Mas que un libro de memorias o un diario de tipo confesional o de agenda, el libro de Amy Winehouse: In Her Words (Harper Collins), es un mix de muchas cosas con un predominio de su época de adolescente. Abundan las listas de deseos de esa época con el ideal típico de la edad que sueña con una casa en Miami, ropa de marca, miles de pares de zapatos y por supuesto, ser famosa, bien como actriz o cantante, admirada, querida… El cuento del príncipe azul de nuestros días.

La cantante pop británica, que se ha convertido en un ídolo posmortem, sigue siendo escuchada a través de sus canciones en cualquier lugar donde uno vaya, desde un bar de copas a un supermercado, con esa voz rota como su vida y envejecida igual que si hubiese vivido cien años.

Como murió joven, su producción musical es escasa, pero mas que la calidad o importancia de su música, aunque Back to Black es y será un clásico eterno, su caótica vida personal es un poderoso imán que requiere nuevos productos, como este nuevo libro que da de comer al fan hambriento de nuevos materiales.

 

La madre de Amy, Janis Winehouse-Collins y su marido Richard Collins hablando en un show de televisión de su hija

 

Amy Winehouse, fallecida hace doce años, era una artista reservada, según reconocen los padres en el prólogo de este conjunto de recuerdos personales que incluye, aparte de fotos, notas para sí misma, listas de deseos, letras de canciones no terminadas, informes escolares y lo que haga falta.  

Con esto no queremos decir que los padres de la artista Mitch Winehouse y Janis Winehouse-Collins, separados cuando Amy tenía nueve años, hayan sacado este libro en beneficio propio. Imaginamos que con los derechos de autor de las canciones de la hija tienen suficiente. Los beneficios de este libro se destinan a distintas organizaciones benéficas como atestiguan dos testimonios de personas a las que Amy’s Place, un centro de rehabilitación, ha ayudado mucho.

La cantante luchó por el derecho a su privacidad y sufrió una dura persecución de los paparazzi en los últimos años de su vida. Tal vez  por eso la cantante se revuelva en la tumba al ver publicadas los diarios de adolescencia, listas de tareas, dietas que revelan anorexias y bulimias y fotos en la misma línea.

 

 

Nos enteramos por los padres de que ella mató accidentalmente a su hámster, y leemos la letra de una canción dedicada a un felino superhéroe llamado Buff Cat. Leemos en sus listas de deseos las cosas que iba a tener siempre cerca toda la vida: 1 Vodka. 2 Kahlúa. 3 Baileys. 4 Cerveza. 5 Babycham». Hay letras de canciones: «Hola araña, eres tú otra vez, siento haberte tirado por el desagüe» empieza una de ellas; en otra hay una lista de posibles temas musicales o  escribe que «estás a un paso de ser lo que yo soy». En todas se tiende a la desesperación romántica propia de la edad aunque también enseña lucidez cuando dice estar «agotada, enferma y llena de una mierda especial que yo llamo poesía”.

Descubrimos que, pese a la apariencia de que se vestía con cualquier cosa que tuviese a mano, su atuendo estaba cuidadosamente estudiado.

En el momento de su muerte, Winehouse había conseguido prácticamente todo lo que deseaba de joven. Era famosa, rica, respetada por todo tipo de artistas que ansiaban trabajar con ella. Pero feliz no se la veía y en este libro a ratos divertido y otros conmovedor no se explica. Los padres mencionan su tendencia autodestructiva, compulsiva y extraña. Dicen que no la entendían. Ella misma habla de que era conocida como la loca de la clase, y el director de la escuela la considera una chica echada a perder.  Lo que si corroboramos es lo que ella misma dice de sí. Que era una chica gritona, atrevida y melodramática. Y añadimos de cosecha propia:  a la que la industria musical ni nadie nunca vieron como una persona vulnerable, sino como un beneficio.

 

 

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