El algoritmo del monstruo, es el primer libro de cuentos de Cristian Nuñez (Santa Fe, Argentina, 1973). Este Técnico Químico reside en Río Negro. Es miembro del Taller de Corte y Corrección, coordinado por Marcelo di Marco. Algunos de sus cuentos y poemas forman parte de diversas antologías y fueron publicados en revistas digitales. El algoritmo del monstruo fue seleccionado en la convocatoria 2018 del F.E.R. (Fondo Editorial Rionegrino) en la categoría Narrativa – Cuentos. Hablamos con el autor sobre su libro.
El algoritmo del monstruo, ¿es sobre las redes sociales?
No, no es sobre redes sociales, precisamente. Es un libro de narrativa; más específicamente: de cuentos fantásticos. Si bien el título del libro se puede prestar a esa confusión, “El algoritmo del monstruo” es justamente esa dicotomía entre lo conocido y lo extraño, entre lo estructurado y lo fatal.
Las redes sociales hoy juegan un papel muy importante en la sociedad y en nuestras vidas, y la información (veraz o no) está allí esperando ser dispersada y reproducida, como un virus. Pero a veces es necesario salirse de esos carriles; parar un poco esta desenfrenada estimulación de los sentidos; sentarnos a procesar lo que nos pasa, y luego seguir (porque el mundo no se detiene). Es por eso que la literatura de ficción puede darnos ese momento de sosiego y de reflexión.
“El algoritmo del monstruo” está conformado por cuentos breves, es —si se quiere— una antología de relatos en los cuales lo sobrenatural acecha y se cierne como una sombra ante todo lo cotidiano que nos es dado entender. Es una apuesta al entretenimiento, y una invitación a la lectura en esta tradición, tan argentina, del género fantástico.
En este libro encontraremos posesiones de entidades ajenas a nuestro mundo; mascotas e insectos que se comportan de manera singular; personajes que viven un funesto déjà vu; monstruos —que acaso no son tal—, y personas normales —que acaso tampoco son tal—. En fin: historias cotidianas en las que irrumpe esa extrañeza impiadosa que siempre nos acecha en los intersticios, y que distorsiona nuestra realidad.
La historia de la publicación de tu primer libro tiene una historia muy particular, porque…
Nunca pensé en que llegaría a publicar, la idea se hizo patente hace solo un par de años.
De chico me atrapó la lectura de ficción, como un escape a la otra lectura —tan necesaria para mi formación— de textos académicos. Y esa pasión me llevó a escribir mis propias historias. De chico sentí esa pulsión, esa necesidad de contar desde mi escasa experiencia, como presintiendo ese infortunio de las cosas que se pierden si no se cuentan.
Luego descubrí talleres literarios con los cuales aprendí sobre la corrección de textos, a darles formato, estructura y concisión. Y me tomé —con el tiempo— más en serio la literatura (mi literatura), y entreví que tenía potencial, que podía compartirla con personas que no iban a decirme: “Ay, Cristian ¡qué hermoso escribís!” para complacerme, sino que verían un trabajo que requirió esfuerzo, reescritura, tachaduras y correcciones.
Después me animé a enviar mis textos a revistas digitales y los aceptaron. Lo que me dio el impulso a participar en concursos. Hasta que llegué a la Patagonia, y en Río Negro descubrí al FER (Fondo Editorial Rionegrino) que abre convocatorias anuales para escritores de la región, a fin de editar, publicar y difundir sus obras —siempre con el aval de jurados calificados—. Y en este largo camino de aprendizaje, de leer, escribir, corregir y pasar horas encerrado solo con mis papeles y mi bolígrafo, llegué a ser seleccionado en 2018 con un conjunto de cuentos breves.
Y hoy, después de tanto esfuerzo, y gracias al FER, tengo en mis manos —como un trofeo, como una medalla— a mi primer libro.
Como ves, no hay una historia que sea digna de asombro. Es, más bien, el racconto de lo que nos pasa a muchos escritores. Yo tuve la fortuna de tener el apoyo de mi familia y amigos, de conocer gente a la que le debo gran parte de mi felicidad, de animarme y ser sincero con mi trabajo, de ser honesto.
Al final, lo esencial de las historias no es la espectacularidad, sino que vengan del alma, como todas las cosas importantes que hacemos.

Cristian Nuñez
¿Cómo fue la elección del título, por qué?
El título de uno de los cuentos es el que da nombre al libro, y de allí que el hilo conductor, o la impronta de la mayoría de los relatos tenga que ver con ese contraste entre los establecido (aceptado), y aquello otro que nos da miedo, que nos causa incomodidad o que saca lo peor de nosotros.
Como se ve en la imagen de tapa, a simple vista parece una ventana en una noche de lluvia, pero ya «más de cerca» puede decirnos algo sobre la distorsión y el extrañamiento.
