«A menudo se dice que un río importante es la columna vertebral de un país, ya que a lo largo de sus orillas, a lo largo de los siglos, se han reunido los hombres para construir las ciudades. En España, pensamos, por supuesto, en el Ebro y su delta, ya que en la memoria colectiva aún resuenan los gritos desesperados de los combatientes napoleónicos, primero, y republicanos, sobre todo, durante la Guerra Civil. Una famosa canción (El paso del Ebro) inmortalizó para siempre, aunque fue compuesta mucho antes, la última resistencia al avance de Franco antes de la caída de Barcelona. Y luego está ese otro gran río, también mítico, pero por otras razones, digamos más literarias, que representa más a una región, Andalucía, que a una nación. Se trata del majestuoso Guadalquivir. Fascinada por la cultura secular de este árido rincón de Europa, partí de la fuente de este improbable Río Grande, que nace tímidamente en un hilo casi imperceptible en la Sierra de Cazorla, para convertirse en un río tan ancho y turbulento, atravesando Córdoba y Sevilla, y luego volver a calmarse, aparentemente inmóvil, incluso inquietante, en infinitos pantanos silenciosos, y finalmente agotarse en el Atlántico, en Sanlúcar de Barrameda, de donde partieron antaño Cristóbal Colón y Magallanes… Pero las olas de este antiguo Betis transportan mucho más que los recuerdos de estos ilustres navegantes; vibran al unísono con los ritmos flamencos y los vestigios árabe-judío-andaluces, memoria líquida de aquellos tiempos benditos de tolerancia en los que la armonía era posible, la grandeza compartida y el arte y el saber celebrados.

Y luego está el poeta Machado, presente en cada piedra, detrás de cada árbol; un poco más lejos, Lorca aún hace estremecer los cipreses que lo vieron morir, la poesía ilumina los pasos del caminante atento y paciente, el cielo está abierto y los hombres son rocas. Al mismo tiempo, este paisaje idílico pero duro habla bien de la fragilidad del mundo; su suelo está agrietado, sus venas cada vez más exangües, su ecosistema amenazado.

El desierto avanza y seca las llanuras, sedienta a los caballos, hace más pesado el viento.

Al elegir seguir el curso del Guadalquivir con un equipo voluminoso y casi obsoleto para tal empresa (una cámara de 4×5′), quizá quise detener el tiempo. Pero al elegir el procedimiento polaroid, instantáneo por excelencia, ¿no quise, por el contrario, y con impaciencia, desafiar ese tiempo? Esperar (en el doble sentido español de esperanza y espera) durante horas a que la luz se suavizara y traer solo una imagen única que el más mínimo arañazo podía alterar es una paradoja que sigue madurando en mí.

Como si hubiera querido tejer lo efímero, incluso lo accidental, para abrazar mejor lo intemporal y encontrarme en él, tal vez inventando orígenes para el mundo, respuestas a mis pasos en el polvo de los caminos. En el misterio del río. Hable con él, le oirá».

(Texto de MIRIAM RUISSEAU, con motivo de la exposición »¿Donde estás Federico?»  en el Centro de exposiciones Paul Courboulay de Le Mans (Francia))

 

Biografía

Nada me destinaba a ser fotógrafa. En mi entorno, llegar al bachillerato ya era todo un logro. Así que ejercer una profesión artística era algo inimaginable. A los 17 años, porque me gustaba Michel Tournier, un amigo me regaló mi primera cámara réflex. No tenía otra ambición que fotografiar a mi hermano, a mi abuela, los árboles. Ya entonces, los árboles. Y las pequeñas cosas: el desorden de una cama, una caja, unas piedras. No sabía que estaba escribiendo las primeras notas de mis partituras íntimas. De niña, era experta en recortar revistas y hacer collages improbables. ¿De dónde me había venido esa manía? Es un misterio. Después de la filosofía y la literatura inglesa, en un impulso, elegí la fotografía, que siempre abordé de manera literaria, como una forma posible de escritura. Al salir de la escuela, donde Frank Horvat y Jean-François Bauret me habían contagiado las ganas de seguir adelante, empecé a trabajar inmediatamente —reportajes industriales, sociales— y fui derivando hacia el retrato, siempre alternando con la enseñanza. Un viaje decisivo a España me animó a desarrollar mi investigación personal, en la que el ser humano (en su entorno social, geopolítico, pero también poético) siempre tendrá su lugar, aunque no siempre esté «físicamente» presente en mis fotografías. Me interesan la memoria, el rastro, la persistencia, y a lo largo de mis diferentes viajes intento localizarlos, reconocerlos y plasmarlos en imágenes.