Herbert List. Ondulaciones


Jimena Arnolfi nació en Buenos Aires, Argentina, en 1986. Textos suyos circulan en antologías, revistas y publicaciones online. Publicó Todo hace ruido (Editorial Pánico el Pánico, 2013) y Metafísica (La Fuerza Suave, 2015). Actualmente vive en Entre Ríos. (…)

¿Cómo nació tu interés por las letras y la escritura?
Primero conocí el placer por la lectura. El escuchar un buen cuento antes de ir a dormir aparece en la infancia, en los primeros recuerdos. Cuando era chica jugaba a escribir en cuadernos anillados que después guardaba en secreto en el cajón de las medias. Seguramente fue la manera que encontré para hablar conmigo misma. En la adolescencia, ese impulso se fortaleció como una íntima necesidad. La posibilidad de una actividad que implicara el volverse hacia adentro y estar sola. Lo sigue siendo. Este año voy a cumplir 30 años y sigo  escribiendo cuentos y poemas. Quizás sea infantil, ¿no?. Quizás sólo intento seguir mirando con los ojos de la infancia, como si todo fuera extraño o apreciado por primera vez.
¿Cuál es tu espacio interior para escribir? ¿Qué cosas de la vida te inspiran para empezar a escribir tus textos?
Cualquier cosa. Creo que la escritura es una esponja que absorve todo. Y, a la vez, disuelve las certezas. Siempre, en algún momento del proceso de escritura, me encuentro con que no sé muy bien qué es lo quería decir al principio. No creo en los procedimientos a la hora de escribir o en mí no funciona así. Me interesa lo que sale del miedo, del asombro, de lo extraño. Me acerco lentamente a lo que quiero contar. Me gusta cuando a David Lynch le preguntan qué quiso decir en tal película o qué lo inspiró y él simplemente responde: “el mundo es muy extraño”. Tomo notas en muchos cuadernos a la vez. No me parece tan grave el desorden, me gusta la estética de lo imprevisto. Después, en el mejor de los casos, algo de esas anotaciones prospera.
Jimena Arnolfi
¿Cómo fue tu experiencia de publicar el primer libro Todo hace ruido y que viene después?
Todo hace ruido se publicó en 2013 y me da alegría que los poemas sigan circulando. Algunos, incluso, se las arreglan para viajar por sí solos a lugares que yo no conozco. Se publicaron en otros países y se hicieron algunas traducciones. A fines de 2015, salió Metafísica, una plaqueta de poemas del sello La Fuerza Suave. Por el momento, tengo dos poemarios nuevos pero no sé muy bien qué pasará con ellos. Quizás se publiquen este año. También estoy corrigiendo una novelita que vengo arrastrando hace bastante y de vez en vez sigo escribiendo cuentos que no publico.
¿Cómo definirías tu estilo? ¿Creés que algunos escritores han dejado huella y han influido en tus letras?
En Todo hace ruido hay un poema que habla sobre unas ratas que juegan carreras sobre un cable de luz. “Tener estilo está sobrevalorado”, dice al final. Ahora no sé si es tan así pero en mí caso no lo tengo muy claro. No soy yo quién debería hablar de mi “estilo”. En cuanto a las influencias creo que no sólo libros puedo mencionar como influencias sino músicos y películas, por ejemplo. En cuanto a esos primeros descubrimientos conscientes de la adolescencia puedo mencionar a Alejandra Pizarnik, Julio Cortázar, Luis Alberto Spinetta, Charly García, Emily Dickinson, David Lynch, Raymond Carver… A ellos los encontré tempranamente y me siguen acompañando con el pasar de los años. Después se sumaron otros y se seguirán sumando.
¿Qué estás leyendo ahora?
Hace unos días empecé a leer Sobre la belleza, una novela de Zadie Smith. Y últimamente estoy muy alucinada con los poemas de Wislawa Szymbroska.
¿Algún libro que te gustaría leer por segunda vez?
Cuando leo necesito tener un lápiz, una birome, algo para señalar cosas que me llaman la atención del texto. Hago anotaciones en los márgenes, escribo signos de exclamación y de pregunta como si estuviera hablando con el libro. Casi siempre vuelvo a lo que ya leí pero de manera aleatoria. Lo hojeo, repaso esas marcaciones, me quedo un rato adentro de lo ya leído. Recién me volví a encontrar con uno de Barthes que me gusta mucho. Él dice que todo el mundo puede testimoniar que el placer del texto no es seguro: “Nada nos dice que el mismo texto nos gustará por segunda vez, es un placer que fácilmente se disuelve, se disgrega por el humor, el hábito, la circunstancia, es un placer precario”. Después, mejor, asegura que el goce del texto no es precario, es precoz, no se produce en el tiempo justo; “todo se juega, se goza, en la primera mirada”. Ese pasaje estaba marcado con resaltador verde fluorescente.
¿Algún libro que te haya marcado cómo, cual qué paso, por qué?
Por suerte, son muchos. Para hablar de sacudones recientes puedo contarte que hace hace poco leí Santoral, de Acheli Panza, y Pájaros en la boca y Siete casas vacías de Samanta Schweblin. Son tres libros de cuentos de escritoras argentinas. Son historias desnudas que van al hueso, ninguna piedad. Cuando te querés dar cuenta, ya estás hasta el cuello, muy involucrado con las tensiones presentadas, imposible mantenerse indiferente. Otra libro que me dejó titilando últimamente fue Desgracia de Coetzee. Me gustan esas historias que registran la vida como a un tablero cuidadosamente armado que todo el tiempo se da vuelta.
¿Todo es ficción o todo es real?
No sé a qué te referís con todo. Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia. Por las dudas, digo. Por otro lado, no sé por qué será que nos fascina tanto cuando vemos una película o leemos un libro basado en hechos reales. Todo el tiempo necesitamos creer en algo.
¿Se hace o se nace escritora?
Nacemos y después vamos viendo qué hacer. Escribo porque soy solitaria, porque es difícil, porque me resulta placentero, porque seguramente es la actividad que más disfruto. Estoy aprendiendo y ojalá se me vaya la vida así. Me acordé de Pessoa: No soy nada. Nunca seré nada. No puedo querer ser nada. Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.