De los acontecimientos de 26 de febrero de 1945 en Madrid -el ataque de unos comunistas contra un local de Falange en el barrio de Cuatro Caminos, con resultado de muertes-, con la posterior manifestación masiva en favor de Franco, se ha ocupado Andrés Trapiello en dos libros rigurosos y muy conocidos (el último, “Madrid, 1945”, publicado en 2022). Ahora ha vuelto sobre el tema, aunque con formato de novela y añadiendo la variable norteamericana. Aquel a quien (los servicios secretos de aquel país) le “piden que regrese” es, como se explica en la contraportada, un tal Benjamín Smith -originalmente, Cortés, español, que tuvo que huir en 1935 por haber participado en la revolución de octubre del año anterior- y ello “para llevar a cabo una peligrosa misión: apartar a un jerarca del régimen (el régimen franquista, obviamente) a quien ni siquiera conoce”, el coronel Alfonso López Peñaflor.

Que el libro de Trapiello haya merecido sinceros aplausos es algo que estaba cantado. Por ejemplo, Fernando Rodríguez Lafuente, en ABC Cultural de 9 de noviembre de 2024, ha afirmado que se trata de “un thriller político, una historia de amor y un tratado de sociología doméstica excepcional”. Más aún y para concluir: “Soberbia novela”.

Pongamos las cosas en su sazón. En febrero de 1945 la Segunda Guerra Mundial estaba llegando a su final, con la inminente victoria del triplete Stalin-Roosevelt-Churchill, “los tres grandes”, que entre el 4 y el 11 de ese mes se habían reunido en Yalta (Crimea) para, literalmente, repartirse no ya Alemania, que por supuesto, sino el mundo entero. Con convocatoria para abril -o sea, apenas un par de meses más tarde- de una conferencia en San Francisco para crear la Organización de Naciones Unidas (ONU). Lo que sucedió más tarde vino a confirmar esos buenos augurios: el 8 de mayo Alemania firmaba la capitulación sin condiciones y Japón se rendía el 2 de septiembre. Pero, si un conflicto llegaba a su fin, empezaba otro, la guerra fría, que había de enfrentar a los occidentales (“el mundo libre”) y el comunismo soviético durante casi todo lo que quedaba de centuria.

 

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¿Y España? El 1 de abril de 1939 (es decir, seis años antes) Franco se había impuesto, iniciando su mandato. En ese período inicial, las simpatías del Gobierno se habían inclinado de manera inequívoca -palabras aparte- del flanco alemán, con el envío de la División Azul -24 de junio de 1941- y el suministro de wolframio como encarnaciones. Pero lo cierto es que, a partir de noviembre de 1942, la suerte de la contienda mundial se fue decantando en favor del otro lado y eso, en el marco de una sociedad empobrecida hasta el grado de la indigencia, obligó al franquismo no sólo a rebobinar, que por supuesto, sino incluso (y con no poca oposición interna) a arrastrarse ante quienes se perfilaban como los nuevos amos, los americanos. Que, a su vez, se mostraban receptivos a esas carantoñas, porque si al cabo el enemigo habían pasado a ser los comunistas, Franco, aunque lo suyo no fuese precisamente una democracia acrisolada, podía perfectamente servir como un aliado. El acercamiento tardaría casi una década en formalizarse -en 1955 con la entrada en la ONU, previo los pactos con Eisenhower en 1953-, pero llevaba gestándose desde el mismo 1945 o incluso antes. De eso trata precisamente el libro: si al espía norteamericano se le envió aquí fue para que terciase entre las distintas sensibilidades de la gente de El Pardo y eliminase -no en sentido físico- al tal Peñaflor, que encarnaba por así decir a la línea dura, la que pretendía no aceptar el hecho tozudo de que eran los americanos los que, al menos en esta parte del planeta, se habían alzado con el santo y la limosna.

Recuérdese que en octubre de 1944, apenas cinco meses antes de febrero de 1945, unos 12.000 guerrilleros (españoles pero residentes en una Francia para entonces ya liberada) habían participado en la aventura -un intento de invasión- del valle de Arán: a ello se refiere Trapiello en página 65. Así de controvertida estaba la cosa.