Y en esa imagen, en el fondo, hay algo oscuro y fatal: lo inevitable, lo impiadoso. Por eso elegí el nombre del libro usando el título de uno de los cuentos, y por eso elegí esa imagen de tapa.
Hay una mirada humana ante eso que no se entiende del todo, pero también hay ese toque de aberración, de rareza y de inevitabilidad; sí, como la lluvia o la noche, pero más anómalo (no encuentro mejor palabra).
Después del Algoritmo del monstruo ¿qué viene?
Tengo un libro de poemas, con el que me gustaría participar en futuras convocatorias. Es, en principio, una recopilación de textos que vengo escribiendo desde mi adolescencia, y que acaso intentan ser un retrato o resumen de mi vida y mi experiencia, desde mi nacimiento hasta la llegada de mis hijos.
También estoy escribiendo más cuentos, ya que en este ámbito es donde me encuentro más cómodo y más suelto. Y corrigiendo y seleccionando otros, a fin de armar otra antología.
Si todo sale bien, y los astros me son favorables, seguiré participando en convocatorias y concursos. Esta gracia que me fue dada es una invitación a seguir en este rumbo, a apostar a la buena literatura entre tanto incordio y preocupaciones.
¿Vale la pena publicar mi obra y darla a conocer, con el gasto que conlleva? ¿Le suma algo mundo que un librito más se escabulla entre las estanterías de librerías, o se muestre en la biblioteca de algún amable lector? No lo sé, hay tantas cosas buenas como cosas malas, no sé si mi escritura equilibra esas fuerzas o se diluye —como dijo el replicante Roy Batty— “como lágrimas en la lluvia”.
Pero sigo sintiendo esa pulsión, esa necesidad casi física de contar historias extrañas. Y no quiero que —y vuelvo a citar— “todos esos momentos se pierdan en el tiempo…”
A la hora de empezar a escribir ¿en cosas te inspiran?
Me sucede algo muy personal, muy arriesgado y muy extraño: soy testigo de un evento trivial y algo me pica en el cerebro y me dice que puede ser el inicio de un cuento.
Es personal, porque imagino que no les pasa lo mismo a otras personas. No ven lo que yo veo. O bueno, sí: ven lo mismo, pero con otros ojos.
Es arriesgado, porque eso que me llama la atención en un instante, puede perderse si no le sigo la corriente, si no pongo mi empeño en seguir esa vocecita que me susurra que tengo que transformar esa escena en una historia.
Y es extraño, porque eso fantástico de lo que hablo en mis cuentos, me pasa en la vida real. Esa voz, ese impulso, esa epifanía (no tengo otra palabra) tan brusca y tan breve me despiertan de la realidad. Y es mi misión estar atento.
Creo que el escritor es ese bicho que ve el mundo de otra forma, que busca razones por las que pasan las cosas; que se pregunta siempre: “¿y qué pasaría si…?”. Un bicho que tiene el germen de otro bicho que cada tanto lo pica y lo sacude para sacarlo del sopor de vivir.
Una tarde, volviendo de la facultad, vi un gato haciendo un pozo en la calle y enterrando lo que parecía ser un hueso. Nadie más lo habrá visto, y si lo vieron, no le dieron importancia. Yo lo vi y se me armó la pregunta en la mente: “pero, ¿eso no lo hacen los perros?”. De allí germinó la idea de un gato que quiere ser otra cosa, más que un simple gato. El resto se fue escribiendo y creciendo a medida que me sentaba en mi escritorio a intentar responder esa pregunta.
Algo similar sucedió con una nena de mi barrio, a la que vi dar vuelta a un insecto que pataleaba en la vereda, tirado panza arriba sin poder voltearse.
La vida tiene miles de historias escondidas. Se disimulan entre escenas cotidianas y nuestro espíritu. Hay que estar atentos para unir esas dos cosas fundamentales. Luego hay que darle forma.
Creo que en eso se resume mi más grande aspiración literaria: “no quiero que la vida me pase desapercibida; quiero ir por el mundo dándome cuenta”.
Párrafo del cuento El hombre a la vera del camino
Le estiré la bolsa con carne cruda y sangre cuajada.
-Tome, llámelo y dele un poco de carne –ordené cortésmente-. Pruebe un poco de compasión usted también.
Don Anselmino, sopesó la bolsa. Después, más curioso que determinado, cruzó la tranquera. Acaso no le importaba si la historia de la bruja era cierta o no. Acaso solo le importaba mitigar su soledad.
Escuché el gastado y vano silbido. Después, el gruñido que se acercaba. Vi los yuyos moviéndose no ya por el viento sino por algo más tangible que se abría camino a través de la espesura.
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