Una de mis escritoras favoritas es mi compatriota Patricia Highsmith, una texana de Fort Worth ( Estados Unidos) y nacida en 1921, por lo que este año se cumplió el centenario de su nacimiento. Falleció en Locarno, Suiza 1995), porque emigró a Europa en los años sesenta y no volvió a vivir en Estados Unidos, país que no le gustaba. Su primera novela fue “Extraños en un tren”, publicada en 1950, y donde dos mundos se cruzan y la frontera entre lo normal y lo anormal se atenúa.  Hitchcock se basó en este libro para rodar una película en 1951 titulada “Asesinato por asesinato”.  Como nos cuenta la minuciosa y entretenida biografía de Joan Schenkar sobre Highsmith, publicada en español por Circe en 2011, fue una mujer inquieta, ambiciosa, depresiva, con épocas de anorexia, cierta tendencia alcohólica y un lesbianismo que no le ayudó a cambiar su mala opinión sobre el género femenino. 

Highsmith es conocida como novelista de crímenes, pero en realidad, en la literatura como en la vida, fue un personaje raro o al menos poco convencional. En sus 22 novelas y 8 libros de relatos, las mas conocidas están asociadas a la novela policíaca. La suyas son historias policiales anómalas porque los personajes interesan por lo que son y no por lo que hacen. Su héroe suelen ser el asesino; no le interesa el desvelar el misterio sino la personalidad del culpable, cómo nace y se desarrolla por dentro, y que suelen ser personas aparentemente normales  cuya salida es el crimen. A Highsmith le es indiferente al viejo dilema de los buenos y malos porque su objetivo es estudiar la culpa. Las suyas son historias desprovistas de final feliz ya que no hay salvación ni consuelo.

Para la escritora texana los delincuentes son seres en apariencia libres. Una creencia que nos lleva a otra vertiente de su producción, la del «no-crimen». Única es su capacidad para explorar el polifacético universo masculino. Los hombres son personajes fuertes, presentados con lúcida introspección. En sus novelas no aparecen mujeres delincuentes, como si sólo un deseo tan fuerte como el de los varones pudiera hacer frente a la ley. Las mujeres son dibujadas con una ligereza inconsciente, ni siquiera son víctimas, salvo en el “Diario de Edith”. Están obligadas a acatar las reglas impuestas por la sociedad y a identificarse con un estereotipo que las lleva a la ruina. La mujer no puede ser o hacer, porque no se le permite, pero va más allá de lo permitido.

Sus historias ofrecen imágenes multifacéticas de los horrores cotidianos , de la ambigüedad, de la violencia sin sentido o controlada. Describen escenarios precisos, relaciones sociales, pero en el interior crece la frustración, la infelicidad, el odio, el conformismo. Se presume de una normalidad tranquilizadora, pero se ve socavada por acontecimientos inquietantes, como por ejemplo en El diario de Edith. O toca temas más complejos como la intolerancia, la ignorancia que mina el progreso, la locura destructiva hacia el planeta, la estupidez de los gobernantes…

En sus páginas hay también una locura silenciosa e irreconocible que erosiona desde dentro las estructuras aparentemente sólidas de la vida cotidiana, para luego explotar. Esta locura se injerta en los mismos modelos de los que procede, en el sentido de que surge del conformismo o del miedo, de la aceptación pasiva de los valores de la clase media americana, como se representa en “La casa negra”.  Básicamente, Highsmith utiliza el mal, y por tanto también el crimen, para lanzar una especie de hechizo. Su fuerza reside en la complicidad «enfermiza» con personajes ambiguos, en la fascinación por el mal.

 

 

Al mismo tiempo, hay una sensación continua e impalpable de amenaza que pende sobre la vida, el peso de un peligro casi suspendido como una nube maligna. Incluso la angustia, el malestar, el aburrimiento, la incomprensión y la injusticia desgarran las existencias pacíficas, distorsionándolas con bajeza y compromiso. El agujero negro está siempre al acecho porque la realidad se refleja en un espejo deformado que flota en las arenas movedizas de la ansiedad y entre las estructuras de la obsesión. Todo ello sin caer en escenas de violencia gratuitas, sin derramamiento de sangre ni efectos dramáticos sensacionales, pero utilizando el amplio abanico del realismo para describir la desviación, sin rehuir la crueldad, incluidas las historias de venganza contra los animales. 

