Miguel Sánchez-Ostiz, barojiano de los de siempre, publicó en 2006, coincidiendo con el cincuentenario de la muerte de don Pío,  en la editorial Espasa Calpe un tomazo enorme, casi incontinente, lo que reflejaba bien a  las claras la pasión habida por aquel de quién se ocupaba, una biografía de su admirado Pío Baroja tiulada Pío Baroja a escena, que lo decía todo en cuanto a aquello en que venía a centrarse, esa evidente contradicción que hubo en un escritor que, rara avis en nuestros pagos, tenía  tendencia a lo autobiográfico, es insólita en nuestra tradición una obra como Desde la última vuelta del camino, amén de muchas otras y de artículos que Baroja publicó en vida donde las referencias autobiográficas abundan sobremanera., de tal manera que bien se puede decir que gran parte de la obra barojiana, de gran envergadura, son más o menos manifiestamente autobiográficas. El libro de Sánchez-Ostiz, monumental,  prolijo, hurgaba en su  principal contradicción, a saber, cómo una obra enorme de claras referencias autobiográficas escamotaba casi por sistema la intimidad del autor. Ni que decir tiene que el libro adquirió proporciones de escándalo y la editorial, ante el follón que barojianos de toda laya y condición, sobre todo por la familia del autor que se  sintió poco menos que traicionada en las expectativas que había depositado en Sánchez-Ostiz, un autor de reconocida calidad y barojiano confeso, expectativas que pasaban por añadir un libro canónico a la clara estela e intención barojiana de nueva hornada que sigue manteniendo la editorial Caro Raggio y publica cada cierto tiempo inéditos de Baroja de relativo interés, optó por retirar la obra de las librerías, convirtiendo el libro en un objeto de culto incluso para aquellos que no estaban preparados para enfrentarse con semejante despliegue de documentación que a pesar de algunos errores, corregidos en esta edición de Renacimiento, hasta el extremo de que durante unos años era prácticamente imposible hacerse con un ejemplar.

Ahora, la editorial Renacimiento ha vuelto a editar la obra, por lo que hay que felicitarse, ya que esfuerzos así en el campo que nos ocupa es raro encontrárnoslo por dos razones, una muy evidente, y es la cantidad de tiempo y esfuerzo  que se necesita para reunir tal cantidad de información pero last but not least, el ejercicio crítico de que hace gala Sánchez-Ostiz y que le adscribe en la estela de los biógrafos anglosajones donde la libertad en la interpretación, aunada a un despliegue académico nada despreciable, les ha otorgado magisterio en el ámbito que tratamos.

Habría que preguntarse la razón por la este libro provocó el alboroto aquel que sólo recordamos los que nos atañe Baroja de una u otra manera, estuve una vez en Itxea y algunas más en Alfonso XII viendo a Julio Caro Baroja por razones editoriales y soy lector asiduo de don Pío aunque lo mío no llegue a la veneración ni de lejos, y la razón estriba en gran parte en la actitud de las familias de figuras relevantes, es decir, públicas respecto al pariente al que deben su apellido. Hay un cierto prurito de salvaguardar el honor de tal figura ante cualquier tipo de critica,sea esta malintencionada o no, y eso sucede en España con especial acritud porque nuestra sociedad, hasta hace pocos años era muy poco moderna en sus relaciones sociales, producto quizá de siglos de sacristía e hipocresía de capilla. Todo eso de la respetabilidad… Pensemos por un momento lo que hubiese ocurrido si aquí alguien hubiese escrito un libro como À la recherche du temps perdu, desollando, y no precisamente con anécdotas sino con categorías que van allá de lo personal, al cogollo del mundo de la aristocracia de la Belle Époque a la vez que se desollaba  a sí mismo hasta dejarse con la sensibilidad herida de un gato sin piel. Inconcebible. Y eso por no hablar de las biografías corrientes en el mundo anglosajón, como la que Jeffrey Meyers escribió sobre Edmund Wilson donde da cuenta hasta la minucia de su vida sexual, de sus borracheras y cita cartas donde el eminente crítico norteamericano compara las distintas vaginas de sus amantes, amén de no ahorrar momentos como el de el fraude que cometió con la Hacienda Pública y la ayuda que pidió al entonces presidente Kennedy. Eso aquí es inconcebible. De ahí que el libro de Sánchez-Ostiz, que comparado con éste es respetuoso hasta rozar lo pudoroso, alcanzara tamaña inquina cuando fue publicado. Y todo por el hecho de cuestionar de manera prolija y con buena documentación el mito que Pío Baroja se había hecho de sí mismo y al que luego contribuyeron las biografías canónicas de un Miguel Pérez Ferrero, por ejemplo.

