Foto de Michael Kenna

 

«El Tao de la física», de Fritjof Capra, publicado en 1975, invitaba a los lectores a pensar que las paradojas de la física moderna y las paradojas del misticismo oriental podrían ser dos expresiones de la misma verdad subyacente. Medio siglo después, en 2025, el Premio Nobel de Física ha reconocido una investigación que acerca esta idea más que nunca a la realidad empírica. Al otorgar el premio a John ClarkeMichel H. Devoret y John M. Martinis por su descubrimiento del túnel cuántico macroscópico y la cuantización de la energía en un circuito eléctrico, la Academia Sueca ha reconocido no solo una hazaña técnica, sino también un profundo cambio filosófico. Una vez más, la física nos pide que reconsideremos qué es real, qué está separado y qué es uno.

En el centro del trabajo de los galardonados se encuentra una de las preguntas más fundamentales de la ciencia moderna: ¿qué tamaño puede tener un sistema y seguir mostrando un comportamiento cuántico? Durante un siglo, la mecánica cuántica ha descrito un mundo de partículas que pueden existir en múltiples estados simultáneamente, atravesar barreras que no deberían atravesar e influirse entre sí a grandes distancias. Sin embargo, estos comportamientos parecen desaparecer a medida que los sistemas se hacen más grandes, cuando los electrones se combinan en átomos, los átomos en moléculas y las moléculas en objetos macroscópicos como mesas o seres humanos.

Clarke, Devoret y Martinis han encontrado una forma de ampliar el alcance de los fenómenos cuánticos a la escala visible. Utilizando circuitos superconductores enfriados hasta casi el cero absoluto, demostraron que el efecto túnel cuántico —la capacidad de una partícula para atravesar una barrera energética que clásicamente no debería atravesar— puede producirse en un sistema eléctrico compuesto por miles de millones de átomos. Además, pudieron medir los niveles de energía discretos de dicho sistema, lo que confirma que la cuantización, que durante mucho tiempo se pensó que solo pertenecía al mundo subatómico, puede gobernar el comportamiento de dispositivos lo suficientemente grandes como para ser vistos a simple vista.

Su trabajo tiende un puente entre lo microscópico y lo macroscópico, erosionando la frontera entre ambos. Esta nueva capacidad de controlar los efectos cuánticos a escalas mayores es la base de tecnologías emergentes como la computación cuántica, en la que los «qubits» superconductores (como los desarrollados por Martinis y Devoret) se basan en la superposición coherente de estados cuánticos. Sin embargo, más allá de su promesa tecnológica, este descubrimiento tiene una resonancia filosófica que Capra anticipó hace cincuenta años en su libro El Tao de la física.

 

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La visión de Capra: la interconexión y la danza de la energía

En El Tao de la física, Capra propuso que tanto la física moderna como el misticismo oriental convergen en una visión del universo como una red interconectada de relaciones. Mientras que la física newtoniana clásica describía un universo mecánico compuesto por partes independientes que obedecían a leyes deterministas, la mecánica cuántica reveló un cosmos entretejido por probabilidades, incertidumbres y propiedades relacionales. En la teoría cuántica, el observador y lo observado no están separados: el acto de medir cambia lo que se mide. Del mismo modo, en las tradiciones budista y taoísta, la distinción entre sujeto y objeto, mente y materia, se considera ilusoria.

La tesis de Capra no era que la física «demuestra» el misticismo, sino que ambas disciplinas, cada una a su manera, apuntan a una realidad holística, dinámica y no dual. «La unidad básica del universo», escribió, «no es solo la característica central de la experiencia mística, sino también de la visión teórica de la física moderna». Su metáfora más famosa, la «danza cósmica» de las partículas subatómicas, tiene un eco sorprendente en los descubrimientos de estos premios Nobel de física de 2025. Los circuitos superconductores en los que ahora se observan el efecto túnel cuántico y la cuantización de la energía encarnan precisamente esa «danza cósmica» a escala macroscópica: ondas de probabilidad que oscilan a través de sistemas que, a pesar de su tamaño, se niegan a ajustarse a las rígidas reglas del determinismo clásico.

Tanto en las reflexiones de Capra como en los experimentos de los galardonados, las fronteras se disuelven: ntre lo pequeño y lo grande, entre el objeto y el sujeto. El trabajo ganador del Nobel muestra que el comportamiento cuántico no se limita a un dominio microscópico inaccesible, sino que puede surgir en el mundo tangible de la observación humana. En este sentido, se hace eco del llamamiento de Capra a superar el «dualismo cartesiano» que durante mucho tiempo ha dividido el pensamiento occidental: la separación entre materia y mente, cuerpo y espíritu, ciencia y significado.

Capra remontó esta división al legado filosófico de Descartes y Newton, que condujo a una imagen del universo como una máquina compuesta de materia inerte gobernada por fuerzas externas. La nueva física del siglo XX, argumentó, destrozó esa imagen. La teoría cuántica y la relatividad introdujeron una comprensión de la naturaleza como un proceso interdependiente, no como una colección de cosas. Del mismo modo, las tradiciones orientales, como el taoísmo y el budismo, siempre han insistido en el proceso por encima de la sustancia: el Tao como el flujo incesante de la transformación, la noción budista de śūnyatā o «vacío» como la interdependencia de todos los fenómenos.