Con todos estos elementos no es de extrañar que se hayan hecho muchas películas a partir de sus libros. En 1963, dirigida por Claude Autant-Lara, se estrenó “El asesino”, reeditada en 2016 con el título de la novela, “Callejón sin salida”, y dirigida por Andy Goddard. Es la historia de un hombre llamado Stackhouse que parece tenerlo todo hasta que el cuerpo de su esposa es encontrado en el fondo de un acantilado. En 1977 se estrenó The Kites Don’t Die in the Sky  del francés Miller, basada en That Sweet Madness (Esa dulce locura). Un joven químico culto, con un futuro brillante, enamorado de Annabelle, que le rechaza y prefiere a un personaje insípido. Así que el químico se inventa una realidad ficticia, como un hombre felizmente casado, compra una casa con un nombre falso fuera de la ciudad, entabla conversaciones imaginarias con una esposa inexistente y sigue escribiendo a Annabelle sin recibir respuesta.

“Las dos caras de enero” fue trasladada por primera vez a la pantalla en 1986, por Wolfgang Storch-Gabriela Zerhau; y en 2014 por Hossein Amini. En Atenas, una pareja de turistas americanos, Colette y Chester, se cruzan accidentalmente con un joven americano peleado con su familia, que trabaja de guía turístico y se dedica a desplumar a los compatriotas que confían en él. Pero Chester también tiene lados oscuros, tanto que recibe la visita de un detective privado en su habitación. A punta de pistola, el detective le ordena devolver el dinero perdido por los inversores del hampa que habían confiado en él. Se produce una pelea que culmina con la muerte del detective por un golpe en la cabeza. Es entonces cuando llega el joven americano al que su compatriota le pide ayuda para escapar con su mujer al extranjero. A partir del crimen, el vínculo que se desarrolla entre los tres se complica aún más.

 

 

 

 

«Carol», de Todd Haynes, de 2015, es la historia de Therese, una joven empleada de unos grandes almacenes que sólo tiene ojos para una distinguida clienta, Carol. Después de un guante olvidado, Carol y Therese se sientan en un café. Carol tiene un marido del que quiere divorciarse y un hijo al que quiere criar, Therese un pretendiente insistente y un bolso con escaso dinero. Congeladas por las estrictas convenciones de la época, Carol y Therese viajan al Oeste y a una nueva frontera, que las descubrirá apasionadas y enamoradas.

El mayor interés, sin embargo, lo suscitó el personaje de Tom Ripley, desarrollado en nada menos que cinco novelas y en otras tantas películas. “El juego de Ripley”  sirvió para El amigo americano (1977), de Wim Wenders. Un pobre hombre con pocos meses de vida se deja convencer por el turbio, atormentado y alcohólico Ripley para matar a un hombre en el metro de París. La novela fue retomada por Liliana Cavani, que en 2002 ofreció una nueva versión en la que Ripley aparece como un refinado y cruel marchante de arte. Tras cerrar un lucrativo negocio, se retira a su villa en el Véneto y se le une su antigua mano derecha, que le pide ayuda para eliminar a poderosos rivales eslavos.

“El talento de Ripley” fue una adaptación de “Crimen al sol” (1959) de René Clement y «El talento de Mr. Ripley» (1999) de Anthony Minghella. En la primera, Tom Ripley lleva a su amigo Philippe a Italia: la buena vida y la presencia de un amigo seductor despiertan sus deseos criminales. Trama un plan para apoderarse de la mujer y del dinero de su pareja tras asesinarle. Cuando cree que se ha salido con la suya, le pillan. En la segunda, Tom es un joven de 26 años con un pasado frustrante y un futuro incierto, que vive de pequeñas estafas y explota la hospitalidad de los demás. Sin demasiados problemas, mata al joven multimillonario del que se ha hecho amigo porque quiere sustituirlo apropiándose de su identidad. A partir de este primer crimen, en parte pasional y en parte estimulado por un sentimiento de envidia y arribismo, comienza una vida de subterfugios, engaños y asesinatos. Son asesinatos no premeditados, a menudo en detrimento de turbias figuras criminales, llevados a cabo en defensa propia o por desesperación y una sensación de impotencia.

Podemos preguntarnos por esta gran producción de novelas y películas sobre el personaje de Ripley y la respuesta es fácil. Ripley, en sus diversas variedades, representa la esencia de Highsmith. Es un personaje trágico, amoral, sin remordimientos, atraído por el mal por el que finalmente será derrotado, un antihéroe incómodo. No es un verdadero «malo», aspira a la tranquilidad y en el fondo tiene necesidad de afecto y estabilidad. Pero sigue siendo un asesino, un estafador snob que teme verse privado de sus riquezas y símbolos de estatus, y por ello está dispuesto a sacrificar la vida de los demás. La ansiedad por la posesión sustituye al impulso erótico en él, también porque en realidad es asexual. Atraído por los hombres, no los desea realmente; está enamorado de su mujer, pero con un afecto basado en un sentido mutuo de protección, sin pasión, con relaciones sexuales poco satisfactorias.

 

 

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