad física de su presencia material. Literalmente, se trata de “el aparecimiento único de una lejanía, por cercana que pueda estar”. Solo en función de su originalidad, de su carácter único e irrepetible, una obra posee un aura que llevará consigo desde el lugar y momento exacto de su creación y se actualizará en cada acto de recepción equivalente a una epifanía. Por eso mismo, lo aurático de una obra radica en su autenticidad imposible de ser reproducida.

 

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Por eso toda réplica por medios técnicos provocará una pérdida del aura, tal como ocurre en cualquier obra de arte profana. En esta última lo que predomina es su carácter multiplicable que le permite continuar siendo ella misma aun cuando se reproduzca en diferentes formatos. Su originalidad no consiste en su singularidad sino en el haber sido creada para ser expuesta. De modo tal que puede ser muchas al mismo tiempo y seguir siendo la misma.

En 1972, John Berger publicó Modos de ver, el libro que sucedió a la miniserie homónima de cuatro capítulos que aún puede encontrarse en YouTube y que vale la pena ver. En el primero de ellos, apoyándose en el ensayo de Walter Benjamin, Berger también reflexionó acerca de cómo la reproducción de las obras de arte cambió la forma de apreciarlas. Para apoyar su argumento traza una mirada retrospectiva partiendo de las obras que generan devoción; como, por ejemplo, los murales al fresco en las grandes iglesias que solo pueden ser apreciados y venerados en el contexto en el que fueron creados. A partir de allí, se ocupa de las reproducciones en papel de las obras maestras desprendidas de su lugar de origen y que son resignificadas cada vez que se reubican en nuevos soportes. Muy elocuente es el ejemplo del mural en la pared de una habitación empapelada con láminas de obras de arte famosas entre dibujos hechos a mano. Se trata de un ejemplo significativo de una experiencia estética privada, ajena por completo a su valor aurático.

 

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En estos días cobró estado público una controversia que reenvía a la pérdida del aura, a los  modos de ver y a la reapropiación de las imágenes. Si bien ya no se trata de la reproducción en papel, el eco de las palabras pronunciadas en 2016 por el creador del Estudio Ghibli, Hayao Miyazaki, reactualizan el debate. “No puedo ver estas cosas y considerarlas interesantes”, afirmó categórico sobre las imágenes creadas a partir de la inteligencia artificial (IA). De hecho, para el artista el fenómeno no se trata de un mero acontecimiento sino de algo mucho más profundo, “creo firmemente que esto es un insulto a la vida misma”, sostuvo en aquel momento.

Entretanto, hoy día, las redes sociales se atiborran de imágenes personales creadas por la IA que reproducen a escala planetaria figuras congeladas de personalidades famosas o de personas comunes con ojos grandes, narices respingadas y barbillas en punta. ¿Estaremos frente a una nueva forma de trivializar  la creación original o se trata de una resignificación de la pérdida del aura, un paso más allá de la era de la reproductibilidad hacia la época de la interconexión de datos y la supremacía de los algoritmos?

 

 

En tiempos donde imperan la multiplicidad, la simultaneidad y la fluidez en redes,  el debate sobre la obra aurática puede parecer desactualizado. No obstante, no lo es. Mientras en la prensa se hace hincapié en la posición refractaria frente a la IA del creador de filmes inolvidables como El viaje de Chihiro o El castillo vagabundo, posiciones a favor y en contra inundan la web ilustradas por imágenes de inequívoco sello Ghibli.

El vaticinio de Andy Warhol en los años sesenta de que “en el futuro, todos serán mundialmente famosos por 15 minutos”, ya llegó y el sueño de ser un superhéroe o un personaje de ficción entrañable está prácticamente al alcance de un click. Contradicciones del presente.