Al demostrar que las leyes cuánticas pueden gobernar los sistemas macroscópicos, Clarke, Devoret y Martinis han proporcionado sustancia empírica a esta intuición filosófica. La frontera entre lo «cuántico» y lo «clásico» ya no parece una división nítida, sino un continuo, tal vez incluso una ilusión nacida de nuestra percepción limitada. En este sentido, tanto la física moderna como el misticismo oriental desafían la primacía del ego, el observador que insiste en la separación.

 

John Clarke, Michel H. Devoret y John M. Martinis obtuvieron el Premio Nobel de Física 2025

 

Un nuevo paradigma del conocimiento

La recepción histórica de la obra de Capra fue ambivalente. Los científicos lo acusaron de romantizar la física, mientras que los entusiastas espirituales a veces utilizaban sus analogías como validación pseudocientífica de afirmaciones místicas. Sin embargo, su contribución no fue aportar datos, sino invitar al diálogo, sugerir que las formas de conocimiento pueden complementarse entre sí en lugar de excluirse. El análisis racional y la intuición, argumentaba, son ambos esenciales para una comprensión completa de la realidad.

Esta actitud encuentra un curioso paralelismo en los métodos de los premios Nobel de 2025. Sus experimentos se basan en un delicado equilibrio entre la teoría y la intuición, entre las matemáticas rigurosas y un sentido casi artístico del «comportamiento» de los sistemas cuánticos. Devoret, por ejemplo, ha hablado a menudo de la «estética» de los circuitos superconductores, de la necesidad de sentir sus ritmos y limitaciones en lugar de limitarse a calcularlos. El trabajo pionero de Clarke en la medición cuántica exigía una intuición sobre cómo la observación misma podía moldear la realidad, mientras que la ingeniería de qubits de Martinis requería aceptar la incertidumbre como una herramienta en lugar de un obstáculo.

En otras palabras, para navegar por el mundo cuántico, hay que, en cierto sentido, pensar como un místico: actuar sin aferrarse, conocer sin controlar. El principio taoísta del wu wei —acción sin esfuerzo, armonía con el flujo de los acontecimientos— encuentra un extraño paralelismo en el arte experimentalista de sintonizar sistemas que no pueden predecirse ni medirse por completo.

 

Fritjof Capra. Foto de Cirone Musi

 

La danza cósmica de la tecnología

Si la metafórica «danza cósmica» de Capra simbolizaba la unidad de toda la existencia, podría decirse que los circuitos cuánticos macroscópicos actuales ejecutan esa danza. Dentro de los bucles superconductores, los estados cuánticos oscilan entre pozos de potencial, atravesando barreras y emergiendo en superposiciones que desafían las expectativas clásicas. Estas oscilaciones son el latido de los ordenadores cuánticos, la base potencial de una nueva era tecnológica.

Sin embargo, como probablemente advertiría Capra, el poder tecnológico sin una conciencia holística puede profundizar la fragmentación en lugar de trascenderla. En The Turning Point (1982) y obras posteriores, advirtió que la visión mecanicista del mundo, aunque cuestionada por la teoría cuántica, sigue dominando nuestros sistemas sociales y económicos. Las crisis ecológicas y la alienación mental de la vida moderna, argumentó, provienen del mismo error: tratar el mundo como una colección de partes separadas en lugar de una red viva.

Desde esta perspectiva, los descubrimientos Nobel de 2025 son más que hitos en la física; son invitaciones a expandir nuestra conciencia. Nos recuerdan que el comportamiento más fundamental del universo —su cuantización, su imprevisibilidad, su estructura relacional— también se refleja en los patrones de la vida y la conciencia. Así, el llamamiento de Capra a una «nueva conciencia holística» cobra una nueva relevancia: comprender el mundo cuántico no es solo un logro científico, sino también un reto moral y filosófico.

Cuando apareció El Tao de la física, sus analogías centrales —como la comparación de las vibraciones subatómicas con la danza de Shiva— eran poéticas. Hoy en día, rozan lo literal. En los circuitos superconductores construidos por Clarke, Devoret y Martinis, los estados cuánticos oscilan con un ritmo medible en frecuencias de gigahercios, lo que corresponde a miles de millones de transiciones por segundo. Su «danza» es real, observable e incluso manipulable. Lo que Capra intuía como metáfora se ha convertido en un hecho experimental.

Sin embargo, la advertencia de Capra sigue siendo crucial: la convergencia entre la física y el misticismo no significa que sean lo mismo. La física describe; el misticismo experimenta. La primera opera a través de la medición y el modelo, la segunda a través de la conciencia y la intuición. Sin embargo, ambas apuntan a una unidad subyacente que trasciende el dualismo: un universo no de cosas, sino de relaciones, movimiento y transformación.

 

Foto de Michael Kenna