Lo más elogiado del libro de Trapiello -cuya publicación ha coincidido felizmente, por cierto, con la aparición del tomo de las memorias de Rafael Cansinos Assens correspondiente al año 1944- ha sido su retrato de la realidad de la época: la española y muy en particular la madrileña, sí, devastada económicamente y además caracterizada por el miedo. Una sociedad policial, bien pudiera decirse, no sólo porque hubiese muchos policías, con uniforme o no, sino porque, en un marco de sálvese quien pueda, cada quien -y no sólo en el ambiente enrarecido de Electricidad Fortuna, en la calle Peligros- se dedicaba a delatar al resto del género humano: una atmósfera literalmente irrespirable. E inserta además en un marco de espionaje internacional, con Embassy como centro de operaciones, y todo el mundo jugando a dos bandas: espías que lo eran dobles, siempre o casi siempre. Dúplices, pudiera indicarse con más precisión. Pero bien se sabe que, aun en esas situaciones tan escabrosas, “la vida sigue”, como suele decirse: si en todo caso hace falta darle a la gente panem et circenses, la experiencia enseña que, cuanto menos panem, más falta hacen los circenses, en forma -aquí- de varias cosas: de cine -con las salas de la Gran Vía como escenario, en particular el Avenida del número 37-; de copla (A la lima y al limón es de 1940 y La zarzamora de 1946); de corridas de toros, con Manolete de estrella; y, por supuesto, de fútbol, con la semifinal de Copa de 1943 entre el Madrid y el Barcelona, el famoso 11 a 1, como referencia. Y, como quinto factor, las que luego se llamaron discotecas, empezando por la Pasapoga, abierta en 1942 (precisamente en el local del cine Avenida) y cuyo nombre correspondía a las iniciales de los apellidos de los cuatro promotores: Patuel, Sánchez (por Luis Sánchez-Rubio González, Presidente del Sindicato del Espectáculo), Porres y García.

 

 

Pero no sólo es que sea en la miseria donde más falta hace encontrar la ocasión para divertirse (más aún que en la riqueza, incluso). Es que la historia también pone de relieve que, aun en las sociedades más miserables, siempre hay quien se encuentra a salvo, los privilegiados, que viven por así decir en una burbuja: “el cogollito (página 203)”. En aquella época, el no va más eran las monterías, donde “tal médico, tal notario, tal empresario, tal banquero acudían con la esperanza de mejorar sus respectivos negocios rozándose con personajes influyentes”: página 311. Y es que “a las cacerías no se va a cazar como no sean negocios, informaciones y cuernos”: página 252.

Es muy conocida -y celebrada- la frase de Balzac cuando afirmó que “la novela es la historia privada de las naciones”. Y este libro de Trapiello habría podido plagiar el título del libro de 1840 y 1841 del maestro de Tours llamado “Un asunto tenebroso”, porque el terrible adjetivo se ajusta a la realidad de aquél espesísimo 1945 en Madrid. Pero en el trabajo no falta además el relato de una falsificación documental -de las Capitulaciones de Santa Fe entre los Reyes Católicos y Colón, nada menos- y sobre todo una historia de amor, la que protagonizan el americano y una mujer madrileña a la que Trapiello pone el apellido de Neville -como Edgar, el que vivía “en pecado con Conchita”: página 264- y el nombre de Sol, aunque el final feliz -la boda y la marcha a América- acaba truncándose porque él muere en seguida.

¿Verdad o ficción? ¿Corresponden los nombres a personas reales? Del libro merece destacarse al respecto que en la página 394 y última se declara que “agradezco a Isabel Sotelo Cortés los datos que me ha proporcionado sobre la historia de sus abuelos y de la familia Sánchez-Castro, así como de su relación con los Baroja, y también a Carmen y Pío Caro Baroja que me facilitasen las tres cartas de Sol Neville que conservan en Vera”. Una mención que hay que colacionar con otra frase de Fernando Rodríguez Lafuente en su reseña de ABC: “Trapiello es un Baroja pasado por Rockola, lo cual dime mucho a su favor, y de Baroja”.

En este 2025 que tenemos delante, los análisis del franquismo se anuncian muchos e intensos: la cosa promete. Ya veremos quién gana la batalla ideológica que se avecina, porque, como bien explicó Antonio Machado, el retroceso de las culatas suele terminar siendo más violento que el propio tiro. En ese contexto, libros como el de Trapiello, aun con formato de ficción, nos van a ayudar mucho a orientarnos.

 

Andrés Trapiello. Foto de Carlos Ruiz B.k./Destino