Fernando Pessoa
Sería curioso plantear la razón de que gran parte de la crítica académica siga manteniendo ciertos residuos provenientes del Romanticismo. Si tiene alguna razón de ser el reciente libro de Manuel Moya sobre Fernando Pessoa, libro que contiene una información precisa y prolija sobre el poeta portugués, es el de haber reconstruido no sólo la figura de éste, alejándola de la leyenda casi fabricada por Pierre Hourcade y seguida y amplificada por Octavio Paz, sino también el de ofrecer ciertas claves de las razones que mueven aún a mitificar bajo eslóganes que hacen fortuna la vida de algunos artistas, incluidas las de cine y los cantantes rock, que en esto se llevan la palma, pensemos en el llamado Club de los 27, Jimi Hendrix, Kurt Cubain, Janes Joplin y Jim Morrison, un tipo de música proclive a la mitificación ya que muchos de ellos se han sentido hijos directos del Romanticismo.
A este respecto se refiere claramente Manuel Moya cuando dice: “Habitamos un mundo construido sobre mitos y propaganda que nos ofrecen una visión más a nuestra sazón y conveniencia, mucho más cercana a nuestra manera de entendernos y hacernos entender con las cosas. Pero del mito a la superchería sólo hay un paso. Un peligroso paso. Ay” Para Moya la leyenda que quiere que Fernando Pessoa fuese una suerte de demiurgo que, encarnado en ser humano no pasaba de ser un hombre solitario, que nunca había abandonado Lisboa, que llevaba una vida anónima, triste y metódica en el exterior mientras en su interior bullían los heterónimos como agua hirviendo tiene un responsable primero ,el francés Hourcade, que conoció a Pessoa ya viejo y desgastado y, desde luego, Octavio Paz, que siguiendo la estela de Hourcade publicó en 1962, «Pessoa, el desconocido de sí mismo», título precioso y sugerente que lo dice todo. Parecería que en Pessoa hubiera una suerte de Doctor Jekill y mister Hyde en la creación poética, cuando lo cierto es que pocos niños portugueses de su tiempo, suponemos que salvo Pessoa ninguno, estudiaron en una ciudad sudafricana Durban y luego, cuando ya era joven empezó a ser conocido en las revistas de vanguardia, mientras maduraba poco a poco la gestación de sus principales heterónimos, Álvaro de Campos, Alberto Caeiro y Ricardo Reis y donde aún no apareciera aquel que tenía menos importancia para el poeta y que, sin embargo, gracias a él y su libro de prosa, Pessoa pasó de ser un poeta portugués de cierto prestigio hasta los años sesenta a convertirse en uno de los grandes creadores del siglo y portador de la leyenda que hasta ahora le acompaña, Bernardo Soares y su Libro del desasosiego, libro que Pessoa escribió durante toda su vida y en la que figuran más heterónimos que Bernardo Soares.
Se confundió, entonces, a Bernardo Soares con Fernando Pessoa y la manera de vivir de su persona se diluyó en la de su heterónimo, algo realmente bello e inquietante pero falso. En fin, lo curioso de todo esto es que quien lea su biografia, incluso la primera de Joao Gaspar Simoes, que pese a su rigor tiene muchas lagunas hasta la que pasa por la canónica, la de Richard Zenith, no parece que a estos autores les haya preocupado mucho en lo que se centra Manuel Moya, tampoco lo contrario, y digo lo curioso porque leyendo cualquier biografía de estas no parece que Pessoa fuese “el desconocido de sí mismo”, ese oscuro remedo de Bernardo Soares que paseaba por el Chiado y que cuando Aleister Crowley viajó a Lisboa se vieron en San Martinho de Arcada y, además, fuese uno de los que organizaron la falsa desaparición de Crowley en la Boca do Inferno y que incluso participó, como ciudadano preocupado por la patria, apoyando la típica solución por la que pasaron muchos intelectuales y artistas europeos de la época, la de evocar la figura de un jefe que impulsara la decadente sociedad a que había conducido un parlamentarismo corrupto, de ahí “Messagem”, Premio Antero de Quental del Estado Novo y único libro impreso suyo que vio Pessoa a lo largo de su vida aunque muchos poemas fuesen conocidos por sus colaboraciones en revistas como Orpheu. Y visto así parecería todo lo contrario, un hombre preocupado por el futuro de su país, lo que tampoco es cierto.
Dice Manuel Moya que fueron los años sesenta los que mitificaron la figura de Pessoa. Verdad. Pasó lo mismo que con Cavafis que quiso la leyenda de los sesenta que pasase su vida como oscuro funcionario en cafés de Alejandría y siendo un acabado anónimo cuando lo cierto es que era un importante poeta que influía de modo discreto en los movimientos poéticos de Grecia y era muy amigo de E. M. Foster, que lo dio a conocer al mundo.
Pero hay que tener en cuenta varios factores, entre ellos que loe sesenta fueron años de resurgencia del Romanticismo a través de la música rock y que si Cavafis o Pessoa eran figuras a reivindicar, no lo era menos que Jim Morrison fuera un gran poeta y un trasunto casi de Byron. Estaba en el imaginario colectivo. Libros como éste de Manuel Moya merecen la pena porque, además, como biografía aporta ideas, no solo documentos.

Manuel Moya