 

Miguel Sánchez-Ostiz

 

En un momento determinado el autor cree que detrás de las reticencias de la familia se esconde una especie de marca de fábrica Baroja muy rentable y que da beneficios publicando inéditos a cuentagotas por parte de la editorial. No lo sé porque lo desconozco pero creo que los Baroja no son muy distintos a los Ortega, los Marañón, los Valle Inclán, los Galdós, etc y que éstos reaccionarían de igual modo ante libros que cuestionaran el retrato oficial de su ancestro, aunque hay que reconocer la discreción con que los Ortega se tomaron la aparición del libro que Gregorio Morán publicó sobre el autor de La rebelión de las masas . Sólo hay que recordar las reticencias ante las cartas eróticas que Galdós y Pardo Bazán se dirigieron y que publicó Carmen Bravo Villasante o el rechazo visceral que Carlos, el hijo mayor de Ramón del Valle Inclán dirigía a quién en un momento relacionara a su padre con el consumo de kifi si iba más allá de suponer que era cuestión estética para saber las dificultades que conviene tener ene cuenta a la hora de investigar sobre la vida de un prócer por la sencilla razón de que se supone que si uno investiga a una figura relevante es para de un modo u otro realizar una hagiografía porque se da por sentado que si uno se molesta tanto es porque le mueve la admiración, sin que se percaten de que el sentido crítico no mata la admiración sino que a veces la engrandece. Pero para esto hay que tener una cierta visión de sentido público que entre nosotros carecemos  porque no tenemos el concepto de la comunidad social muy desarrollado.

Este inmenso libro, tanto por la información que otorga sobre Pío Baroja como por el modo en que está escrito, tan alejado por suerte de la tartufería académica, ocupa ya un lugar relevante en la bibliografía sobre el autor de La busca. Hay que decir, sin embargo, que el libro planea sobre una paradoja: si nos tomamos la vida de Baroja como un puzzle nos las vamos a ver y desear para que las piezas encajen unas con otras y Miguel Sánchez-Ostiz, al modo impertérrito del creador de  puzzles en La vida instrucciones de uso, de Georges Perec, no ha cejado hasta demostrar lo que casi es evidente a poco que leamos a Baroja, que cuando se refleja en lo autobiográfico echa tintas de calamar con profusión y que es en muchos de los caracteres de los personajes de sus novelas donde hay que hallar la escondida personalidad de Baroja, son particularmente interesantes las partes dedicadas a la detención de Baroja por los carlistas, su estancia en el Colegio de España en París durante la contienda, su supuesta vida retirada en la España de Franco y los avatares en torno a su muerte, Hemingway incluido. Pero, insisto, en que en este libro se planea sobre una paradoja en intenciones pues si se supone que no ganamos nada con dar cuenta de las contradicciones, los olvidos, los escamoteos, las mentiras, el constante “quítate tú que me pongo yo”, eso que forma parte esencial del Baroja tópico, para qué tanto esfuerzo en registrar minuciosamente con la aportación de datos esenciales durante 900 páginas todas estas contradicciones, olvidos, escamoteos y mentiras que Baroja nos regaló a sus lectores y, de paso,a sí mismo.

Tengo para mí que este libro sólo se justifica en el sentido aludido sin tenemos en cuenta un vínculo muy profundo entre el autor  y la figura y la obra de Pío Baroja. Libro tan apasionado en los detalles sólo puede darse desde la pasión por esa figura, a la que denuesta a veces porque sólo nos faltaba que perdiéramos nuestro sentido crítico pero detrás de todo este meollo inmenso se percibe ese especial vínculo que se crea, vínculo casi indestructible, cuando un autor entra en el universo de otro y queda fascinado. Que esa figura nos embobe con sus historias y, de paso, nos entretenga con cantos de sirena poco importa. Lo importante es  saber distinguir unas de otras.

 

 

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