A pesar de su temprana acogida en España, la obra de Thomas Mann siempre tuvo entre nosotros la suerte de la improvisación. Así, que en 2021 tengamos que felicitarnos porque, por fin, tenemos a nuestra disposición la obra, para mí, cumbre del autor, la tetralogía de José y sus hermanos,  en una buena traducción y, además en una edición asequible y nada cara, es significativo de lo que afirmamos y, a la vez, un ejemplo de lo errático de nuestro modo de publicar las obras de autores considerados esenciales en nuestro canon cuando no clásicos.

Veamos. En 1977 la colección Punto Omega de Ediciones Guadarrama publicó los cuatro tomos de José y sus hermanos en traducción de José María Souviron y Hernán del Solar. Los libros habían sido editados de forma tan descuidada que parecía una afrenta: un cuerpo de letra  minúsculo, y no exagero si les digo que podía ser un 10 y, para colmo, al abrir el libro  éste se descuajaringaba dejándonos desconsolados, por no decir cabreados y, lo que es peor, dispuestos a hacernos como fuera con la edición chilena de Ercilla que nos llegaba a cuentagotas y encima era cara por ser importada.

Pero he aquí que coincidiendo con la llegada del nuevo siglo Ediciones B publicó en una bella edición en tapa dura el primer tomo de la tetralogía, Las historias de Jaacob por lo que, expectantes, esperamos la edición del segundo tomo, El joven José, se publicó unos tres años después. Para 2008 llegó el tercer tomo, José en Egipto y para 2011 el último, José el proveedor, pero para entonces fueron pocos los afortunados que pudieron gozar de poseer los cuatro tomos correlativos pues esta edición pasó a ser casi inencontrable, por no hablar de la diferencia de precios entre el primer tomo y los dos que le siguieron, lo que hizo que, salvo los benditos incorregibles de siempre, la mayoría del público nunca tuvo acceso a hacerse con la, para mí, obra más importante de Thomas Mann y, desde luego, una de las más grandes de la literatura del pasado siglo. Tanto, que conviene no olvidarnos de los nombres de los traductores al español de esta obra que presentamos: Joan Parra, Diego Friera, María José Díez, Carlos Abreu y Jorge Seca.

El mitólogo Joseph Campbell, incorregible adepto de la tetralogía de Mann y de Finnegans Wake, de Joyce, que consideraba la obra literaria  más importante del siglo XX, y lo afirma varias veces en su magnífica tetralogía, Las máscaras de Dios, realiza una muy lúcida comparación entre los paralelismos habidos en la obra de los dos autores, por otra parte muy alejados en gustos, preferencias y coteries, uno del otro. Así, a Dublineses le correspondería Los Buddenbrooks; a Retrato del artista adolescente, Tonio Kröger; Ulises, desde luego, con La montaña mágica y Finnegans Wake con la tetralogía de José y sus hermanos, donde el escritor irlandés y el alemán se sumergen en los grandes mitos del hombre desde sus orígenes para explicar no sólo el presente sino la condición humana misma. Joyce  a través del mundo de la noche y del sueño, Mann recurriendo a la historia bíblica de José en el Génesis, los capítulos comprendidos entre el 37 y el 50, y realizando otra obra bien distinta a la de la Biblia pero, a la vez, complementándola hasta llegar a hacer caso a la observación de Goethe sobre la historia de José que al autor de Fausto le parecía podía alargarse hasta constituir una historia independiente, que se explicaba por sí misma. No es momento aquí de comentar esos paralelismos, que existen bien es verdad, entre las obras de James Joyce y Thomas Mann pero concluiremos esa coincidencia con una frase de Joseph Campbell donde dice que tanto la tetralogía de Mann como el Finnegans Wake trataban de los mismo salvo la diferencia que había entre asistir a un funeral de borrachos en una taberna irlandesa y la visita  a un museo. La frase, amén de justa, lúcida, brillante y demás, nos ahorra la lectura de sesudos tratados académicos que se acercan a la misma conclusión después de abrumarnos con centenares de páginas y decirlo con menos gracia.

 Publicada entre 1933 y 1943, entre la llegada de los nazis al poder  y la capitulación alemana en Stalingrado que supuso el revés de la guerra hasta entonces llena de triunfos por parte de los alemanes, y dejo aquí la coincidencia, la tetralogía comenzó a escribirse en 1926, después de que Thomas Mann realizase el año anterior un viaje por Próximo Oriente y Finnegans Wake se publicó en Londres por parte de Faber &Faber en 1939 y fue escrita durante los años veinte, después del escándalo provocado por la edición de Ulises de Shakespeare & Company, durante la estancia parisina de Joyce y publicada en fragmentos en revistas bajo el pedantesco título de Work in Progress, antes de la guerra le llevase a refugiarse en Suiza donde murió en Zurich en 1941.

 

Thomas Mann

 

Las concomitancias son muchas y, ya lo dijo Campbell, en realidad tratan de lo mismo: de la conformación del ser humano a través del artificio del mito, expresión del inconsciente y que se posesiona de nosotros en la noche cuando accedemos al sueño o recurrimos al pasado, tan opaco o más que el mundo onírico, para explicarnos a nosotros mismos.

Las diferencias son, en apariencia, algo que hace de ambas obras algo irreconciliables entre ellas. Sólo en apariencia, la que diferencia la estancia en un burdel del paseo por un museo, como dijo el ilustre mitólogo, pero en ambas subyace la distancia, el humor, la ironía… como si dijeran que no nos tomemos demasiado en serio cuando atendemos a la supuesta sublimidad formada por el barro de nuestra humana condición.

Dos citas. La primera del capítulo “ De la belleza” de El joven José: “A decir verdad, no nos complace usar aquí la palabra belleza. Tanto ella como el concepto que expresan emanan tedio. La belleza es una idea pálida y sublime, un sueño de pedantes. Dicen que está regida por ciertas leyes; pero las leyes hablan a la inteligencia, no a los sentimientos, que no se dejan encorsetar por la razón. De ahí la sosería de la belleza perfecta que no necesita hacerse perdonar nada… Para poder entusiasmarse ante lo que es perfecto sin más, hace falta una veneración por lo intelectual y modélico que es propia de pedantes. Es difícil hallar algo profundo en ese entusiasmo intelectual”.

La segunda pertenece a Finnegans Wake: “No cumple ahora más que retirarse a descansar sin molestar al vecino, ah humanoide de las desconcertantes descripciones. Otros están tan cansados de sí mismos como lo estás tú. Que cada uno aprenda a soportarse. Se ruega encarecidamente no mascar chicle, escupir, cascar, reñir, sobarse y hacer numeritos durante estas horas consagradas al sueño. Mirar hacia atrás antes de desnudarse; hacerlo con toda la discreción que permita la intimidad. No mear en la chimenea ni por la ventana. No olvidar entre las sábanas el condón delator. ¡Ojo con todo ello! … Lo digo en serio. Que esto es un hogar y no un burdel jajambletiano”.

No están tan alejadas una de otra.

Ya digo, habría que tomar esta edición salida en enero como un acontecimiento editorial y, sobre todo, un descanso merecido para los que valoramos la tetralogía en lo que creemos se merece.

La lectura idónea para un verano. Hasta el paisaje acompaña si nos atenemos al tópico. Calor, calor, calor…

   

 

 

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