“Un arquitecto que no sea capaz de construir algo que quede en la memoria de las generaciones futuras no cumple con su labor”
En La casa de verano (Libros del Asteroide, 2025) Masashi Matsuie narra en primera persona, con palabras del joven arquitecto Tōru Sakanishi, la historia de un proyecto de arquitectura de enorme importancia para el pequeño —pero prestigioso— estudio Murai. Su fundador, Shunsuke Murai, un arquitecto de setenta y cinco años, fue alumno de Frank Lloyd Wright. Sakanishi cuenta su experiencia como participante en el proyecto, cautivado por la creatividad, la calidad artística y la consideración que el Estudio Murai dedica a todos sus trabajos.
Con una prosa sencilla, clara y directa, el narrador nos transporta al lado luminoso de Japón: la dedicación al trabajo bien hecho frente a la esclavitud destructiva del panorama laboral que impera hoy en día, la cooperación entre trabajadores en aras del buen fin en lugar de la competitividad salvaje que lleva a que ningún empleado se marche el primero de una oficina para que sus compañeros no le miren mal, el jefe-maestro, que manda pero también enseña y guía. También pone el contrapeso a otro de los problemas del Japón actual: la falta de espacio. La casa de verano, poco más que “una cabaña en la que el profesor y su esposa pasaban los días más calurosos del verano” pero que en la fecha del proyecto arquitectónico de la Biblioteca Nacional de Literatura Contemporánea de Tokio, en 1982, había quintuplicado su tamaño. A la villa estival del profesor Murai se traslada su estudio, casi en pleno (salvo un par de empleados que permanecen en Tokio) para aprovechar las bondades de un clima más benigno y un entorno más apacible y dedicarlas a la realización de un gran diseño, eliminando toda distracción. Aunque el tema de la novela es la Biblioteca, el estudio Murai ha firmado otros trabajos, como la iglesia Asukayama, de la que se nos cuenta esto: “Como sucedía siempre con los edificios de Murai, en su interior flotaba una atmósfera íntima que te acogía sin palabras […] Un arquitecto no creyente había volcado toda su experiencia y talento, sin escatimar esfuerzos, en la creación de una iglesia que era la encarnación de una plegaria”.
El clima, meteorológico y humano, que propicia la villa de Kita-Asama, impone la atmósfera de toda la novela. Kita-Asama es un pequeño pueblo de montaña en el que tras la Segunda Guerra Mundial surgió una colonia formada por segundas residencias de artistas, pintores o escritores. “En la década de los años sesenta los propietarios de las villas estivales fueron envejeciendo y […] muriendo. Los hijos heredaban aquellas villas de montaña y por lo común dejaban de usarlas enseguida”. En la actualidad narrativa, aparte del profesor, quedan una vieja escritora (Harue Nomiya, que morirá en su villa Aoguri-mura a los noventa y ocho años y sobre cuya casa cae un árbol que la destruye parcialmente) y un pintor, Gen’ichirô Yamaguchi, que ha sido víctima de un hurto. Al hilo de estas dos circunstancias nos pone Matsuie frente a dos magníficas píldoras de sabiduría vital: la escritora Nomiya comenta, al conocer la noticia del derrumbe: “Tanto da morir aplastada bajo un árbol que por enfermedad […] Ya soy vieja y tengo suficiente con la mitad de la casa”; al plantear algún tipo de defensa frente a posibles hurtos futuros en casa de Yamaguchi-san, dice el profesor: “Una casa con una prevención exhaustiva no es un hogar, es una fortaleza.” La única manera de sobrellevar una desdicha así, “mal que bien, es pensar que al final todos estamos en manos de la suerte, que a nosotros nos ha sido propicia la casualidad”.
