Marcello Mastroianni en «La dolce vita»
Hay muchas formas de llegar, pero la mejor es no partir, decía Ennio Flaiano, un escritor italiano que fue el guionista de las mejores películas de Federico Fellini. Flaiano, que nació en 1910 en Pescara, miraba el mundo detrás de unas gafas de pasta tan grandes como sus bigotes. Dueño de una ironía feroz de la que hacía gala entre sus amistades, encontró en el formato breve, ya fuesen aforismos, anotaciones, o pequeñas narraciones, la mejor forma de retratar literariamente el paisaje humano que le rodeaba.
Suyas son frases tan conocidas como la de que los italianos “están siempre dispuesto a correr en ayuda del vencedor” o que, en los asuntos amorosos, no hay que tener ningún tipo de escrúpulo, hasta el punto de ser capaz de acostarse con tu propia mujer.
Trasladado a Roma de joven, donde murió en 1972, Flaiano pertene a la generación de escritores que se formaron durante el fascismo y asistieron a todo el recorrido de su país durante el siglo XX, lo que les ayudó a comprender enseguida la quintaesencia de lo italiano.

Ennio Flaiano
Autor de brillantes críticas de cine y teatro, junto a innumerables colaboraciones periodísticas, Flaiano escribió mucho y publicó poco. Siempre se movió a caballo entre diferentes géneros literarios y el cine.Él fue quien dio la idea de I vitelloni a Fellini y escribió los guiones de la Dolce vita y Otto e mezzo, así como el de La notte con Michelangelo Antonioni o Un amore a Roma dirigida por Dino Risi. También colaboró con algún director de cine español, como Luis García Berlanga.
Precisamente en su Diario nocturno hay una serie de apuntes de un viaje que hizo a España en los años sesenta y en el que Flaiano afirma que cuando llegaba a una ciudad, le gustaba la parte más conocida de la misma. “Ya sé que cada ciudad tiene sus barrios y sus esquinas que el viajero jamás descubrirá. Yo prefiero ignorarlas, son sitios y sensaciones que necesitan ser ganados con una estancia prolongada. Por eso en Madrid apenas me alejo de la Gran Vía”.
Y es esta mirada entre cínica y melancólica, aunque atenta a los detalles, una de sus características narrativas. En su producción literaria sólo hay una novela, Tiempo de matar (1947). A Flaiano no le gustaba este género literario debido a su estructura más cerrada. En ella rememora su experiencia en la guerra de Etiopía bajo el fascismo. Cuenta la historia de un oficial que se ve implicado en un delito de sangre, y luego en otros mas, aunque él cree que no es él quien mata sino algo que siente que le posee.
Flaiano fue uno de los inventores del mito de la “la dulce vida” junto a Federico Fellini y Tullio Pinelli. Los tres idearon y escribieron esta gran película sobre una época de transformación, y
que tiene como uno de sus escenarios principales a la Via Veneto, esa avenida de Roma que, como escribió Flaiano en La soledad del sátiro, parecía una playa sin mar, donde las terrazas de los locales tenían sombrillas gigantescas de aire hawaiano y los coches desfilaban como barcos, mientras la gente se movía de una mesa a otra con la indolencia de las algas.

Marcello Mastroianni y Anita Ekberg en «La dolce vita»
En este libro Flaiano anota que el productor rechazó la película y los críticos que leyeron el guión dijeron que se trataba de una historia descosida, falsa, pesimista e insolente. El público quiere un poco de esperanza, parece que dijo el productor. Flaiano respondió que el público lo que deseaba era que las actrices se quitasen un poco de ropa, pero lo importante era lo que el director y los actores consiguieran hacer a espaldas del público.
Pero mas que la Via Veneto, el objetivo de sus críticas fue la Roma de la posguerra, la burocracia ministerial, el desarrollismo, la idiotez generalizada y la especulación urbanística. Flaiano veía tristeza, tedio y vulgaridad en la sociedad de consumo que empezaba su reinado y, lo más importante, que no hacía a la gente más feliz. Implacable y desencantado, Flaiano invitaba a desertar como la única medida posible frente a la infelicidad y la injusticia. Pero resultaba difícil escapar de ese inmenso laberinto de coches en que se convirtió Roma en los años sesenta del siglo pasado y que, según Flaiano, había hecho imposible el adulterio en la horas punta.
Mucho antes que Pier Paolo Pasolini, Flaiano comprendió la relación entre la sociedad de consumo, el conformismo y la estupidez general. Para él, ser pesimista acerca de los asuntos del
mundo y de la vida en general era un pleonasmo, es decir, anticipar lo que iba a suceder.
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