Al leer este “Manuel corsario” de Pier Paolo Pasolini (Altamarea, 2022) en la espléndida edición e introducción de Alessandro Ryker, ordenada cronológicamente a través de las distintas décadas y que viene a ser una biografía intelectual de Pasolini, me he preguntado qué hubiera ocurrido si Pasolini no hubiese sido asesinado en la madrugada del 2 de noviembre de 1975, a los 53 años, en un oscuro suceso no del todo aclarado, al igual que tantos otros misterios italianos de los años setenta.

He recordado su última novela inacaba, Petrolio y cuyo protagonista de ficción esta tomado de lo que le ocurrió al entonces presidente del ENI, el organismo nacional de los hidrocarburos, el industrial Enrico Mattei (1906-1962) que cuando regresaba en avión a Milán desde Catania, el aparato explotó en vuelo al aproximarse al aeropuerto de Milán. Con su muerte acabó un intento de independencia energética por parte italiana. De algún modo podía relacionarse con la muerte, un año antes, en 1961, de Dag Hammarskjöld, Secretario General de las Naciones Unidas,  que murió al estrellarse el Douglas DC-6 de la ONU en el Congo y al parecer derribado. Fue en plena crisis de ese país, uno de los principales proveedores de uranio del mundo y que nos devuelve a las actuales guerras de la energía.

En Petrolio, Pasolini quiso dar los nombres, o al menos intentarlo, del nuevo poder que estaba provocando un profundo cambio que ahora se llama globalización y ultracapitalismo. Pasolini intuyó que el poder se globalizaría y abandonaría los parlamentos para entrar en los consejos de administración de las grandes multinacionales.

Si leemos la selección de los textos pasolianianos hecha por Alessandro Ryker, y que abarca prosa, poesía y cartas, vemos el recorrido brillante de un hombre que intentó comprender el país en el que vivía, y a él mismo. Y eso fue lo que hizo Pasolini a lo largo de su vida recortada.  Entonces cabe preguntarse qué hubiera dicho y hecho con todo lo que ha ocurrido en las dos siguientes décadas tras su muerte.

Para aproximarnos a Pasolini hay que conocer las dos grandes raíces que lo alimentaron. La primera, y mas fuerte, es el Pasolini privado, el poeta friulano y el defensor a ultranza de la identidad italiana, católica y tradicional. La pertenencia al mundo del campesino y que construye su sentimiento alrededor de la figura materna, origen y final de todo.

 

 

La otra raíz es el Pasolini público. El intelectual hereje, comunista pero sin creer en el comunismo, el antiburgués, el columnista que sorprende en cada artículo, el profeta civil. Los comunistas titistas mataron a su hermano partisano. Los comunistas miraban con recelo su trabajo y vida homosexual. Sin embargo, en uno de sus últimos artículos, Pasolini renovó su apoyo a los comunistas.

Un poeta, un intelectual, un literato dividido entre llevar la redención social y política a los de abajo, bajo la guía de la deidad comunista  y la convicción creciente de que sería un esfuerzo inútil, ya que la riqueza de la cultura popular italiana estaba en su diversidad y resistencia  a bautizarse con un pensamiento racionalista, ilustrado e historicista.

Antes de morir, parecía como si Pasolini estuviese dispuesto a dar otro paso, como se puede leer en este libro que testimonia su vida. Desconocemos qué hubiese escrito, pero lo que está claro es que había comprendido que el peligro que atenazaba a la sociedad italiana no eran las camisas negras de los fascistas de sus años jóvenes, sino un régimen perfecto de hombres reducidos a consumidores, un nuevo Estado sin fronteras cuya única ley es la eficacia y donde se desean las mismas cosas y las diferencias son borradas. Un traspaso de poderes rápido y global que deja obsoletos a instituciones como la familia o la iglesia que están vacías de contenido lo mismo que la política tradicional.

Pasolini escribió que el progreso no podía consistir solo en poner un televisor en cada vivienda. Ahora la pantalla está en la mano  de cualquiera, pobre o rico. La «contestación» de los años sesenta y setenta que él vivió y criticó tuvo un sentido en su intento de  borrar una moral atrasada y una autoridad incompetente, pero al no ser sustituida por una nueva forma de ser más ilustrada y libre, contribuyó a  eliminar los últimos obstáculos al ascenso del ultracapitalismo de las grandes empresas.

Cuando uno abre un libro de poesía o lee una novela de Pasolini, ve una película suya, o leemos este Manual corsario, percibimos el intento pasolianiano de salvar un mundo que se está perdiendo no por nostalgia, sino para seguir siendo humanos, aunque también implique todo el mal del que somos capaces de ofrecer.

 

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