La historia que nos cuenta Tōru Sakanishi es una historia iniciática tanto en lo personal como en lo profesional. No solo llega a la casa de verano dispuesto a aprovechar todas las enseñanzas del arquitecto profesor: también se verá imbuido en un modo peculiar de vivir y trabajar que el gran Murai ha importado de su etapa, a su vez, iniciática, junto al genial Wright, en un intento de replicar el proyecto de este en Taliesin, su casa de Scottsdale (Arizona). El ritual de bajar a preparar el desayuno cuando siente que el profesor se levanta y sale a dar su paseo matutino, las comidas comunes en la gran cocina, el té de las tres, (“el profesor tenía como norma que descansáramos hasta las cuatro”), el reparto de tareas, como la cocina, la compra, y el mantenimiento de la casa, el ritual de la apertura de puertas y ventanas al llegar a ella después de un tiempo cerrada… Sakanishi aprenderá a tratar con sus semejantes y a convivir con ellos, accederá a la vida adulta gracias a la presencia de varios referentes de ambos sexos y experimentará los primeros impulsos amorosos, que narra con una ingenuidad que desarma, combinada con una poesía que transporta: hablando de Mariko Murai, sobrina del profesor, apunta: “Su llegada se notó como si una bola de colores brillantes rebotara por el suelo de la casa de verano, sumergida en el silencio”. O “riendo, soltó la mano derecha del volante y me dio un golpecito en el brazo izquierdo. El tacto del staccato de los dedos de pianista de Mariko”.
Quizás sean estas dos frases las menos japonesas del libro. Porque el libro, en el fondo tan japonés, también quiere dejar de serlo en el mejor de los sentidos. La vinculación con Wright ciertamente lo eleva de las profundidades de lo oriental, pero sin retirar del todo su pátina. Las enseñanzas del profesor, que salpican la narración, muestran su admiración por el sentido práctico de los protestantes y la combinación de belleza y practicidad de los diseños shaker. “Los japoneses nunca hemos sabido ser objetivos y eso nos ha hecho mucho daño”. El amor por los materiales, sobre todo por la madera, entra en una coreografía con la oda al hormigón, al acero y al cristal, patrimonio del brutalismo midcentury. “Cuando se abría del todo el gran ventanal que daba al sur, se creaba la ilusión de estar trabajando al aire libre. Recién llegado a la casa de verano, lo primero que pensé al sentarme a la mesa que me habían asignado en la sala de dibujo fue que debían de haber construido aquel ventanal para disfrutar de la vista del patio y del enorme árbol katsura”. Como en Wright, la naturaleza entra en casa. Pero en Matsuie no es patrimonio de un teórico de la arquitectura, la construcción y la vivienda: es patrimonio de todos los japoneses. El amor por los materiales trasciende el programa universitario de la carrera de arquitectura y se erige en materia prima de la vida misma. El árbol de katsura y el de pimienta de Sichuán son guardianes de la naturaleza y de la casa, a medio camino entre el bosque y las paredes de cristal y hormigón. El conocimiento de los pájaros y los árboles y plantas que se va desgranando a lo largo de todo el libro imprime a la historia un delicado tono de estética oriental de libro, no por conocido menos valioso e interesante. Y como amalgama de todo esto, un relato que se remonta a mucho antes de 1982, con los inicios del profesor y sus experiencias juveniles, y se prolonga hasta mucho después de terminado el proyecto de la Biblioteca Contemporánea: cosas que suceden en las familias, en las casas, en las empresas, en el territorio del ser humano. Cosas que se cuentan y cosas de las que solo se habla en voz baja o a través de algún mensaje en papel de arroz, con caligrafía impecable.
FICHA DE LA EDITORIAL
Masashi Matsuie, La casa de verano
Prólogo: Anatxu Zabalbeascoa
Traducción: Lourdes Porta
Una premiada novela que ofrece un singular retrato del Japón moderno a partir de la apasionante historia de un estudio de arquitectura. Premio Yomiuri.
Masashi Matsuie (Tokio, 1958) estudió en la Universidad de Waseda, en Tokio, y trabajó como editor de ficción en el grupo editorial Shinchôsha, donde fue responsable de publicar autores como Haruki Murakami y lanzó Shincho Crest Books, un sello especializado en literatura de otros idiomas. Dirigió también varias de las revistas del mismo grupo como Kangaeru hito y Geijutsu shincho, antes de dejar la compañía en 2010. Su primera novela, La casa de verano (Kazan no fumoto de, 2012; Libros del Asteroide, 2024) recibió el Premio Yomiuri de Literatura, pese a que es un galardón que suele recaer en autores con una larga trayectoria literaria. Además ha publicado las obras Shizumu Furanshisu (2013), Yûga-na no ka dô ka, wakaranai (2014), Hikari no inu (2018) y Awa (2021).

Masashi Matsuie